MICKEY.
‹‹Ella podía romper mi corazón o salvarme››
‹‹Ella era así››
‹‹Peligrosa››
‹‹Pero, quizás, yo solo quiero ser tuyo››.
No miento cuando digo que me pasé todo la noche desvelado con diversas melodías tamborileando con fuerza en mi cabeza. Podía escuchar su voz a cada segundo. Volver a sentir la forma en la que se sentía mientras...
Prefiero alejar esos pensamientos.
Desde que Maxine me confesó la razón por la cual había desaparecido todo este tiempo, no podía evitar sentirme un idiota. Ella había sufrido las consecuencias de aquella ruptura de la regla entre nuestras familias, y por más injusto que fuese; dentro de mí sabía que las consecuencias apenas acababan de iniciar otra vez.
Ese beso solo había sido el mechero que volvería a encender el fuego.
Un fuego que podría terminar consumiéndonos en llamas.
Agotado, me dejo caer sobre la cama con la libretilla entre mis manos. Sus ojos verdosos siguen deambulando en cada rincón de mi cabeza, y me siento un idiota. Suspiro, y aprieto los ojos.
Me haces sentir un verdadero idiota.
Ni siquiera logro comprender de dónde han salido todas aquellas palabras que ahora se habían convertido en el estribillo de una nueva canción. ¿De verdad estaba escribiendo sobre Maxine? ¿Ella me había inspirado a escribir aquellas melodías?
Oh, vamos. Podría ser para cualquier otra chica.
Mi mundo no giraba en torno a Maxine Collins.
Guardo la libretilla con la letra de la canción en mi mochila, y me dispongo a abandonar la habitación. Termino de descender los peldaños de la escalera; y de pronto, me encuentro con un estilizada silueta ataviada de un vestido verde oscuro. Tuerzo los labios, y trato de avanzar dando agigantadas zancadas en dirección a la puerta.
Sin embargo, la voz de Sara me detiene justo antes de que pueda terminar de escabullirme por medio de la puerta.
—¡Mickey! —me detengo, más no me giro para encararle—. ¿A dónde vas? —cuestiona a mis espaldas.
Tomo una profunda bocanada de aire, y ladeo la cabeza para echarle un furtivo vistazo por encima del hombro.
Sara se encuentra recargando sus caderas del marco de su estudio, y sus brazos cruzados en forma de equis sobre el pecho.
—Se suponía que al instituto. —hundo un hombro.
Ella asiente con paciencia, y veo a sus labios quebrarse en una delgada línea recta.
—¿Cómo te está yendo en clases? ¿Sigues en el equipo de futbol? —interroga, fingiendo cierto interés. Pero ya he vivido esta escena antes. Ella no se preocupa en lo absoluto.
Cada cierto tiempo hace las mismas preguntas para tranquilizar a su consciencia.
No se interesa en mí. Nunca lo ha hecho, y me acostumbré al hecho de que nunca cambie eso. Me da lo mismo ahora.
Una sonrisa hostil se cuadra en mis labios.
—Cada vez se nota menos... —mascullo, anclando mi mirada sobre sus ojos.
Ella alza una ceja, desconcertada.
—¿El qué?
—El fingir que te importo de verdad. —replico, y empujo la puerta con fuerza. Sin embargo, antes de disponerme a abandonar la casa, vuelvo a dirigirle una mirada cargada de hostilidad—. No lo intentes más. Da lo mismo ahora. —digo, antes de salir de casa.
Extraigo la llave del bolsillo trasero de mi pantalón, y me subo al Mercedes lanzando mi mochila sobre el asiento contiguo. Estampo mis dedos con fuerza sobre el volante, y trato de controlar mi respiración. Mi pecho se hunde con fuerza, y omito la sensación. Se supone que estas discusiones pierden el sentido ahora. Se supone que ya no soy un niño. Se supone que nada puede afectarme ahora.
Se supone...
Pero sigue ahí, punzándome justo en medio de mi pecho. Igual a cuando era solo un niño.
Solo demoro alrededor de cinco minutos en pasar por casa de Noah para darle un aventón al instituto. Él se sube con su cara de ‹‹quiero que el mundo se acabe de una maldita vez›› típica de las mañanas.
Cierra la puerta con fuerza, y no puedo evitar reírme en su cara.
—Eh, amigo. ¿Ni siquiera un ‹‹hola, gracias por venir a buscar mi puto culo para llevarlo al instituto››? —comento, tan pronto se gira hacia mí.
Noah tuerce los labios, y entorna su mirada.
Se toma cinco segundos en silencio antes de hacer girar sus labios en una sonrisa fingida que enseña casi todos sus dientes.
—Hola, gracias por venir a buscar mi puto culo para llevarlo al instituto. —su rostro recobra su amargura de siempre, y se entierra en el asiento—. ¿Ya estás feliz?
Ladeo los labios en una sonrisa burlona.
—Sí. Mucho mejor, Noah. —menciono antes de arrancar el auto.
El instituto se encuentra localizado a tan solo quince minutos de casa de Noah, por lo que rápidamente, y saltándonos varios semáforos en verde, logramos llegar antes de que las clases inicien su curso.
Ubico un puesto vacío en el estacionamiento, y nos apresuramos en bajar del auto. Noah camina con los hombros hacia adelante, y básicamente, arrastrando sus pies por toda la calzada hacia la entrada. Pero me he acostumbrado a su amarga personalidad. Él es diferente al resto de los chicos del instituto, y supongo que eso me ha llevado a crear grandes lazos de amistad con él.