MAXINE.
¿De dónde salió esa idea de considerar ser amiga de un Janssen?
Ni puta idea.
Solo sé que cuando apenas conseguía analizar lo que acababa de proponerle, simplemente era demasiado tarde como para retractarme. Y la verdad, no quería retractarme.
En parte era algo razonable, y supongo que la mejor alternativa para los dos. Después de todo no había dicho ninguna mentira. Estudiamos en el mismo sitio, tenemos los mismos amigos en común, y un sinfín de razones más por las cuales debemos mantener nuestra regla prohibida de romper en secreto.
Las personas no iban a tardar en darse cuenta de nuestras posiciones con referente al otro. Y siendo sincera, no me hacían falta más especulaciones acerca de mi vida de las que ya tenía.
—¿Entonces, somos amigos? —pregunto, alzando una ceja, dudosa.
Él vacila en responder.
—Supongo, ¿no?
Desde esta distancia me cuesta mucho empeño y fuerzas de represión no concederme a inspeccionar cada detalle de su perfilado y marcado rostro. Su mandíbula cuadrada y apretada, sus largas pestañas y el intenso color de sus ojos. Tiene unos ojos muy bonitos, y pese a todas nuestras contradicciones no puedo evitar planteármelo.
Ladeo una pequeña sonrisa en los labios, y asiento.
No digo nada más, y abandono el baño por dos razones; la primera porque técnicamente es el baño de hombres, lo cual no me interesa demasiado, y la segunda razón... hemos quedado en llevar la fiesta en paz, no en convertirnos en compinches de la noche a la mañana.
Por alguna razón, el aire me falta en el cuerpo, y debo recostarme de la taquilla antes de hacer cualquier otra cosa. Inspiro con fuerza, y pronto, alguien más aparece frente a mí. Sus grades ojos grises me escudriñan.
—¿Te encuentras bien? —pregunta, arqueando sus espesas cejas.
Echo un furtivo vistazo en dirección al pasillo cuando me percato de que Mickey ha salido del baño, y vuelvo a confrontar a Justin.
—Duh. —curvo los labios en una sonrisa, divertida.
—¿Tuviste algún problema con tu madre el viernes? —indaga. Su rostro adquiere un ligero matiz preocupado.
Niego, y subo un hombro.
—Por suerte, no me descubrió en mi pequeña travesura.
Él sonríe, y se recarga de la taquilla a mi lado. Le noto mucho más silencioso que otros días, y no puedo evitar preguntarme la razón de ello.
—¿Cómo van las cosas con tu noviecita? —no logro controlar mi voz sin permitir que un poco de desagrado reluzca.
Justin sube una ceja, y el fantasma de una sonrisa aparece en sus labios.
—Ella no es mi noviecita —hace una pausa, y se endereza, recargando sus caderas de la taquilla contigua a mí—. ¿Por qué? ¿Acaso te preocupas por mí? —dice con un peculiar tono seductor,
Me río a carcajadas sarcásticas, y debo apretar los labios para detenerme. Su comentario me hace gracia, y me planto junto a él, llevando mis manos a su mentón.
Él no aparta sus ojos profundos de mí, y no puedo leer su expresión incuestionable. Puedo sentir sus brazos tensándose a mi alrededor.
—Me preocupas... —deslizo mi dedo índice por la comisura de sus labios, y Justin aprieta los labios.
—Yo...
Y entonces, me alejo abruptamente. Él parpadea sorprendido, y yo solo me limito a sonreírle con burla.
—¿No suelen los chicos decirnos a las chicas palabras que ansiamos por escuchar incluso cuando no son más que mierda para ustedes? —Justin se queda en silencio, y asiente. Una pequeña sonrisa despreocupada formándose en sus labios.
—No dejas de sorprenderme. ¿De quién habrás aprendido esos trucos para ligar?
Me río, y atuso mi cabello con mis manos.
—De Justin Brandon, cazador experto en hacerle creer a las chicas que les gusta y luego quebrando sus corazones de la forma más cruel. —argumento.
Él ajusta una sonrisa anodina en sus labios.
—Tú eres cruel.
Sonrío con suficiencia.
—La vida me ha hecho cruel. —replico, antes de marcharme dando por zanjada la conversación.
(...)
Siempre he odiado la química. Sobre todo, la química del carbono. Solo no entiendo cual es la tendencia del carbono a ser tan ligón emparejándose con cuanto elemento se le cruce en el camino. De refilón, observo a Lotty. Ella escribe, y toma apuntes en su libretilla como si estuviese frente a un cuento para niños.
No me ha hablado desde el viernes, y aunque soy fanática al lema; ‹‹No puedo obligar a nadie a quedarse en mi vida››, siento el menester de intentar aclarar las cosas con ella. Entiendo que fui la culpable de que le mintiese a su madre, pero no pretendía que las cosas se nos escapasen de las manos de la forma en la que lo hicieron.