Agentes del Amor

Capítulo 12| "Aurelio es le menor de tus problemas"

ADMES

Reaparezco en uno de los blancos pasillos de la Agencia, acomodo mi saco y después camino a paso rápido hacia la oficina de Cupido, ignorando las miradas quisquillosas que me dedican un par de agentes que me encuentro en el camino. Tal parecía que ya la información de la situación vivenciada en la Tierra, había llegado hasta la agencia, en pequeñas palabras, el soplón de Aurelio estaba aquí.

—¡Admes! —me detengo al escuchar un pequeño susurro llamándome desde un par de puertas atrás.

Me giro y noto enseguida a Acacia sacando la cabeza por su puerta medio abierta. Me hace un gesto con su mirada para que me acerque y después desaparece adentro.

Muerdo mi labio inferior mientras me dedico a mirar hacia dónde me dirigía, vacilando si ir u obedecer a Acacia. Al final dejo salir el aire con pesadez y me desvanezco para aparecer en la oficina de mi compañera.

Ella se encontraba sentada tras su escritorio, varios archivos electrónicos navegaban frente a ella, mientras se dedicaba a alejarlos con sus dedos, a la vez que agrandaba otros. Mueve sus manos frente a su rostro, haciendo que los archivos desaparezcan.

—¿Qué ha pasado? —masculla, viéndome directamente—. ¿Por qué Aurelio se presentó en la agencia maldiciendo tu nombre?

Pongo los ojos en blanco. Debí de suponer desde un principio que el sujeto estaba aquí.

—Nada, solo impedí que se llevara a Eleonor.

—Eleonor —murmura entre dientes—. Otra vez ella; ¿Sí te das cuenta en la cantidad de problemas que te estás metiendo por causas a ella?

—Acacia, simplemente no puedo dejarla morir.

—¡Maldición, Admes! —ella golpeó su escritorio con ambos puños—, ¡No puedes intervenir en la labor de Aurelio!

—¿Desde cuándo has aprendido a hablar de esa manera? —cuestiono, elevando una ceja en su dirección.

—¡Tú me sacas de mi sano juicio!

—No quise meterte en esto, Acacia.

Ella dejó salir un lento suspiro. Llevó ambas manos hasta su cabeza y dio una vuelta en su silla. Aflojó el moño que imaginaba casi cortaba la circulación de su cabeza y después me miró.

—Admes, solo no quiero perderte a ti también.

Frunzo el ceño. —¿A quién más has perdido, Acacia?

Una pequeña sonrisa surcó sus labios, meneó levemente su cabeza y después hizo un movimiento con su mano derecha, haciendo que un nuevo archivo se abriera frente a ella. Ahí, pude notar la imagen de dos bebés en blanco y negro, la imagen parecía ser de hacía siglos atrás, pues incluso parecía una reliquia.

La imagen de pronto se distorsionó, mostrándome un incendio en lo que parecía ser una cabaña en medio de la nada.

—Si pensaste que eres el único Agente especial, por descubrir nuevas habilidades, estás muy equivocado —sonríe con suficiencia, haciendo que su mirada brillara—. Siéntate, que voy a contarte una historia —vuelve a mover su mano, haciendo que el sofá que se encontraba junto a la puerta, se acerque al escritorio.

Tomo asiento y espero, sin poder dejar de ver la imagen del incendio frente a mí.

—Hace muchos siglos, Cupido se reveló porque estaba cansado de hacer solo éste trabajo tan agotador que es el unir almas. El mundo se convirtió en un caos por la ausencia del amor en las personas, por lo que, el jefe le asignó a un grupo de selectas almas puras para que así pudieran ayudarle —ella se detuvo, entrelazó sus dedos bajo su barbilla y después enarcó una ceja—. Siempre te has preguntado sobre cómo fue tu existencia, ¿No es así, Admes?

Asiento hacia ella, incapaz de perderme un segundo de su historia.

—¿Tú lo sabes, Acacia?

—Desde siempre, Admes. Supongo que el hecho de borrar la memoria, no funcionó conmigo.

—¿Cómo…?

—Tal vez también fui una anomalía —contesta, encogiéndose de hombros—. O solo soy muy inteligente para contrarrestar la magia de Cupido.

—Acacia, deja de irte por las ramas y continúa por favor.

—Deja de ser impaciente, Admes —arguyó, volteando los ojos—. Tú y yo, y a ninguno de los agentes se nos dio la oportunidad de tener una vida a cómo la tiene tu amada. Al nacer, fuimos arrebatados por Aurelio, muriendo en sí para el mundo de los humanos.

Parpadee en varias ocasiones al escuchar aquello. ¿Acaso yo fui humano en algún momento? ¿Era eso a lo que se refería Acacia?

Me fue inevitable no llegar a sentir un sentimiento diferente al que estaba acostumbrado; en ese instante me sentí asqueado por Aurelio e incluso con Cupido. ¡Pude haber crecido! ¡Pude llegar a tener mi propia vida!

—Sí, Admes. Así como lo estás imaginando. Cada uno de nosotros estuvo alguna vez en el vientre de una mujer. Íbamos a tener una mamá, un papá… una familia —susurró lo último casi para sí misma—. Pero morimos, para así darle paso a éstas criaturas sobrenaturales que ahora somos —ella abrió el archivo del incendio aún más, para incluso poder escuchar el llanto de una mujer y de dos bebés.

—Yo perdí la vida en ese incendio; junto a mi madre y mi hermano mellizo —cerró el archivo y se inclinó hacia delante—. Mi hermano era el agente que se reveló hace 25 años, Admes.

La miré, un destello de tristeza cruzó su mirada cuando lo dijo.

—¿Lo recuerdas?

—Por supuesto —asiente, dejando salir un largo suspiro—. Habíamos estado juntos durante siglos, Admes. Por lo que no hay un solo día en que no lo extrañe.

—Yo… lo siento mucho, Acacia.

—Supongo que en algún momento aprenderé a vivir con su ausencia —dijo, levantando los hombros—. Pero por favor, no me obligues a vivir con tu ausencia también —su mirada me enfocó con ruego, mostrándome el mismo destello de temor que había visto en la mirada de Eleonor esa noche—. Tengo la sospecha de que la chica por la cual él desapareció, era la otra anomalía. Altair está averiguando sobre ello.

—No puedo abandonar a Eleonor, Acacia. No puedes pedirme eso.

Llevó sus dos manos hasta sus sentidos, apoyó sus codos sobre la fina madera del escritorio y suspiró. Por un instante, me pareció ver sus blancas luces centellear en un par de ocasiones. Dirigí la mirada a mi alrededor, solo para presenciar como sus paredes color rosa, parecían estar llorando, pues largas columnas de pintura negra, bajaban a través de ellas.

—Acacia —le hablé, estirando una mano para tomar la suya.

Ella me miró, haciendo que las luces volvieran a la normalidad, y que el color negro que bajaba por sus paredes, se devolvía hasta desaparecer por las esquinas superiores de la pared.

—¿Qué fue eso?

Ella negó con la cabeza y sonrió con timidez.

—No lo sé, ocurre cada vez que me desespero.

—¿Qué más puedes hacer? —pregunto, estrechando mis ojos en su dirección, al percatarme de lo fuerte que era.

—Una que otra cosilla más —sonrió, haciendo un chasquido con sus dedos, de dónde provino una pequeña llama—, supongo que éste don se debe al haber muerto entre las llamas.

Volvió a chasquear los dedos y desapareció. La miré fijamente, Acacia definitivamente era increíble; ahora entendía el motivo que llevaba a Cupido tenerla cerca. No le convenía que estuviese en su contra.

—¿Sabes cómo morí yo?

—Asfixiado con tu cordón umbilical. Deberías de comenzar a buscar tu verdadero poder, pues esto —dijo, formando luces con sus manos—, no creo que lo sea, Admes.

—Eres increíble.

—Lo sé —sonrió—. Admes —llamó, adoptando una expresión seria—. No vayas a buscar a Cupido, no confío en él.

—Yo tampoco lo hago —murmuro, dándole la razón.

—No, escucha. Altair averiguó que Cupido a estado recolectando a las anomalías a través de los siglos; ellos simplemente llegan a desaparecer sin dejar rastro.

Un frío recorrió mi espalda, mientras que un fuerte jadeo salía de mis labios. Presioné mis dedos contra la esquina del escritorio, imaginando lo peor… Eleonor corría verdadero peligro. Siempre tuve las sospechas de que algo andaba mal con Cupido, pues solía encerrarse en su oficina durante horas, con sujetos extraños que no me daban buena espina, además, suponía que Cupido ya sabía sobre la existencia de Eleonor, por lo que ahora casi podía asegurar que esas criaturas extrañas que la merodeaban de vez en cuando, eran enviados por él.

—Aurelio es la menor de tus preocupaciones en este momento; pues estoy segura de que Cupido no dejará que se lleve a Eleonor. Él la recolectará en algún momento, es por eso que temo por ti.

—Debo de hablar con él.

—No, no lo hagas —se apresuró a decir, extendiendo su mano para apretar la mía—, a partir de éste momento deberás de ser un agente prófugo. Sí quieres proteger a Eleonor, vete y no te aparezcas más por este lugar. Altair y yo te buscaremos si es necesario.

—Acacia…

—Has caso, hombre. No seas testarudo.

Doy un asentimiento y me levanto. Ella me imita y luego rodea el escritorio, abre sus brazos y me envuelve en un fuerte abrazo.

—Mataré a Eleonor, si por su culpa te sucede algo —me susurra al oído antes de retroceder.



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En el texto hay: sobrenatural, cupido, agentesdelamor

Editado: 23.09.2018

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