Adicción Irresistible ©

Extra 1|Máscaras.

LOTTY.

 

El mundo se me sacude justo en frente de los ojos como si las paredes fuesen a caerse en cualquier momento. No he bebido más de dos vasos del líquido transparente de la botella en el juego que estábamos jugando hace unos minutos. Todos se han ido a algún lado. Pareciera que se están escondiendo de mí. La primera en marcharse fue Maxine, y aunque me pregunto en dónde podría estar justo ahora, nada surca mi cabeza.

Me aferro a las paredes como si fuesen mi tabla salvavidas en medio del Titanic hundiéndose. Las imágenes se vuelven borrosas, y debo obligarme a entrecerrar los ojos reiteradas veces para recobrar la visión.

Siento un hueco en el estomago.

Se supone que había accedido a venir esta noche a la fiesta de disfraces por una sola, y única razón: confesar a mi mejor amigo mis sentimientos prohibidos por él.

Desde que tengo memoria siempre hemos sido un equipo inseparable. Mickey, Noah y yo. Sobre todo, él y yo. Por supuesto, tenía claro que al ser un Janssen siempre tendría una competencia enorme por la atención de Mickey. Los Janssen son así. Solo despiertan sentimientos indescriptibles hacia ellos. Supongo que fui una tonta al terminar enamorándome de mi mejor amigo.

Caí en el maldito cliché.

Tomo una profunda respiración, antes de disponerme a buscarle.

Le vi desaparecer del aula en la que nos encontrábamos todos reunidos hace varios minutos, pero entre mi atontamiento le he perdido la pista. No puede haber ido muy lejos. Tampoco creo que se haya ido de la fiesta. Incluso, cuando soy consciente de que Mickey no es un aficionado de las fiestas. Es más de soledad, y silencio, lo cual es irónico al tratarse de un compositor y cantante.

Todavía puedo recordar cuando me contó su pasión prohibida. Teníamos catorce años, y era su primera canción. Fue inspirada en alguna persona que desapareció de su vida sin mencionar una sola palabra, o sin dejar alguna recóndita pista. Por mucho tiempo he estado tragándome todos los corazones rotos, lágrimas y estos estremecedores sentimientos que solo él es capaz de causarme.

Porque siempre he sido así.

Un baúl lleno de secretos. Lleno de sentimientos.

Un baúl clausurado.

Sintiéndome amordazada por mis propios pensamientos. Con miedo de dar esos pasos para no fallar. Para no tropezar. Para no caer.

Pero es inevitable no fracasar en la vida.

Tendemos a fallar. Es nuestra naturaleza.

Mientras me encuentro sumergida en el nido de mis pensamientos, echo miraditas en cada rincón del edificio. Es tan grande que temo tomarme toda la noche en su búsqueda, pero debo hacerlo.

Debe ser esta noche.

¡Ahora o nunca, Lotty!

En mi fuero interior, admiro a Maxine. Ella es tan desigualada, honesta y directa. Como una bomba. No le interesa estallar en cualquier instante, o frente a quienes lo hará. Solo se esmera porque cada segundo de su vida valga la pena recordarlo.

Me gustaría parecerme más a ella.

Ser más decidida.

Ser diferente.

Entonces, cuando me percato de mi ubicación, es demasiado tarde para darme cuenta de que he arribado en la azotea. El cielo se extiende frente a mis ojos, y las luces de la ciudad brillan con intermitencia a la lejanía. Una ráfaga de viento empuja la puerta, obligándome a soltarle. Ésta termina cerrándose por completo, y miro el papel que se ha caído al suelo. Parece que alguien lo ha colocado entre el medio de la puerta para evitar que se cierre por completo.

Inhalo con profundidad, y un pesado suspiro abandona mis labios.

No puede ser en serio.

¡¿En serio?!

—No puedes ser más torpe, Lotty —me digo a mí misma. Intento tirar de la manilla de la puerta pero ésta solo se abre desde adentro.

Bien. No pierdas la calma, trato de convencerme.

Sin embargo, antes de poder atreverme a realizar cualquier otra acción, escucho una risa ronca a mi espalda. Me quedo paralizada, incapaz de moverme o girarme o siquiera respirar.

Imposible tener más mala suerte que la mía.

Me giro con exagerada lentitud. Casi como si pretendiese que me he vuelto mágicamente invisible.

El sujeto se encuentra sentado en el borde de la cornisa. Sus piernas guindando lánguidamente hacia afuera del edificio. El aire revoloteando su largo cabello. El oxigeno colapsa en mis pulmones.

Una risa nerviosa abandona mis labios cuando identifico al sujeto.

Justin Brandon.

Mierda.

—Yo no sabía que estabas aquí. Digo... no te había visto. Aunque eso es obvio ahora que lo pienso, pero... —me obligo a morderme el labio.

Él sacude la mano libre, ya que su otra mano sostiene un cigarrillo.

—No necesitas decírmelo, nerd. —masculla en tono ronco, tal vez por estar fumando durante tanto rato—. Has cerrado la puerta.

Echo un vistazo por encima de mi hombro, y mis labios se contraen.

—Sí. ¿Hay alguna manera de abrirla desde acá afuera?

—No. —dice con simpleza.

Me llevo las manos a la frente, y froto mi piel con brusquedad. Mi pecho empieza subir y bajar con rapidez. No puedo haberme quedado encerrada aquí afuera... con Justin.

Se supone que debería encontrar a Mickey antes de que se vaya.




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