Después de los besos apasionados que se dieron, Dean ha estado evitando a Karen; se lamenta a ver iniciado esto, no está listo, y no quiere dañarla.
A primera hora de la mañana, está sentado en el consultorio de su doctor. Ya lo ha puesto al tanto de la situación y la confusión que tiene en su cabeza.
—Dean, es normal enamorarse, lo que no es normal es que no quieras admitirlo, no pasa nada, todos nos enamoramos, mírame a mí, perdí a mi mujer, a la mujer que más amaba en la vida, a la madre de mis hijos, hoy ella no está en este plano terrenal y yo me volví a enamorar, mi corazón aún la ama, pero he aprendido a vivir y disfrutar las cosas sin ella.
Dean conocía la historia de su psiquiatra; una vez se lo contó porque Dean estaba interesado con conocerlo y eso lo ayudó a abrirse más con él. Dean no era un paciente fácil; para empezar, fue con él a petición de sus amigos; ellos mismos lo llevaban a cada consulta; estuvieron ahí con él cuándo se rehusaba a medicarse. Jeremy y Jackson eran los mejores.
—Ella no te abandonó.
—No lo hizo pero en aquel entonces no era lo que soy hoy, solo era un estudiante, Dean no puedes seguir pensando que todo gira al abandono de tu padre, como yo no puedo seguir viviendo con la muerte de mi mujer, ninguno de los dos tuvimos culpa de que eso pasara, tú no eres culpable de ese abandono solo eras un niño de dos años y tu madre fue una mujer guerrera hizo todo para que fueras el hombre que eres Dean, y no necesito decírtelo porque lo sabes y tus amigos son muestra de ello, te conocen, darías la vida por ellos, por Fernanda, no la abandonaste, tu no abandonas, incluso a ese pequeño y a esa dulce chica que te está robando el corazón, déjate Dean no tiene nada de malo, al contrario es maravilloso, yo le agradezco todos los días a la vida por regalarme aquella noche donde conocí a mi esposa.
—Tengo miedo, solo eso.
—Y es normal tener miedo a lo desconocido; nunca has tenido una mujer a tu lado que te llame la atención; ¿cuándo fue la última vez que besaste con deseo? Y no estoy hablando de deseo carnal.
Dean lo pensó por unos minutos; no recuerda haber besado a ninguna mujer porque lo deseara. Pensó en Pamela. Es a la mujer que más ha besado. ¿Pero alguna vez lo hizo por un sentimiento? No, la respuesta era que no, nunca ha sentido nada por Pamela; solo se desahogaba con ella. Sin embargo, pensó en el beso que hace días tuvo con Karen. Ese beso lo tenía aturdido en el trabajo y en las noches se le dificultaba dormir.
—Fue con ella —dice por fin, en un susurro que su doctor apenas escucha.
—Lo se
—¡¿Entonces para qué me lo preguntas?! —Dean está molesto.
—Quería escucharte y sobre todo quería que te escucharas. Dean, necesitas escucharte a ti.
Dean no contestó nada, pero se estaba debatiendo en si seguir el consejo o simplemente dejar las cosas así. Había evitado estos días a Karen; le fue difícil porque vivían bajo el mismo techo.
—Hagamos algo, Dean, date un mes con ella, conócela, deja que ella te conozca y si después de ese mes tú sientes que no puedes tener una relación no volveremos a tocar ese tema.
—¿Nunca más?
—Nunca más lo prometo.
Dean aceptó el trato; estaba convencido de que, aunque a Karen le llamaba mucho la atención, eso no iba para más. Él tenía claro que no quería casarse nunca. Lo de los hijos sabía que ahora tiene uno; en realidad es su sobrino, pero lo adoptará como suyo y eso ya lo tenía un poco superado.
—¿Te parece que nos veamos el próximo miércoles?
Dean salió del consultorio después de hacer la próxima cita. Hoy no estaba tan fresco; decidió caminar un poco. Carlos estaba caminando a corta distancia. Regularmente Dean se subía al coche y se dirigía a la empresa, pero últimamente hace cosas que salen de su rutina, pero Carlos jamás preguntaba; él solo se adaptaba a lo que su jefe hacía…
Se sentó en la misma banca que la semana pasada con su psiquiatra; había muy pocas personas haciendo ejercicios; el señor que vio aquel día estaba acompañado. Se miraba más feliz, al igual que la chica que lo acompañaba.
Se distrajo un rato viendo las fotografías de Sean: ese chiquillo rubio le está robando el corazón. Dean nunca se imaginó que, a pesar de no saber nada de niños, no era tan difícil tratar con él. Si tuvo que cambiar unos hábitos como el no fumar, casi no lo hacía, pero de vez en cuando le gustaba hacerlo en su casa, en su soledad. Ahora no lo hace desde que llegó; tampoco ha vuelto a tomar y las cosas que le pueden hacer daño desaparecieron. Mandó a poner puertas de seguridad en las escaleras para que Sean no pueda subir o bajar solo. No dudaba que Karen lo cuidaba bien, pero Sean era muy inquieto y Dean no quería que el niño sufriera algún daño.
—Buenos días, —el señor que estaba con la chica se sienta a un lado de él.
—Buenos días, —Dean lo saluda.
—Ya no estoy para estos trotes, pero mi doctor y mis hijos me obligan a caminar todos los días.
—Será por su bien.
—Sí, no le voy a negar que, si me gusta tener la atención de mi familia, pero estoy harto de caminar, esto no es para mí.
A Dean le sonrió; este hombre le caía bien.
—Abuelo, ya volví, es hora de seguir caminando —la chica que venía con el hombre mayor llega junto a él.
—Ten un buen día, Dean.
Dean lo mira sorprendido. ¿Cómo sabe su nombre? ¿Lo conoce?
—Espere, ¿cómo sabe mi nombre?
—Yo te traje al mundo, Dean, te reconocí la semana pasada; me alegra saber que sobreviste a ese hombre.
Dean estaba sorprendido de lo que acababa de oír. Su abuela le contó la historia de aquel doctor que lo trajo al mundo; su padre había golpeado cruelmente a su madre, el parto se le adelantó, era un día lluvioso y mi madre salió a pedir ayuda. El doctor iba en su coche. La auxilió y no la dejó sola hasta que ambos estaban bien. Nunca supieron el nombre del doctor.
El doctor se alejó, dejando a Dean en shock. Jamás imaginó que encontraría a ese doctor que ayudó a su madre a traerlo al mundo. Le dolía esa historia; odiaba a su padre por ver abandonado a su madre cuando estaba luchando por su vida con un niño de dos años y sin nada de dinero.