Más tarde, una vez que mi melena está perfectamente rizada y cayendo sobre
mi espalda, me coloco dos horquillas, una a cada lado, para que el pelo no me
caiga sobre la cara.
—¿Quieres que te preste un poco de maquillaje? —pregunta Steph, y yo me
miro al espejo de nuevo.
Mis ojos siempre parecen demasiado grandes para mi cara, pero prefiero
llevar cuanto menos maquillaje mejor, y normalmente sólo me aplico algo de
rímel y brillo de labios.
—¿Me pinto un poco la raya? —digo, poco convencida.
Con una sonrisa, Steph me pasa tres lápices: uno morado, uno negro y uno
marrón. Los hago rodar entre mis dedos y dudo entre el negro y el marrón.
—El morado quedaría genial con tu color de ojos —observa, y yo sonrío pero
niego con la cabeza—. Tienes unos ojos extraordinarios. ¿Nos los cambiamos? —
bromea.
Sin embargo, ella tiene unos preciosos ojos verdes, ¿por qué iba a querer
cambiármelos? Cojo el lápiz negro y me pinto una línea lo más fina posible
alrededor de los ojos. Steph sonríe con orgullo.
Entonces, su móvil empieza a vibrar y lo saca del bolso.
—Nate ya está aquí —dice.
Cojo mi bolso, me aliso el vestido y me pongo mis zapatillas Toms planas y
blancas. Ella las mira, pero no dice nada.
Nate nos espera delante del edificio, con la música heavy sonando a todo
volumen a través de las ventanas abiertas de su coche. No puedo evitar mirar a
todas partes para ver si alguien nos está observando. Agacho la cabeza y, cuando
levanto la vista, veo a Hardin sentado en el asiento delantero. Debía de estar
agachado cuando hemos salido. « En fin…»
—Señoritas —nos saluda Nate.
Hardin me mira mientras me meto en el coche detrás de Steph, y acabo
sentada justo detrás de él.
—Eres consciente de que vamos a una fiesta, no a misa, ¿verdad, Theresa? —
dice.
Miro el retrovisor derecho y veo una sonrisa burlona en su cara.
—No me llames Theresa, por favor. Prefiero Tessa —lo aviso.
Además, ¿cómo sabe mi nombre? El nombre de Theresa me recuerda a mi
padre, y preferiría no oírlo.—Claro, Theresa —replica.
Me dejo caer contra el respaldo y pongo los ojos en blanco. Decido no seguir
discutiendo con él. No merece la pena.
Me quedo mirando por la ventana, intentando bloquear el estruendo de la
música mientras avanzamos. Finalmente, Nate aparca al lado de una calle
bulliciosa repleta de casas enormes y aparentemente idénticas. El nombre de la
fraternidad está escrito en letras negras, pero no distingo las palabras porque las
enredaderas que trepan por la enorme vivienda que tenemos delante las ocultan.
Largas tiras de papel higiénico se extienden por toda la casa blanca, y el ruido
que emana desde el interior pone la guinda a la estereotípica casa de la
fraternidad.
—Es enorme. ¿Cuánta gente habrá aquí? —digo tragando saliva.
El jardín está lleno de chicos y chicas con vasos rojos de plástico en la mano,
y algunos de ellos están bailando, directamente ahí, sobre el césped. Me siento
totalmente fuera de lugar.
—Un montón. Vamos —responde Hardin al tiempo que baja del coche y
cierra dando un portazo.
Desde el asiento de atrás veo cómo varias personas chocan o le dan la mano
a Nate, pasando de Hardin. Lo que me sorprende es que los demás no están
repletos de tatuajes como él, Nate y Steph. A lo mejor, después de todo, voy a
poder hacer algunos amigos esta noche.
—¿Vienes? —Steph me sonríe, abre la puerta y sale del coche.
Asiento casi para mí misma, salgo a mi vez y me aliso el vestido de nuevo.