Justin.
—Este campeonato será el mejor de todos. ¡Le daremos tan fuerte que no podrán ni volver a sentarse en la vida! —exclama Wallace. Mantiene su espíritu deportivo manifestándose con extremo fervor.
Le miro desde el suelo. Todo el equipo se encuentra sentado formando un polimorfo círculo alrededor de Wallace. Fue nombrado capitán del equipo el semestre pasado, y desde entonces, no para de animarnos con sus extrañas, retorcidas pero intensivas comparaciones.
Sonrío, ladeando la cabeza.
—Siempre dices eso, amigo. Pero siempre son ellos quienes terminan metiéndonos el pito hasta las costillas —me burlo. Escucho risas a mi lado. James me frota el hombro sin parar de reírse.
Solo me muestro honesto.
Siempre perdemos por mucho que nos esforzamos. Empiezo a creer que el futbol no es nuestro fuerte en esta institución.
Wallace tuerce el gesto.
—Tan gracioso, idiota —dice con un tono amargo—. Esta vez será diferente, chicos. ¡Le demostraremos a toda la gente que aún no ha creído en nosotros de lo que somos capaces de hacer! ¡Somos los gorilas de Denver! ¡Los putos gorilas de Denver! —ruge con fuerza. Sus ojos grises se anclan sobre mí—. Tenemos que demostrárselo. Esta vez habrá mucha gente que pertenece a los institutos deportivos de todo el país. Estarán rodando como tiburones buscando a quienes reclutar. Podría ser la oportunidad de nuestras putas vidas de perdedores. No seguiremos siendo unos perdedores.
Sacudo la cabeza. Entiendo lo que ello significa para Wallace. Pese a no ser un súper dotado en las matemáticas o en cualquier otra asignatura en el instituto, esta podría ser su oportunidad de la vida. Podría ser la mía también.
Quiero decir, ni siquiera he pensado en lo que quiero hacer cuando acabe la secundaria. Tal vez me dediqué a trabajar cerca de casa. Podría ganarme esa beca y marcharme a cualquier otra ciudad del país, pero el hecho de tomar una decisión como esa implicaría dejar a mamá sola en casa con ese puto imbécil que tiene por marido.
Ella no sobreviviría. No sin mí, defendiéndole cada vez que su puto cabrón llega borracho a casa, lo cual suele suceder a menudo.
Presiono los labios con fuerza al recordar el pasado viernes.
—¿Están de acuerdo, muchachotes? —Wallace nos sonríe.
Todos se levantan, rompiendo el círculo. Empiezan a chocar los puños en señal de unidad. Más, permanezco sentado en el suelo con las rodillas flexionadas contra el pecho, y los brazos sobre mis piernas. Debería estar feliz por la noticia. Podría ser la oportunidad de la vida. Pero no puedo… no puedo abandonar a mamá con el presente miedo en mi interior de que un día de estos recibiré una llamada del hospital informándome que él la ha asesinado.
Wallace me mira desde su altura.
—¿No estás feliz? ¿Por qué demonios no estás celebrando como todos los demás?
Niego, desviando mi vista hacia otro lado.
Somos amigos desde hace muchos años. Me conoce mejor que cualquier otra persona en el planeta. Incluso, mejor que la propia Maxine. Siempre me ha tendido la mano; más que eso, el brazo entero.
—No es nada, Walley —me levanto del suelo, sacudiéndome las trazas de césped que se han adherido a mi short deportivo. Él me tiende su mano para ayudarme a estabilizarme, y la acepto. Le observo forzando una sonrisa en mis labios—. Me alegra mucho. ¡Me alegra que tengas esta oportunidad!
—Tengamos —se apresura en corregirme.
Sonrío a medias.
—Sí, tengamos esta oportunidad —palmeo su hombro con afecto, y regresamos al campo.
El cielo está azul. El sol brilla con suavidad, y la brisa es agradable. Un día perfecto para hacer una práctica. Miro en dirección a las gradas, y le encuentro ahí. Refugiada entre un montón de libros con sus lentillas sobre su nariz, y el pelo echado hacia un costado de su rostro.
Lotty. Parece muy concentrada en lo que sea que se encuentra estudiando. Como cada viernes durante el entrenamiento entero del equipo. Le han echado fuera del campo en más de una ocasión por su propio bienestar, pero es demasiado terca como para escuchar a alguien más.
—¿A quién miras tanto? —la voz de Wallace me hace despegar la mirada de ella.
Hundo un hombro, casualmente.
—A nadie.
—Oh, creo que mirabas a… Gilbert —alza sus cejas con picardía. Luego se lleva una mano a la boca recreando una especie de megáfono, y grita en dirección a las gradas—: ¡Tienes un admirador secreto, Gilbert! —luego, me señala con ambas manos.
Giro los ojos con hastío.
Vuelvo a dirigirle una mirada a las gradas, y ahora ella nos mira. Su rostro se ha puesto un poco más rosado. O tal vez, son impresiones mías. No lo sé. De todos modos, se nota a leguas que Lotty es algo reservada. Y es inteligente. Demasiado inteligente como para tomarse en serio cualquier estupidez que pueda decir Wallace.
Ella regresa su mirada a sus libros, ignorándonos. Más, no paso por alto que se ha puesto incomoda… ¿Por qué?
—Deberías callarte, y emplear esa energía en el partido —apunto.
Le escucho reír.
—No tienes porqué enfadarte. Las inteligentes son atractivas —me mira con ambas cejas alzadas.
Niego a la vez en la que blanqueo mis ojos.
Imbécil.
—Tienes cinco segundos para empezar a correr antes de que mi lindo puño impacte contra tus lindos dientes, idiota —advierto a modo de juego.
Él hace una reverencia, y empieza a correr alrededor del campo. El entrenador sopla su silbato, indicándome que las millas que tengo por delante no se correrán por sí mismas. Tomo una profunda bocanada de aire, e impulso a mis piernas a moverse alrededor de la cancha.
Debemos correr alrededor de cinco kilómetros para mantenernos en forma antes del campeonato. Posterior a ello, debemos planear nuestras estrategias de juego y asignar a cada jugador sus debidas posiciones. De eso se encargan Wallace y el entrenador. Los demás nos limitamos a opinar cuando es necesario o a prestar atención a nuestros papeles durante el partido.