ADMES
¿Alguna vez te has preguntado quién fuiste? ¿Nunca te cuestionas de dónde provienes?
Pues a mí me pasa a diario; cada vez que camino entre los humanos, ayudándoles a encontrar su alma gemela, esa persona con la que compartirán el resto de sus días en la Tierra, me pregunto si alguna vez yo fui uno de ellos.
Mi mente da vueltas al tratar de recordar algo de lo que pude ser en el pasado, varios siglos atrás antes de que fuese elegido para ser uno de los ayudantes de Cupido, o a como a él le gusta llamarnos: un Agente del amor.
Había visto tantas parejas unirse y declararse amor eterno, que ya incluso había perdido la cuenta. Estuve ahí en la unión de Isabell I de Castilla y Fernando II de Aragón; incluso fui feliz al ver la mirada de enamorados que compartieron Enrique Iglesias y Anna Kúrnikova.
Sonrío de medio lado y me apoyo con ambas manos del borde del ventanal de mi oficina, observo a algunos de los agentes caminar por las blancas calles compartiendo sonrisas, todos luciendo de la misma forma en la que yo lucía: esmoquin totalmente blanco, cabello castaño claro perfectamente ordenado, ojos completamente celestes y además, nuestra compañera de siempre: la rosa azul en el bolsillo derecho de la chaqueta.
Según nos informó Cupido desde el inicio, sin esa rosa los agentes perderíamos nuestros poderes, nunca más seriamos invisibles frente a los humanos, tampoco podríamos mover objetos con nuestra mente, mucho menos podríamos entrar a la mente de las personas para mostrarles con cual humano deben de unirse; y lo más importante de todo, sin la rosa azul dejaríamos de existir.
Cuando fuimos elegidos para este trabajo, se nos entregó una a cada uno, la cual es nuestra responsabilidad cuidar de que siempre permanezca con nosotros.
Hacía unos 25 años atrás, uno de nosotros se había revelado en la Tierra, y había terminado por quemar su rosa, desde entonces, nunca más volvimos a saber de él, ni siquiera se nos informó del motivo de su deserción, pues Cupido simplemente había dado el caso por cerrado.
Justo ahora ni siquiera recordaba el nombre de mi compañero, lo que siempre me dejó con la duda de si el hombrecillo había jugado con nuestras mentes para hacernos olvidar.
—Admes —me enderezo y me doy la vuelta cuando escucho a Acacia llamarme.
La chica acababa de materializarse frente a mí, estira su chaqueta blanca y me sonríe a la vez que eleva una ceja.
—Aún me pregunto si no te has enterado de que ahí hay una puerta —señalo con mi barbilla hacia la entrada de la oficina.
Ella dirige su mirada hacia donde apunto, para después simplemente volverse hacia mí y elevar sus hombros en una señal de que le vale que haya una puerta.
—No me gustan las puertas —alarga, arrugando su nariz—. Y ya deja de atrasarme, solo vine a decirte que hay reunión en 10 minutos en la sala Cupido.
Doy un asentimiento a la nada, puesto que la chica se había ido a la misma velocidad con la que se había materializado.
Camino hacia la puerta y cierro tras de mí después de salir, me dirijo a paso lento hacia la sala, mientras percibo como las luces pasan a gran velocidad sobre mi cabeza, dirigiéndose hacia el mismo sitio.
Este era un sitio donde a todos les entretenía el poder usar sus habilidades en la mínima oportunidad que tuvieran; a mí no me satisfacía hacerlo, pues tenía tantos siglos de observar la forma de vida de los humanos, que no me parecía tan mala. Los había visto caminar e incluso hasta correr con extrañas ropas pegadas a su cuerpo, con el sudor que mojaba cada parte de su cuerpo y aun así, se veía lo mucho que lo disfrutaban.
Empujo las puertas de cristal y avanzo hacia mi lugar en la gran mesa rectangular que se encuentra en medio de la habitación dorada en donde Cupido se cree el amo y señor de toda la existencia.
Miro el lugar, en donde logro notar que únicamente están vacíos mi sitio y el de Altaír, quien es el chico que por lo general siempre suele llegar tarde a todo.
—Admes, ¿Por qué sigues utilizando tus pies? ¿No te he dicho ya, que cuando son llamados deben de presentarse inmediatamente? —habla Cupido con un deje de molestia desde la punta de la mesa.
—Lo siento, señor —me disculpo, a la vez que cierro los ojos para desvanecerme y después materializarme en mi sitio al lado de Acacia.
Observo a mi jefe, ese hombre alto y corpulento que todos los humanos lo visualizan como un angelillo en pañales. Cupido no tenía la imagen de ser alguien lleno de amor y ternura, de hecho, a simple vista suele ser muy intimidante frente a cualquier ente o persona. Su expresión es fría, siempre parece estar enojado con todo el mundo; sus ojos, a pesar de que son tan celestes como los de cualquier agente, inspiran un grado de oscuridad cuando se dirige hacia los demás.
—¿Dónde está Altaír? —eleva su tono de voz al notar que aún sigue haciendo falta el último invitado a la reunión.
Altaír comienza a materializarse a mi lado de forma inmediata, dejando salir una estrepitosa carcajada. Altaír era un caso especial, era la criatura que más disfrutaba ser un agente, siempre estaba de excelente humor, además de que se regocijaba al hacer enojar a Cupido.