Aguamelon abrió los ojos, sintiéndose más pesada de lo que una simple siesta de la tarde podría causarle.
"¿Ya es de noche...?" murmuró, adormilada. La oscuridad la rodeaba, y se sentía... rara.
Intentó incorporarse, pero lo único que logró fue rodar sobre la cama en la que se encontraba.
"Ahhh..." gimió, sintiendo cómo el sueño la abrazaba con fuerza de nuevo. La suavidad de su pelaje y la tibieza de la cama no hacían más que alimentar su letargo.
Poco a poco, empezó a cerrar los ojos de nuevo... se sentía demasiado cómoda como para despertarse.
"Qué bien huele..." susurró, percibiendo el aroma floral de la almohada. Era uno de sus perfumes favoritos y muy caro. Una de sus amigas tenía uno igual y solía usarlo mucho en su habitación personal, lo que siempre le causaba envidia cuando la visitaba en sus pijamadas.
"Ojalá tuviera también una alcoba de princesa como ella..." se quejó, apoyando más su cabeza en la almohada.
Así, Aguamelon empezó a dormitar nuevamente, en una serena tranquilidad...
"¡TIN! ¡TIN! ¡TIN! ¡ES HORA DEL TEEEEEEEEE! ¡WASAAAAAAAAAAAAAAAAA!"
Un campaneo estridente, acompañado de un grito semejante al alarido de una gallina siendo ahorcada, desgarró el silencio de la habitación.
De inmediato, por el susto, Aguamelon saltó de la cama como una rana, chocando con el techo de la habitación en el proceso.
"¡Ayyyy!" protestó, agarrándose la cabeza tirada en el suelo. "¡Por Equestria! ¡¿Qué pasa?!"
A su alrededor, el escándalo no había acabado. Aquel intenso campaneo no cedía y solo se hacía más fuerte a cada momento.
Tapándose las orejas, Aguamelon buscó la fuente de aquel insoportable ruido... no tardó en encontrarlo a pesar de la oscuridad.
A unos pasos detrás de ella, apenas visible, se hallaba un elegante reloj de pie con manecillas doradas, decorado con figuras de aves silvestres en su parte superior, pero con un gran agujero en su parte inferior de donde salía aquel ruido infernal.
Sin perder un segundo, Aguamelon dio una vigorosa patada al reloj, el cual, tras recibir el golpe, dio unos últimos timbres antes de apagarse.
"WAsaaa aa... aaa," se escuchó finalmente en la habitación antes de silenciarse de nuevo.
Una agitada Aguamelon exhalaba en el suelo, intentando ordenar sus pensamientos.
Entonces, repentinamente, las luces de la habitación se encendieron, revelando el lugar.
"¿Ha?" respondió sorprendida, incorporándose y mirando a su alrededor.
Tenía puesto un vestido, pero no le dio importancia a ese detalle.
Se encontraba en la suite para invitados de la realeza, un conjunto de habitaciones que contaban con muchos lujos dignos de la alta sociedad del reino. Entre esos lujos se encontraba un sistema de encendido automático de luces por movimiento, además de elegantes muebles ornamentales con características especiales como el reloj que acababa de patear.
Entendiendo dónde estaba, un inquietante presentimiento la inundó. Entonces, Aguamelon volvió su atención al reloj.
"Oh no..." exclamó angustiada.
El viejo reloj de la hora del té ahora tenía una enorme abolladura en forma de casco en su parte media. No solo eso, gruesas rajaduras se veían en todas sus paredes y sus manecillas ya no se movían.
La magnitud del desastre empezaba a tomar forma en la cabeza de Aguamelon.
"Cálmate... fue un accidente, no es nada grave... puedes arreglarlo," comenzó a hablar consigo misma en estado de pánico, intentando darse confianza. "Solo se trata de una antigüedad de más de 500 años con valor histórico incalculable e irremplazable. ¡Nada que no puedas reparar!"
Al terminar esas palabras, el viejo reloj se inclinó de frente y, como un árbol herido de muerte, cayó al suelo, desparramando en él todos los engranajes de su complicado interior.
Sentada en silencio, Aguamelon sonreía congelada, viendo el cuerpo del reloj ahí tirado. Un líquido negro y aceitoso comenzó a brotar del mueble roto, manchando el suelo a su alrededor. Poco a poco, continuó esparciéndose hasta llegar donde estaba Aguamelon.
El frío líquido hizo contacto con sus cascos, haciendo que un escalofrío recorriera su cuerpo.
Aguamelon, sobresaltada, se incorporó y miró sus cascos.
Se encontraban manchados por ese líquido negro y espeso.
Gota a gota, el espeso líquido caía al suelo.
Un silencio acusante la rodeó, como si todos los muebles en aquel lugar de pronto hubieran cobrado conciencia y ahora observaran su crimen.
Era insoportable.
Impulsada por una fuerza irresistible que surgía de su interior, Aguamelon salió de la habitación. En breve, regresó con una bolsa negra, escoba y recogedor.
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Ya en el baño, Aguamelon fregaba sus cascos con detergente, quitándose todo rastro de suciedad y aceite. Se echó agua a la cara y luego se cubrió con una toalla.
Permaneció así varios segundos mientras procesaba lo que acababa de hacer.
Minutos atrás, había recogido todas las piezas y los restos rotos del viejo reloj y los había metido en una bolsa negra para luego depositarla dentro de su casillero de trabajo.
Nadie lo encontraría ahí.
"Todo está bien, todo está bien... ya limpiaste todo el lugar, no dejaste ninguna pista. Si preguntan qué pasó, diles que se perdió en la remodelación..."
Sin duda, preguntarían por el reloj en la inspección de la semana siguiente. Podía jugar esa carta, entonces...
"¡Noooo!" exclamó Aguamelon, quitándose la toalla de la cara.
"No puedes ocultarlo, debes decírselo a las autoridades. Rompiste el reloj, acéptalo..." se dijo a sí misma con firmeza, mirándose en el espejo del baño.
Era doloroso, muy doloroso. Ya podía imaginar el castigo que vendría sobre ella: el escándalo, la infamia, perdería sus permisos en la biblioteca. Aún peor, sería expulsada de la sociedad de amantes de las antigüedades. Sus amigos en otras bibliotecas la repudiarían.