Maxine.
Ni siquiera pude darme cuenta de lo rápido que ha transcurrido la semana, conduciéndonos al día viernes por la tarde. Hemos salido de clases hace tres horas, y ahora nos estamos dirigiendo a la estación de trenes de la ciudad. Ese ha sido el punto de encuentro que hemos fijado entre todos.
Justin ha ido a recogerme a casa, porque mis medios de transporte se habían vuelto ineficientes durante la última semana, después de aquel atroz castigo. Por su parte, mis padres me permitieron asistir al viaje solo porque ni siquiera saben que me iré de viaje. Para ellos me he inventado una historia diferente, solo iría a casa de Lotty a estudiar como burras para nuestro supuesto examen del lunes.
Si supieran la clase de mentirosa en la que me he convertido. Lo cierto es que, en parte, se lo debo a ellos. Si tan solo pudiesen comprenderme con más frecuencia no me estarían obligando a crear una utopía para ellos. Debería dedicarme a la escritura, se me da bien inventar disparates.
Son las cuatro de la tarde cuando arribamos al estacionamiento de la estación de trenes. Saco mi móvil de mi bolsillo para echarle un vistazo, y avisarle a Lotty que nos encontramos en el lugar.
Justin se encarga de sacar nuestras mochilas con ropa para el fin de semana de la cajuela de su automóvil.
—Están en camino —le anuncio a Justin, al leer el mensaje entrante de Lotty. Por lo visto, vienen más retrasados que nosotros.
Justin se echa ambas mochilas en los hombros. Le miro con una mueca en el rostro. No necesito que nadie lleve mis propias cosas.
—Bueno… pero, ¿quién te has creído? ¿Superman? —alzo las cejas con diversión.
Él me dedica una sonrisa de labios cerrados. No demora en comprender que me he referido a que está cargando mi bolso por mí.
—SuperJustin —me sonríe de forma ladeada—. Todo está bien, Max. Puedo con ambas cosas.
—No digo que no puedas, SuperJustin. Solo digo que me gustaría llevar mis propias cosas mientras aún pueda caminar sin muletas.
Él acaba cediendo, y me tiende mi bolso. Debo morderme los labios para tragarme un jadeo. Oh, mierda. Pero, ¿qué demonios he metido en el bolso? ¿Piedras?
El móvil me vibra entre mis dedos, indicándome que me ha llegado un nuevo mensaje de alguien. Solo es Lotty informándome que acaban de llegar, y que se encuentran en frente a la boletería de trenes.
—Ya han llegado, SuperJustin —hago un ademán, para que empecemos a andar hacia la entrada de la estación.
Me sorprende la aglomeración de personas que se hallan en el lugar. Pese a pertenecer a la ciudad, conozco muy pocos sitios. La estación es uno de ellos. No recuerdo haber venido más de tres veces, porque en las sierras no hay nada que realmente me haya interesado conocer antes. Solo naturaleza y hierba. O, eso es lo que pensaba por alguna razón.
Convencer a Justin de que accediese a venir el fin de semana ha sido toda una misión imposible. Pero, como siempre, acaba accediendo a casi todas las cosas que le pido que haga por mí. Suele tener respeto a decirme que no a algo. Eso me llena de felicidad, porque significa que cuento con él de una forma incondicional. Sin fronteras. Sin límites.
Sin embargo, no puedo negar que algo adentro de mí me hace sopesar de que él en realidad iba a terminar accediendo de cualquier modo a venir al festival. Solo es una intuición mía. Un sexto sentido, tal vez.
Encontrar a Lotty no se nos hace tan complicado, puesto a que ella va ataviada de un suéter amarillo que refulge de una manera conspicua sobre todo lo demás. Tiene el cabello atado en una coleta con pequeñas hebras despeinadas que caen sobre los costados de su rostro, y esa sonrisa de alegría surca sus labios tan pronto nuestras miradas se encuentran.
—¡Oh! Perdona por demorarnos. Solo que Noah no encontraba su último libro para el fin de semana, incluso cuando le había dicho que no necesitaría libros durante el fin de semana —dice esto último fulminando a Noah de reojo.
Éste hace una mueca de hastío, y esconde el libro detrás de su chaqueta.
Sonrío. —No puedes quitarle a un recién nacido su leche, Lot. Pero, bueno, ¿estamos todos? —pregunto para comprobar. No puedo negar que me emociona el hecho de pasar el fin de semana lejos de casa, y con amigos. No solía hacer eso cuando estaba en el convento. Pese a que Jenna se encargaba de improvisar conciertos esporádicos en el jardín trasero.
Echo de menos a Jenna.
Curiosamente, no encuentro a Mickey por ningún lado. Me pregunto si habrá decidido negarse a la invitación de Lotty. Eso me hace suspirar con alivio. No creo que pueda soportar todo un fin de semana entero fingiendo que no sucede nada entre ambos frente a todas estas personas.
Todos creen que nos odiamos, o algo por el estilo ha mencionado Lotty en otras ocasiones. No tienen idea de nada, colegas.
—Mickey ha ido a adquirir los boletos para el tren. Ya debería estar regresando —explica, echando una ojeada a la fila de la boletería. Entonces, ciertamente, él empieza a caminar hacia nosotros.
El corazón me da una patada en el pecho.
Trato de no alterarme; sobre todo, porque el recuerdo de sus palabras en la habitación de limpieza empieza a darme martillazos contra la cabeza. Me he pasado la semana entera encerrada en la puta biblioteca solo para no tener que tropezármelo, lo cual es ridículo porque de todos modos, nunca podré escapar de la realidad. Él es amigo de mis amigos. Él asiste al mismo instituto, y… su presencia es arrasadora.
—Ya he comprado los boletos. Tenemos que abordar el tren en quince minutos —profiere. Solo mira a Lotty. Evita mirarme con todas sus fuerzas, lo que me hace fruncir el ceño. ¿Cuál es su plan? ¿Fingir que me he vuelto mágicamente invisible de la noche a la mañana?
No planeo seguir mirándolo tampoco. Me acerco a Noah.