Adriá (la vuelta al reino)

Prólogo

Alicia, estrechaba a su hija entre sus brazos mientras intentaba tranquilizar a su hijo que temblando de miedo, trataba de sumirse en la oscuridad de una de las esquinas de aquella habitación.

Las paredes, e incluso el techo zumbaban, y ella se sintió un poco aliviada de tener un techo sobre sus cabezas en esos momentos, había sido idea de Pablo el instalarse en aquella casa abandonada mientras esperaban a que la tormenta cesara.

No habían pasado diez minutos de que habían ingresado a aquel cuartucho, cuando las paredes comenzaron a moverse de manera más fuerte, pasando de estar temblando a ser unos movimientos más estrepitosa, para segundos depués, ver como el techo sobre sus cabezas comenzaba a desmoronarse.

Los gritos desesperados de tres personas fueron ahogados en segundos por el golpe y la intensa lluvia que caía esa noche.

Un hombre que corría entre todo el caos a refugiarse, se detuvo a ver las ruinas de una casa al escuchar los sollozos de alguien en esa dirección. Al acercarse, se percató que se trataba de un muchacho, que lloraba desconsoladamente entre los escombros. Corrió a socorrerlo, pero a medida que se aproximaba, podía ver mejor la escena. Mitad del cuerpo del joven se encontraba sumido entre grandes rocas y se podía ver manchas rojas salpicadas por el rostro y brazos del chico.

Tres personas se acercaron a ayudar a Pablo a salir; se encontraba bastante aturdido, por lo que parecía no sentir dolor físico sino hasta que pudieron entre todos desenterrar la parte inferior de su cuerpo. En ese instante sintió como si fuego estuviera trepándose desde la punta de sus pies hasta la cintura.

La primer persona que había llegado a él, envolvió como pudo sus piernas con un simple suéter que llevaba. Pablo lo veía mover la boca, pero no podía entender ni una de las palabras que decía. Un momento después estaba tendido sobre la espalda del hombre que lo había rescatado, mientras que éste se apresuraba entre el bullicio de gente.

La tormenta había llegado a su fin.

Después de lo que se sintieron varias horas caminando, por fin había llegado a su casa.

Al ver la silueta a través de la ventana, su esposa salió disparada hacia fuera.

-Amanda, está herido, debemos contenerlo aquí hasta que las cosas se calmen.-Dijo el hombre a su esposa, entrando a su casa, para depositar a Pablo en una camilla. Sin mediar palabra, ella estrechó a su esposo en brazos, suspirando aliviada.

-Necesita un hospital.-Dijo Amanda observando las heridas que presentaba el cuerpo del muchacho.-No una pequeña clínica, no puedo hacer mucho.

-Lo sé, pero en estos momentos no es posible hacerlo.-Habló el hombre.

Sin decir mucho más, entre ambos, desinfectaron y vendaron las heridas del cuerpo de Pablo, quien aún se encontraba inconsciente.

-Los ancianos dicen que el océano traerá cosas malas.-Habló con nerviosismo mientras miraba a su esposa terminar su trabajo con el joven.

En ese momento, algo azotó la casa, haciendo que las paredes temblaran.

El hombre y su esposa intercambiaron miradas, demostrando con tan solo sus ojos, que temían por sus vidas.



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En el texto hay: fantasia, sirenas, sombras

Editado: 05.01.2019

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