Ahora Que Es Verano

Cinco

—¡No!

La voz de Oscar (o más bien el grito gutural que pegó) me hizo volver a la realidad; me había limitado a darle vueltas al café con la cuchara, viendo como el líquido hacía una especie de torbellino en el centro.

No solía desayunar café, lo dejaba para época de exámenes o mañanas como aquella en las que me encontraba profundamente soñolienta.

Me restregué las manos en los ojos para intentar despejarme más pero lo único que conseguí fue acompañar el gesto con un bostezo.

Su grito no me sorprendió, ni me hizo encogerme de hombros ni dar un saltito sobre la silla de mimbre, estaba demasiado cansada para ello; había pasado una mala noche a pesar de que había dormido varias horas, quizá fue eso justamente lo que provocó mi estado.

—¿Qué ocurre? —pregunté sin mucho interés mientras le daba un mordisco a la tostada que me acababa de preparar que me había quedado un poco quemada por los costados.

Tenía los ojos entrecerrados pero aún así veía a Oscar en el salón, al otro lado de la mesa blanca de madera pintada que estaba en el límite de la cocina, en la que yo desayunaba.

Se rascó la nuca, iba con una camiseta blanca de tirantes que estaba un poco sudada por arriba y una especie de calzoncillo pantalón corto de líneas verticales azules y blancas.

Parecía más despierto que yo.

Más energético que yo.

Aunque tampoco debería ser difícil, había evitado los espejos y cualquier superficie reflejante a toda costa, debería tener las pintas de un zombie.

—Vaya, iba a decirte que si íbamos a desayunar fuera, supongo que debí avisarte ayer.

Comprobé el reloj de mi muñeca.

—Son la una de la tarde —apunté— Yo creo que ya desayunar como que no. ¿No?

—Bueno hija, lo decía porque tengo un amigo allí; iríamos caminando y en eso ya se te ha bajado el desayuno —Alargó el brazo y me arrebató mi tostada de mermelada de melocotón y mantequilla— Además, me apuesto lo que quieras a que no querrás quedarte aquí todo el día y más siendo el primero —se giró y se adentró por el pasillo en dirección a su cuarto— Vístete, quizá tengas suerte y necesiten a alguien para el verano —cantarrujeó cuando yo ya no podía verle.

Aquello provocó que mis ojos brillaran, un trabajo me entretendría y me proporcionaría dinero, ya me imaginaba a Abril diciéndome como Pepito Grillo que era una manos de mantequilla y no tardarían en darse cuenta, suspiré, me hubiera gustado hablar con ella, soltarme un poco con alguien que me conoce, a fin de cuentas aún no tengo esa confianza con Oscar del todo, cuatro años, son cuatro años. Espero que haya ido todo bien entre ella y Tito, a veces se pone muy violento, no, no debería pensar en eso, si Abril fue la que dio aquella charla sobre la violencia de género aquel 25 de noviembre en clase ella sabrá mejor que nadie cuando tiene que acabar una relación, y más si es la suya.

Le di un último sorbo a lo que quedaba de café en aquella taza azul y mordiscos a lo que quedaba de tostada, lo dejé en el fregadero, y me quedé apoyada dándole la espalda a la pila, la ventana con puertas iluminaba todo el salón-cocina, no había cortinas pero tampoco hacían falta con la bicicleta impidiendo verlo todo.

Tamboree con los dedos sobre la encimera y me dirigí a mi cuarto para cambiarme y enfrentarme a la metrópolis, no sin antes, dar el último bostezo.




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