La chica se vuelve y me mira mientras yo intento mover los pies, pero éstos no
me obedecen.
—¿Puedo ayudarte en algo? —pregunta con cinismo.
Hardin se incorpora, con ella todavía sobre su torso. Su rostro no refleja
diversión ni vergüenza. Debe de hacer estas cosas constantemente. Debe de estar
acostumbrado a que lo sorprendan en casas de fraternidades practicando sexo
con chicas extrañas.
—Esto…, no. Perdón, yo… Estoy buscando un baño, alguien me ha tirado la
bebida encima —me explico rápidamente.
Qué situación tan incómoda. La chica pega la boca contra el cuello de Hardin
y aparto la mirada. Estos dos son tal para cual. Ambos tatuados y ambos
groseros.
—Muy bien —dice—. Pues sigue buscando.
Pone los ojos en blanco y y o asiento y salgo de la habitación. Cuando la
puerta se cierra, apoy o la espalda contra ella. Hasta ahora, la universidad no está
resultando ser nada divertida. No consigo comprender cómo una fiesta como ésta
puede considerarse algo divertido. En lugar de intentar encontrar el baño, decido
ir a buscar la cocina y lavarme allí. Lo último que quiero es abrir otra puerta y
ver a más universitarios borrachos y con las hormonas a flor de piel unos sobre
otros. De nuevo.
Encuentro la cocina con bastante facilidad, pero se encuentra plagada de
gente, ya que la mayor parte del alcohol está en cubos con hielo sobre la
encimera, y las cajas de pizza están apiladas sobre los bancos. Tengo que estirar
el brazo por encima de una chica morena que está vomitando en la pila para
coger un poco de papel absorbente y mojarlo. Mientras me lo paso por el vestido,
las pequeñas fibras blancas de celulosa del papel barato cubren la parte mojada,
empeorando el problema. Frustrada, gruño y me apoyo contra la encimera.
—¿Lo estás pasando bien? —pregunta Nate mientras se acerca a mí.
Me alivia ver una cara familiar. Me sonríe con dulzura y da un sorbo a su
bebida.
—No mucho… ¿Cuánto suelen durar estas fiestas?
—Toda la noche… y la mitad del día siguiente. —Se ríe, y yo me quedo
boquiabierta.
¿Cuándo querrá irse Steph? Espero que pronto.
—Un momento —digo empezando a ponerme nerviosa—. ¿Quién va a llevarnos de vuelta a la residencia? —le pregunto, consciente de que tiene los ojos
iny ectados en sangre.
—No lo sé… Puedes conducir tú mi coche si quieres —repone.
—Eres muy amable, pero no puedo conducir tu coche. Si tenemos un
accidente o me para la policía con menores de edad ebrios en el vehículo, me
metería en un buen lío. —Ya me estoy imaginando la cara de mi madre
sacándome de la cárcel.
—No, no, es un tray ecto corto. Deberías coger mi coche. Tú no has bebido.
De lo contrario, tendrás que quedarte aquí. O, si lo prefieres, pregunto por ahí a
ver si alguien…
—No te preocupes. Me las apañaré —consigo decir antes de que alguien suba
el volumen de la música y no se oiga nada más que un bajo y unas letras que son
prácticamente berridos.
Conforme va avanzando la noche, veo cada vez más claro que mi decisión de
venir a esta fiesta ha sido un gran error.