La convivencia con Sean y Karen ha causado un efecto de confusión a Dean, él estaba acostumbrado a su soledad a salir hasta en calzoncillos. Fernanda había empezado a ir desde que perdió a sus padres, pero a Dean no le supuso problema, la conocía y le tenía mucho cariño, así que verla en su espacio no le generó ansiedad, pero Karen es diferente a ella, no la conoce. Estos días que se la ha encontrado por la casa, su mente está dispersa cuando la ve, no sabe si es por su ansiedad o si es ella la que le provoca eso, siempre le gusta tener todo bajo control y siente que se le está saliendo de las manos. Karen ha sufrido tanto y, aún si ella tiene una sonrisa, a Dean le cuesta entender por qué es tan feliz, aunque le gusta que lo sea muy en el fondo, solo lleva una semana aquí, y ella y Fernanda se han llevado muy bien, y eso a Dean le gusta mucho porque Fernanda también ha sonreído más. Siempre fue una chica llena de vida y lo dejó de ser el día que sus padres murieron, pero ahora las ha encontrado juntas y felices.
—Señor Dean, la señorita Pamela ha llamado, hizo una reservación en un restaurante; ya le enviará la ubicación a Carlos; lo espera a las 8.
A sí eras las cosas con Pamela, cuando alguno de los dos quería tener algo más, bastaba con hacer una reservación en un restaurante, conversar un rato y después irse a la cama juntos. Eso les funcionaba a los dos. A Dean le gustaban las mujeres, siempre estaba envuelto en el trabajo que prefería dejar de un lado la diversión con ellas y Pamela estaba disponible cada que él se le antojaba. Él trataba de estarlo cuando ella lo quería. Eran amigos desde hace muchos años.
—Dile que ahí estaré por favor.
—Si, señor, también ha llamado Fernanda, hoy no puede ir a la casa, tiene exámenes mañana y se quedará en casa de una amiga a estudiar.
Fernanda iba por las tardes a ayudar a Karen y en ocasiones se quedaba a dormir. A Dean no le molestaba en absoluto. En algún momento el mismo se lo pidió, pero ella no aceptó.
—Gracias, iré a comer a casa; mándame un mensaje si necesitas algo; vendré a la cita de las cuatro.
A Dean últimamente le gustaba ir a casa a comer. Karen es una gran cocinera, y siempre tiene la comida lista cuando él llega.
Sale de su oficina y decide tomar el elevador privado. No tiene ganas de encontrarse con nadie; el camino es muy corto. Cuando compró su casa, eso fue lo que más le gustó. Vivir cerca de su empresa a sí evitaba el tráfico por la mañana y la privacidad era otra cosa que le encantaba de su hogar.
—Señor Dean, ¿lo llevamos a casa? —uno de sus guardaespaldas pregunta.
—Sí, Gus, a casa, pero antes lleguemos a la pastelería. Anoche escuché que a Karen le gustaban los bollitos de vainilla; iría a comprarle algunos. ¿Por qué lo hacía? Dean no lo sabía; solo quería tener un detalle con ella y también le gustaría a Sean. Casi no le daban dulces, pero tal vez uno no le haría daño.
La pastelería está llena de clientes, pero ya iba decidido a llevar los bollitos.
—¿Quiere que vaya yo? —su guardaespaldas se ofrece.
—Iré yo, gracias.
En cuanto entra al local, el aroma a pastel y galletas llega a sus fosas nasales. Dan también disfruta mucho lo dulce, pero evita comerlos seguido; le gusta cuidar su cuerpo.
—Buenas tardes, señor, ¿En qué le puedo ayudar? —una linda chica se acerca para ayudarle, y para verlo de cerca, Dean es un hombre muy atractivo; a donde va llama la atención y con ese traje gris Oxford que resalta más sus lindos ojos azules, la chica está encantada de atenderlo.
—Quiero veinte bollitos de vainilla por favor.
—¿Qué decoración desea? —le pregunta mientras le sonríe descaradamente.
—No importa; con un básico está bien.
—¿Dean?
La voz de Pamela lo sorprende.
—¿Qué haces aquí?
Pamela era una mujer atractiva. Ahora llevaba el cabello pelinegro, pero siempre es rubia. Su cuerpo es espectacular, tiene sus arreglitos; se los empezó a hacer desde los veinte gracias a un novio que le causaba inseguridades. Dean lo odiaba, era un estúpido que no valoraba a la mujer que tenía.
—Estoy comprando, ¿y tú?
—Tenía antojo de un pastel y aquí son los más deliciosos.
La trabajadora al ver a Pamela supuso que no tenía oportunidad con Dean, así que se fue a hacer el pedido que Dean le solicitó.
—A sí que adoptaste a ese niño del que me platicaste la otra noche.
—Si lo hice.
—Creí que habías decidido no hacerlo, eso no es bueno para ti, Dean, nunca has querido ser padre, y ese niño solo será un impedimento para tu futuro. ¿Qué harás con un niño?
—Contrate a alguien para que lo cuide. —No iba a hablarle a Pamela del trato con Karen.
—¿A quién? —se interesa Pamela.
—Es una larga historia; te la cuenta por la noche.
—Encontré un restaurante con la comida muy buena; se llama El Sazón de Sarah. Le iba a mandar la dirección a Carlos.
—Creo que lo he escuchado.
—Es muy rico.
—Aquí está su orden, señorita; puede pasar a pagar por acá —otra trabajadora llama a Pamela.
—Te veo por la noche —Dean le da un beso y un abrazo a su amiga.
Pamela siguió a la chica hasta el mostrador para pagar, pero su mente ya estaba pensando en la mujer que estaba trabajando con él. Ella lo sabía: Dean es un hombre muy guapo, cualquier mujer se puede enamorar de él. Tendría que conocer a esa chica pronto o se volvería loca.