Afterlife

Capítulo 4 - Seclusión

Irina

25 de julio 2022

Cada vez quedan menos opciones a elegir. Solo han pasado 24 horas, pero tener que despertarme y recordar que estoy sola es otro motivo por el que deprimirme más. La soledad es sin duda el arma más peligrosa del mundo, una vez que la tienes en tus manos te condenas a tu propia destrucción. No tener a nadie a quien pedir ayuda cuando te estás hundiendo es puro sufrimiento. Pedir ayuda no te hace ser inútil, de lo contrario, pedir ayuda es inteligente, ya que te das cuenta de que hay cosas que no las puedes hacer por tu cuenta. Sin embargo, ese es mi problema, no tengo a quién pedir ayuda.

Hoy es una de esas calurosas mañanas de verano, así son los días en Nauschwarch, una mañana hace frío y a la siguiente ya todo está que se derrite. Lo primero que hago es ir a la ducha a quitarme todo el sudor de esta noche. Soy de esas personas que se levantan temprano especialmente para ducharse, ya que más tarde el cuarto de baño suele estar ocupado. Pero al estar sola en esta dimensión no hay nadie que me impida ir al baño. De igual manera me he despertado temprano solo para hacerlo. Pongo mi playlist en modo aleatorio y me meto en la ducha. Puedo escuchar el sonido de las patas de Gretel corretear de un lado a otro en el pasillo, pero no puedo distinguir si es porque está nerviosa o feliz.

Salgo del baño con una toalla enredada a mi cuerpo. Gretel ya no está en el pasillo. La luz solar que antes iluminaba los pasillos de la casa ahora queda sustituida por sombra. Me parece extraño, pero no le doy mucha importancia. Voy a mi habitación y me pongo la ropa de recambio, hoy me he decantado por tonos oscuros. Miro por la ventana de mi habitación y veo una enorme nube, casi tan negra como mi camiseta, en los cielos de Nauschwarch. Va a llover. Mi predicción se cumple, ya que poco después las primeras gotas de lluvia caen sobre el cristal de mi ventana.

Golpes en la puerta principal se escuchan.

De momento solo se me pasan por la cabeza el Sr. Weber y Ludwig, ya que son los únicos que he visto con vida. Por un lado, puede ser el Sr. Weber para informarme de cualquier cosa y por otro lado podría ser Ludwig para, bueno, realmente no estoy segura porqué Ludwig vendría a mi casa.

Bajo las escaleras a paso rápido y consigo abrir la puerta antes de que otro golpe caiga sobre ella. En frente de mí se encuentra esa última persona que pensé que vendría a visitarme. Ludwig, con su playera de Guns n’ Roses y sus pantalones mojados, estaba esperando. En su mano había una piedra roja bastante llamativa.

Hola— saluda con un movimiento de mano.

Hola.

Nos quedamos en silencio.

Tenemos un timbre, ¿por si no lo sabías? — una vez más sueno borde y cortante, debo aclarar que esas no eran mis intenciones.

Ya…

—¿Qué sucede? — inquiero, refiriéndome a su inesperada visita.

Quería pedirte disculpas en persona— dice mientras acerca la roca a mí—. Toma, una piedra granate, es de mis favoritas.

No es necesario— digo mientras trato de devolverle la piedra.

Considéralo un regalo— dice sacudiendo lentamente la cabeza en forma de no.

Decido no hacer más incómoda esta conversación cediendo y guardando la piedra en el bolsillo de mi pantalón. Vuelvo la mirada hacia Ludwig y lo encuentro contemplándome atentamente.

—¿Entonces aceptas mis disculpas? — algo en su tono me dice que está intentando prolongar nuestra plática.

Sí, supongo— él me queda mirando como si esperara algo. Quizás espera a que lo invite a pasar dentro.

Finalmente acabo invitándole a pasar.

 —¿Quieres tomar algo? — le pregunto, mientras él se asienta sobre el sofá de la sala de estar.

Un café, quizás.

Vagamente me dirijo hacia la cafetera y le preparo un café. Todo se queda en silencio por unos segundos, tan solo el estridente sonido de la cafetera retumbando por toda la sala.

Muchas gracias— dice Ludwig en el mismo instante en el que la última gota de café cae en el vaso.

Giro la mirada hacia él, quien espera en la mesa con los brazos cruzados. Sujeto la taza con las dos manos, tratando de no quemarme.

—¿Por qué? — pregunto una vez dejo la taza sobre la mesa.

Por dejarme pasar— explica acercando la taza a su boca. Toma un sorbo de ella—. Y bueno, también por perdonarme.

Mi única respuesta fue un lento movimiento de cabeza en forma de “sí”. Pues no estoy segura de qué contestarle, la atmosfera entre nosotros dos me parece muy incómoda. Me giro nuevamente hacia la encimera y pongo la tetera a hervir. Aguanto la mirada sobre el vapor que sale de ella, ya que no quiero verle la cara, no podría. Una vez el té está preparado, cojo la taza y me dirijo al lado de Ludwig. Allí permanezco en silencio, soplando al té.

Ludwig suelta una risita por lo bajo.

Creo que ya ha dejado de llover— me avisa.




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