XXIII. El ojo de la tormenta
La búsqueda de respuestas siempre llevaba a Vera a descubrimientos impactantes sobre su familia y sus propios orígenes. Mientras se enfrentaba a la realidad de su linaje, la joven se veía atrapada en una red de secretos que amenazaban con desmoronar todo lo que para ella era normal y cotidiano.
La revelación de oscuros acontecimientos, desencadenaban una serie de emociones y cuestionamientos en ella.
En las profundidades de Ághanon, Vera seguía insistiendo a las aghanienses para que le dijeran de una buena vez dónde estaba su padre.
—No lo sabemos —dijeron Enid y Nadín. Vera se entristeció por un instante. ¿Cómo era posible que no lo supieran? Tanto tiempo había esperado, y resultaba ser que nunca llegaba a ese lugar; era como si la verdad huyera de ella.
Nadín estaba bastante abrumada con todo lo sucedido. Jamás hubiera imaginado que Vera tendría esos orígenes, esa sangre corriendo por sus venas. Sentía pena por ella. Tanta insistencia, tanta búsqueda para llegar a eso. Gangra lucía tan sorprendida como ellas. Pero Enid tenía la premisa desde que la conoció en Aguk. Solo era cuestión de tiempo y un poco de investigación para llegar a la luz.
— ¡Entonces fue él! ¡Él quemó la avenida que conduce a Solka! ¡Fue mi abuelo! —dijo en alta voz ante su descubrimiento—. Por eso Elm le dijo todo eso en Davengor. ¡Por Dios, mi familia es espantosa! —soltó la niña con decepción.
Entre las mujeres se miraban sorprendidas por lo que oían. Querían saber de dónde obtuvo esa información. En general, Enid solía ser quien daba la información sin medirse, pero su asombro era genuino. Vera no les dijo nada sobre su informante; tenía mucho afecto hacia Izal y no quería ni imaginar el castigo que podría sobrevenirle al delatarla. Era difícil de entender para la niña: su abuelo mató a seres humanos sin el menor remordimiento, y ella era mitad humana, nieta de alguien que, si se enteraba, ¿la mataría? Y su papá, ¿dónde estaría metido?, ¿por qué era todo tan difícil? ¿Acaso también estaba muerto?
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Ya despierta tenía sus demás problemas, la batalla interior la tenía bastante distraída; moría por sentar a Dana y contarle todo, y a sus abuelos también, por qué no. Pero en vano, no se sentía preparada para soltar toda esa noticia e infartar a todos o bien ganarse una entrada a un hospital psiquiátrico. Aún debía mantener el secreto. Los días pasaron a paso agigantado, la Navidad ya había quedado atrás y en solo unas horas estaría en Buenos Aires con sus abuelos, que la vendrían a buscar. Dana se encargó de prepararlo todo, desde su ropa hasta su medicación. Con mucho pesar, desde que se estableció el viaje, su semblante estaba triste y sonreía muy poco.
Durante todos esos días, Vera evitó ir a Ághanon. No deseaba regresar de sus sueños con algún moretón o herida seria que dejarían mal parada a Dana y sus cuidados para con ella. Le dolió apartarse de su tía; hizo todo por contenerse, ver a Dana llorar le partía el alma. Pero tenían un trato, y lo cumpliría.
Aún lejos de la tierra de los Wyds, su mente estaba sumergida en él. No podía evitarlo; su abuelo y su padre se habían transformado en un enigma.
El silencio del viaje era muy incómodo; las imágenes de Dana llorando, le venían a la cabeza como una especie de golpes internos. Le estaba produciendo dolor de cabeza. Suspiró mientras se recostaba sobre la ventana tratando de pensar en otra cosa.
Odiaba estar ahí; solo quería estar en casa con su tía, y las lágrimas comenzaban a caer pesadas. Todo era muy injusto; ninguna de las dos merecía eso. ¿Cómo podían pensar que su tía la maltrataba? Cuando lo único que hizo fue ocuparse de ella y criarla. Desde que llegó a la casa de sus abuelos, se despertaba y se dormía pensando lo mismo. La casa ya la conocía, la habitación que le dieron era el antiguo cuarto de su tío, algo remodelado para ella, pero nada de eso la contentaba.
Como ya estaba allí, lejos de su tía, no tenía motivos para privarse de volver a su otro mundo; debía encontrar a su padre como fuera.
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Como tantas otras veces, la ausencia los atormentaba y los inducía a pensar lo peor. Por esos días, Abbot se presentó en Gozik para acusar a Zen de acompañar a la menor a Edróm sin permiso alguno, pero el instructor supo defenderse de la acusación alegando que Vera le dijo que tenía permiso y que sus clases ya habían terminado; Además, llevaba ropa para la ocasión y una invitación.
Zironc y Elm presentaron cargos uno contra el otro en el Palacio de Justicia. El Círculo y Maesh, el líder de Ághanon, los pusieron bajo investigación como medida inmediata, ya que había muchos testigos de su disputa en la fiesta; cualquier Ághaniense que los viera en circunstancias sospechosas debía denunciarlos al Palacio.
Vera llegó a Werban y, por alguna razón, no había nadie. Recorrió el jardín y los pasillos del primer piso. Al encontrarse sola, tomó la iniciativa y salió de la casa.
En la proximidad cercana al bosque, escuchó gruñidos de los seres más peculiares que había visto. Hermosas criaturas, habitantes de ese paraíso. Todo era bellísimo hasta que un gruñido muy diferente espantó a los seres ya ella; una espeluznante figura de oscura apariencia se aproximaba a ella. De andar sombrío, sus ojos miraban con moribundo pesar, los mismos ojos que vio en Solka. Piel como el abismo. Una cresta delgada y esquelética adornando su cabeza ancha, olor a muerte se escapaba de su cuerpo demacrado.