La noche había descendido sobre la metrópolis como un manto de terciopelo oscuro, salpicado por el brillo frío y distante de las estrellas y el resplandor dorado de las farolas que iluminaban la elegante plaza de negocios. El aire fresco de la noche llevaba consigo una sinfonía urbana de sonidos: el murmullo constante del tráfico en las avenidas cercanas, el eco lejano de las sirenas, el suave susurro del viento entre los rascacielos y el ocasional tintineo de las copas proveniente de algún bar exclusivo. Valeria caminaba con paso firme y decidido sobre las relucientes baldosas de granito de la plaza, sus tacones de aguja resonando con un eco nítido que rompía el silencio de la noche tardía.
Su objetivo se alzaba imponente frente a ella: un moderno edificio de cristal y acero que albergaba una de las oficinas clave para su siguiente operación. El caso, en apariencia, era tan claro como la luz de la luna: un hombre, el director financiero de una importante empresa tecnológica, había urdido una traición que iba más allá de lo profesional, desviando fondos millonarios y destrozando la confianza que había construido junto a su socia durante años. Para Las Erinias, este era otro objetivo que necesitaba ser expuesto y desmantelado... con la elegancia y el estilo que las caracterizaban.
Valeria, enfundada en un traje de pantalón negro de corte impecable que realzaba su figura esbelta y su porte autoritario, no mostraba ni una sombra de duda en su rostro. Sus ojos afilados, como dos fragmentos de obsidiana, escrutaban cada detalle de su entorno, mientras su mente, siempre tres pasos por delante de cualquier posible adversario, ya estaba trazando la ruta más eficiente hacia su objetivo. De su bolso de diseñador, un elegante clutch de cuero negro, extrajo un pequeño dispositivo electrónico, apenas más grande que un llavero, cuya superficie lisa reflejaba la luz de la luna.
Este discreto aparato era su llave maestra silenciosa, la herramienta que le permitiría acceder al edificio sin alertar a la seguridad.
—Es hora de empezar —murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro en la quietud de la noche, mientras se acercaba a la entrada principal del edificio, sus movimientos fluidos y precisos como los de una felina a punto de acechar a su presa.
Mientras tanto, a pocos metros de distancia, oculto en la sombra de una imponente escultura moderna que adornaba el centro de la plaza, Adrián Velasco estaba inmerso en la revisión de los documentos del mismo caso, su rostro iluminado por la tenue luz de la pantalla de su tableta. Como líder de Los Centinelas, la responsabilidad de asegurar que los objetivos de la agencia se cumplieran con la máxima precisión recaía directamente sobre sus hombros. Y este caso en particular presentaba una peculiaridad que lo hacía especialmente delicado: el hombre en cuestión, el director financiero ahora en la mira de Las Erinias, era un cliente directo de Los Centinelas, quien había recurrido a sus servicios buscando proteger su reputación a toda costa de las acusaciones que comenzaban a circular en los círculos empresariales.
Adrián levantó la mirada de su expediente digital justo en el momento preciso para divisar la figura inconfundible de Valeria que se deslizaba con sigilo hacia las puertas de cristal del edificio. Aunque nunca se habían encontrado cara a cara fuera del tenso ambiente del karaoke, él había dedicado tiempo suficiente a estudiar los perfiles y los métodos de Las Erinias para reconocer su presencia, incluso en la penumbra de la noche. Una sonrisa casi imperceptible, cargada de una mezcla de anticipación y respeto profesional, cruzó fugazmente sus labios.
—Interesante —murmuró, su voz grave y ligeramente áspera apenas audible en el silencio de la plaza, antes de cerrar su tableta con un movimiento rápido y seguir los discretos pasos de su adversaria hacia el interior del edificio.
El enfrentamiento
Dentro del vestíbulo del edificio, iluminado por luces tenues y elegantes que resaltaban el brillo del mármol blanco y los detalles en acero pulido, Valeria trabajaba con la misma precisión y eficiencia que la caracterizaban. Con movimientos rápidos y seguros, deslizó su dispositivo electrónico sobre el panel de seguridad junto a una de las puertas laterales, desactivando silenciosamente la alarma. Utilizó su sofisticado software para acceder al sistema de cámaras de seguridad del edificio, manipulando los ángulos de visión y atenuando estratégicamente las luces de los pasillos para crear el escenario perfecto que le permitiera moverse sin ser detectada. Pero justo cuando estaba a punto de alcanzar la puerta que conducía a la oficina de su objetivo, un sonido repentino detrás de ella la hizo detenerse en seco, su cuerpo tensándose como el de un felino en alerta.
—Ingenioso, pero no lo suficiente, señorita —dijo una voz masculina, un tono bajo y ligeramente burlón que resonó en el silencio del pasillo.
Valeria se giró lentamente, con una elegancia felina, y se encontró con Adrián de pie a pocos metros de distancia, su figura imponente destacando contra la luz tenue del pasillo. Vestía un traje oscuro impecable que realzaba su porte atlético, y su mirada intensa, de un azul penetrante, mezclaba un evidente desafío con una curiosidad palpable.
—Qué sorpresa encontrarte aquí, Adrián —respondió ella, manteniendo una compostura impecable a pesar de la repentina aparición de su rival—. ¿Sigues a las mujeres en secreto por los edificios a estas horas de la noche?
Adrián esbozó una sonrisa leve, casi un destello en la oscuridad, sin apartar su mirada de Valeria. —Solo a las que parecen demasiado inteligentes para su propio bien y que tienen la costumbre de entrometerse en los asuntos de mis clientes.