Ahora tengo una familia lobuna, ¿qué será lo siguiente?

Buenas intenciones

Capítulo 32: Buenas intenciones

—¿Te gusta?— le pregunto a Lina, la hija de Fabio.

—¡Sí!— asiente la niña. Mirándose en el espejo, la cola de caballo que le hice junto a unos baby hairs.

Imri se fue hace rato. A pesar de que partió bajo la promesa de traerme al niño, siento que pasó algo más como para que se marchara de un momento a otro.

Él vino raro del bosque, el que Emre le pidiera disculpas después de cómo lo trató, le afectó bastante. Aunque, tampoco puedo obviar la actitud que tomó tras preguntarme si yo también lo amaba.

Le dije que mi corazón latía por él, ¿qué mejor que eso?

¡Los «te amo» están sobrevalorados! ¡Todo el mundo los dice! En cambio, apuesto que casi nadie le ha dicho todas las palabras bonitas que le he dedicado hasta ahora. ¡Por favor! ¡¿Por qué es tan necesario?!

Ay.

¿Qué estoy diciendo?

No puedo ser más hipócrita. Me sentí demasiado feliz cuando él me dijo «te amo» por primera vez. Lo sigo siendo hasta ahora; mi corazón se sobresalta cuando Imri se acerca y con esa voz tan linda que tiene, me lo dice con toda la seguridad del mundo.

¿El problema? Yo no puedo hacer lo mismo.

¿Con qué cara lo veré a los ojos cuando le confiese que soy incapaz de volver a decir aquellas palabras?

Lo entendí a la perfección, sé que eso era lo que quería escuchar cuando me preguntó si lo amaba.

Mi novi-lobo es astuto, apuesto que se dio cuenta de que lo evadí de la manera más descarada. ¿Qué mi corazón late por él? ¡Decirlo estaba de más porque él lo sabe muy bien! Se lo he repetido un millón de veces como para volver a decirlo ante una pregunta así de importante.

Él quería escuchar un «te amo», y yo no pude decírselo.

Imri ya estaba triste, y creo que mi actitud lo puso más. Puede que por eso actuara tan extraño cuando fui a verlo al patio, ¿qué tal si por eso se fue? ¿Qué sé yo? Para despejar la mente y así.

¡Ash!, ¡¿por qué se me complica tanto decirle?!

¡Él es mi otra mitad! ¡Mi persona! ¡Lo amo tanto que es como si fuéramos almas gemelas que estaban destinadas a cruzarse! Es más, ¡lo somos!

Entonces, ¡¿por qué?!

Claro, por mis llamas.

Como la persona intensa que soy, temo no poder controlar las llamas que hay dentro de mí. Me asustan esas palabras... Hecho que me deprime de maneras que no puedo describir.

Mi último «te amo» me dolió, se me dificulta creer que las cosas no se irán a la basura luego de decirlo de nuevo.

—Y pensar que era tan fácil hacerlas— Fabio entra a la sala con un bol de palomitas en las manos. Pese a que el hombre le dijo a Imri que no estaría para cuando volviera, no se le ve con muchas ganas de irse.

Es más, ¡me está saqueando la cocina!

Al principio, se comió el desayuno que con mucho amor le preparé a mi lobo amado, para levantarle el ánimo y eso; y ya al cabo de un rato, me insistió para que le enseñara a preparar palomitas, las cuales son de las que se hacen en el microondas, por cierto.

Primero le tuve que enseñar a usar la máquina, para luego mostrarle cómo meter la bolsa allí.

—¡Yo quiero, papi!— Lina se para del suelo y camina hacia donde Fabio, el cual se sentó en una silla frente a nosotras.

Cuando se estaban desayunando, noté que la niña no dejaba de mirarme. Lina desviaba rápidamente el rostro cuando giraba hacia ella, y volvía a observarme cuando no le prestaba atención. No fue hasta que le susurró a Fabio lo que quería, que el hombre me pidió que por favor le hiciera el mismo peinado que el mío.

La pequeña llevaba rato deseosa por decirme, pero le ganaba la timidez. Ella sonreía emocionada mientras la peinaba, y bueno, parece que el aura espanta-niños que tenía, se me está disipando.

—Oh, pero qué bonita dejaron a mi cachorra— le dice a su hija sentándola en la pierna. Ella mete las manos en el bol buscando no sé qué cosa —Eso sí, ¡no comiences a entresacar!— y ahí va de nuevo. La niña empezó a separar las palomitas que, desde su perspectiva, eran más bonitas que el resto.

Hizo lo mismo con la carne; cada vez que Fabio le hacía el avioncito, ella se expresaba en forma de gritos cuando no le gustaba lo que traía la cuchara. Dígase por su forma o textura, gritaba para que se las cambiara.

En un momento dado, el hombre se cansó y le indicó que ella misma cogiera las que quería, algo peor porque hizo un desastre en la mesa.

—¡Pero es que no me gustan esas, papi, comételas tú!— no sé si me esté quedando ciega, pero las veo iguales.

—¡Déjate de mañas, todas son iguales y saben igual!— Fabio no ha dejado de reprocharla —Tuve que limpiar el reguero que hiciste antes, no sucederá de nuevo.

—Es interesante verte en otra faceta— levanto las cejas. Nunca lo había visto conviviendo con al menos una de sus gemelas. Me pregunto cómo será la otra.

—Ra no es suficiente, ¿no quieres una niña?— señala a Lina —Es insoportable con lo que no le gusta, pero mira lo linda que es— la jala de las mejillas —¿A qué sí?

De hecho, sí. Es muy bonita. Sus ojos son incluso más grises que los de Fabio, dando la idea de ser de plata.

—Ay, pero qué malo eres— ya tengo un mañosín y ese es Imri.

—Papi, esas son tuyas y estas son mías— dividió un puñado dentro del recipiente.

—Su mamá es la que la tiene así— sacude el bol para que se junten todas —Le permite todas las malas costumbres, haciéndome la tarea más difícil en la semana que está conmigo.

—¡No!— grita con lágrimas en los ojos —¡Papi!

Umh, es muy bonita, pero grita mucho.

—Todas son iguales, déjate de cosas y come— le pasa unas cuantas, pero ver su rostro enrojecido me basta para saber lo que se viene a continuación.

—¡Ah!— grita apartándose la mano de su papá —¡Ah!

—¡Lina!

—¡Ah!— insiste.

—Ay, Dios. Y después dicen que soy mal papá— suspira —Oye, si te sigues portando así, le daré las palomitas a Lúa.




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