Siento un gran alivio cuando Hardin se marcha por fin para que Steph y yo
podamos hablar de la fiesta. Necesito más detalles para calmar mis nervios, y
tenerlo a él cerca no ayuda.
—¿Dónde es esa fiesta? ¿Se puede ir andando? —le pregunto intentando sonar
lo más tranquila posible mientras coloco mis libros ordenadamente en la
estantería.
—Técnicamente, es una fiesta de fraternidad, y acudirá una de las
fraternidades más importantes. —Abre la boca como un pez mientras se aplica
más rímel en las pestañas—. Se celebra fuera del campus, así que no iremos
andando, pero Nate vendrá a recogernos.
Me alegro de que no sea Hardin, aunque sé que también irá. La idea de ir en
un coche con él me resulta insoportable. ¿Por qué es tan grosero? En todo caso,
debería estar agradecido de que no lo juzgue por la manera en la que ha
destruido su cuerpo con tantos agujeros y tatuajes. Vale, puede que lo esté
juzgando un poco, pero al menos no en su cara. Al menos yo respeto nuestras
diferencias. En mi casa, los tatuajes y los piercings no son algo normal. Siempre
he llevado el pelo peinado, las cejas depiladas y la ropa limpia y planchada. La
verdad es ésa.
—¿Me oy es? —me pregunta Steph interrumpiendo mis pensamientos.
—Perdona…, ¿qué? —No me había dado cuenta de que mi mente se había
desviado hasta el chico grosero.
—He dicho que vamos a prepararnos. Quiero que me ayudes a elegir qué
ponerme —dice.
Los vestidos que selecciona son tan poco apropiados que no paro de mirar a
mi alrededor buscando una cámara oculta y de esperar que de repente alguien
aparezca de ninguna parte y me diga que todo ha sido una broma. Hago una
mueca de horror al verlos todos y ella se ríe. Al parecer, le hace gracia que no
me gusten.
El vestido (o, mejor dicho, el harapo) que elige al final es una rejilla negra
que deja ver el sujetador. Lo único que evita que enseñe todo el cuerpo son unas
bragas asimismo negras. La falda apenas llega a cubrirle la parte superior de los
muslos, y ella no para de subirse más la tela para mostrar más pierna, y luego
tira de la parte superior hacia abajo para mostrar más escote. Los tacones de sus zapatos miden al menos diez centímetros de altura. Se recoge el pelo rojo como
el fuego en un moño desenfadado con algunos mechones sueltos que caen sobre
sus hombros y se pinta una gruesa raya en los ojos con lápiz azul y negro. No
creía que fuera posible ponerse más eyeliner del que ya luce habitualmente.
—¿Te dolieron los tatuajes? —pregunto mientras saco mi vestido granate
favorito.
—El primero que me hicieron sí, pero no tanto como la gente cree. Es como
un montón de picaduras de abeja —dice quitándole importancia.
—Eso suena horrible —contesto, y se echa a reír.
Entonces pienso que probablemente yo le resulte tan rara como ella a mí. Y
el hecho de que ambas seamos extrañas para la otra se me antoja curiosamente
reconfortante.
Se queda boquiabierta al ver mi vestido.
—No irás a ponerte eso, ¿verdad?
Deslizo la mano por la tela. Es el vestido más bonito que tengo, es mi
preferido, y la verdad es que no tengo muchos.
—¿Por qué? ¿Qué tiene de malo? —pregunto, intentando ocultar lo ofendida
que me siento.
El tejido granate es suave pero resistente, como el de los trajes de negocios,
con el cuello alto y cerrado y las mangas de tres cuartos que me llegan justo
hasta debajo de los codos.
—Nada…, sólo que… es muy largo —dice.
—Sólo me cubre hasta debajo de la rodilla. —No sé si es consciente de que
me ha ofendido o no, pero por alguna razón no quiero que lo sepa.
—Es bonito —añade—. Es sólo que me parece demasiado formal para una
fiesta. Si quieres, te presto algo mío —dice con toda la sinceridad del mundo.
Me encojo ante la idea de intentar embutirme en uno de sus minúsculos
vestidos.
—Gracias, Steph, pero prefiero llevar éste —digo, y enchufo las tenacillas.