¿Por qué el ser humano se esmera tanto en complacer a alguien más?
¿Aprobación? ¿Atención? Será… ¿Amor?
Gabriela
—¿Qué tienes? —le susurré a Steven.
Negó con la cabeza sin mirarme. Una negativa a querer hablar.
Llegué tarde a la cena y el ambiente era pesado. Le hice ojitos a Santi para que me dijera algo, pero este se limitó a negar con la cabeza sutilmente.
—No vuelva a caer en la misma mierda, Steven.
El tono despectivo que usó fue suficiente para saber que pasaba. Eso me alertó.
—¿Qué pasó? —quise confirmar.
—Esa china hijueputa lo está buscando otra vez.
No. No otra vez.
Abrí mis ojos, espantada ante la sola idea. Miré a Steven para que me lo confirmara o me dijera que solo era una estúpida broma de nuestro papá.
—¿Hablaste con ella?
—Como se te ocurre eso, Gabriela —me contestó de mala forma.
—Ya basta. Eso pasó hace mucho…
—¿Y no se volvió mierda? —mi papá interrumpió a mi mamá mirando a Steven con fijeza.
—Mi hermano no se volvió mierda —repliqué, molesta.
—Ah, no, verdad —fingió el tono inocente—. Esa china marica lo volvió así.
—Papi…
—Déjalo —me susurró Steven—. Es verdad. ¿No tengo derecho a equivocarme?
El ambiente bajó como dos grados. Se sentía un espantoso frío.
Le hice ojitos a mi hermano y obedeció, Santi, con gran disimulo, tomó su plato y se fue escaleras arriba.
—El amor, ciega. —Lo ignoró—. Tu hermano es un claro ejemplo de ello. No vio todo lo malo que ella le hizo. —La molestia en su voz me hizo temblar—. No son conscientes de lo mucho que los pueden lastimar.
No quería que empezaran a gritar. Odiaba los gritos. Este tema era delicado para Steven.
—Ah, ¿entonces no podemos enamorarnos nunca?
Steven soltó una risa irónica.
—Sí, pero no cuando son unos culicagados —contestó haciéndose el indiferente—. Hay que ser cuidadosos de quien se enamora uno. Y no de la primera que se le atraviese…
—¡No soy un puto culicagado! —Steven se levantó furioso—. Que aun viva con ustedes no quiere decir que lo sea.
—Steven… —murmuré—. No grites, por favor…
Por un momento de silencio, mis recuerdos me llevaron a esa época en la que Steven tenía alrededor de dieciséis años. Para su muy mala suerte se enamoró de una horrible chica que solo jugó con él, lo utilizó y lo botó como si él no valiera nada.
Mi hermano por mucho tiempo le rogó volver a estar juntos, eso los llevó a ambos a entrar en un círculo vicioso de toxicidad y desgaste emocional, en especial a él, porque mientras ella se acostaba con lo primero que veía, mi hermano lloraba al otro lado del teléfono, preguntándose qué es lo que había hecho mal.
Había sido una época dura para él y para todos, porque en este tiempo también se alejó de mí, y creo que por eso pasó lo que pasó…
—Las parejas en la adolescencia no sirven para nada más que estorbar. Los distraen de sus objetivos.
—Ah, ¿sí? —Quise callar a Steven por el tono—. ¿Y por eso me tuviste a los dieciocho?
Tomé su mano y le di un pequeño apretón que no hizo más que avivar el fuego.
—¿Somos un error entonces? —inquirió Steven con sorna excesiva—. ¿Un descuido?
Mi papá reviró los ojos.
—Ay, ya van a empezar con sus teatros.
Esa era una frase que escucho desde que tengo memoria. No sé por parte de mi hermano, pero a mí me hacía sentir que mis sentimientos no importaban o que tal vez los exageraba cuando en realidad no eran nada importantes.
—Ustedes no son errores, pero si me preguntan me hubiera gustado tenerlos mucho después.
—¿Y si me pasara a mí?
No tengo la menor idea de por qué había dicho eso a la ligera. Y a pesar de la mirada mortal que me dio mi papá y del inmenso silencio turbador, continué:
—Si me gustara alguien. ¿Qué harías?
Mi papá torció los labios en una mueca que gritaba «inténtalo para que sepas».
—Ya les enseñé qué es lo malo y lo bueno, ustedes ya deciden. —Fingió tanto desinterés, que por un momento me lo creí—. Pero si lo quiere tener…
Claro estaba que eso era como un reto silencioso que él nos imponía, para ver si éramos capaces de desafiarlo.
—Solo le digo una cosa —Levantó el índice en un conocido gesto de advertencia—. Téngalo donde yo no pueda ni mirarla, es más que yo ni sepa que lo tiene, haga como si no existiera.
Arrugué el ceño. ¿Qué quiere decir con eso? ¿O sea que… podía?
—Yo nunca les voy a prohibir nada porque no los puedo encerrar en una puta burbuja, pero sepan que todo lo que les digo es por su bien.
Steven se levantó de la mesa con mucha fuerza y salió disparado hacia el garaje. Seguramente a buscar la moto o el auto. Me levanté para ir detrás de él.