Capítulo 40: Como en aquel ayer
—¿Qué pasó con eso de que Ra no necesitaba más ropa?— sonrío viendo las prendas de bebés. Estamos en los estantes equivocados, la ropa para niños de dos años en adelante se encuentra del otro lado —Además, esa botitas que tenías no le servirían ni por asomo.
Imri no es de los que cambian de opinión tan fácil, él es un hueso bien duro de roer. Sin embargo, es mejor decir eso que otra cosa.
¿Qué estaba haciendo hace unos segundos?
—No retiro lo dicho— abuchea tomando el carrito —No estaba por Ra; estaba por otra cosa.
—¿Qué cosa?— es obvio que si alguien mira unas ropas con mucha atención, es porque está interesado en comprarlas.
—Pues...— baja la mirada apretando el mango —Lúa, quiero que charlemos de algo importante.
¿Ya no lo habíamos hecho?
—¿Algo importante?— siempre me da miedo cuando lo dice —¿Me das una pista?
—Es de algo que he estado pensando durante demasiado tiempo y que creo que ha llegado el momento de conversar— se nota decidido —Tú misma me lo reclamaste, ya no callaré lo que pienso y por eso seré directo contigo.
—Umh, entiendo— espero que no tenga nada que ver con lo de hace unos segundos.
¿Y si...? ¡Na'!
—Por ahora, enfoquémonos en la cena. Ya después hablamos, ¿sí?
El que quiera esperar hasta luego, me asusta más. ¿Y si es algo que me causará una mala impresión y por eso quiere dejarlo para después?
De nuevo me pregunto, ¿y si...?
¡Na'! ¡Na'! ¡Na'!
Estamos bien así. Imri y yo nos encontramos en la misma sintonía y no tenemos por qué desentonar. No ahora que no podríamos estar mejor.
Aunque, al terminar las compras y regresar a casa, no dejaba de pensar en su comportamiento. Sé que anteriormente me enojé por su manera de hacer las cosas, pero ahora que intenta ser más directo conmigo respecto a sus sentimientos, me encantaría que se dejara de misterios.
Ahora mismo estoy al tope de pensar una y otra vez sobre lo que quiere decirme. Cuando le pedí una pista esperaba algo más concreto, ¡un espóiler de verdad!
—¿Así está bien?— me pregunta Imri, mientras amasa la masa de los pastelitos. Él es bien malo cocinando desde su imaginación, pero es bueno siguiendo instrucciones.
—¡Muy bien!— sonrío dándole un par de besos en la mejilla.
Es tradición que nosotros mismos preparemos la comida para la cena de Nochebuena. Para dos personas a las que se les quema hasta el agua, no nos va tan mal.
Decidí hacer cosas sencillas, porque claro, no somos unos másteres chefs. Yo estoy friendo la carne molida para que le sirvan de relleno a los pastelitos, todas nuestras recetas tienen carne:
Desde los pastelitos que ahora elaboramos, un pastelón de plátanos maduros, un intento de lasaña (la cual espero que me haya quedado bien, porque nunca la había hecho), y claro, unos quipes.
Estos sí lo sé hacer, junto al pastelón de plátano, fueron las dos únicas cosas que aprendí de mamá. Es que me gustan mucho.
—Oye, Lu. ¿Y cómo le vamos a dar la forma a los pastelitos si no tenemos la herramienta que usa ella?— me señala el molde de pastelitos que usa la chica del video que estábamos viendo. El celular está frente a nosotros, era obvio que teníamos que tener apoyo en esta aventura totalmente nueva en la cocina.
—Ah, es muy sencillo— coloco el caldero sobre la encimera. Con una cuchara saco una porción de la carne y la coloco en medio de un poco de masa, la doblo en dos y con un tenedor le oprimo las orillas —No es necesario comprar esa cosa teniendo esto— señalo el tenedor —A que queda igual, ¿verdad que sí?— jugueteo dándole un toque en la punta de la nariz.
—Oh— procede a hacer lo mismo —Me encanta lo ingeniosa que eres.
—Ay, amor. Esa es una técnica legendaria, yo no la inventé— me gustan los elogios, pero cuando son bien merecidos —Tú ponle la carne a los pastelitos y yo los frío, eres menos habilidoso que yo en la cocina, por lo que será mejor evitar accidentes con el aceite— le sigo besando la mejilla, ¡es tan lindo cuando se centra en querer hacer las cosas bien!
Menos cuando se pone a calcular los gastos, ahí solo es un poquito lindo.
Bueno, ¿a quién engaño? Sigue siendo lindo, pero enojón y medio insoportable.
Ni modo, lo amo así.
—No soy tan malo en la cocina— abuchea. Ya lleva como seis pastelitos hechos, y yo no me he movido ni un solo centímetro. ¡Es que no puedo dejar de abrazarlo! ¡Él es el imán y yo soy el metal!
—Ya, pero de todos modos me da miedo que se te queme tu linda carita— me pongo de puntillas para frotar mi rostro con el suyo —O peor, tus lindas manos de lobo.
¡Es el norte que mueve mi brújula!
—Masita, con el paso que vamos, no terminaremos nunca— ¿Cómo es que lo está haciendo? Ya va por el octavo pastelito —Sé que te dan tus arranques amorosos y me encantan, pero no quiero que lleguemos tarde a la cena con tus papás.
Verdad, que Imri le teme a causarles mala impresión y que nos quieran separar como si fuera novela turca.
Lo último me lo inventé yo, pero es lo más probable al ver cómo se transforma cuando ellos están cerca.
—Dame unos minutitos— me le pego más —No me había parado a pensar en que sería nuestra primera navidad juntos.
Sí, tal vez me esté pasando. Poco a poco me le subí en la espalda y ahí está él, cargándome como koala, mientras prepara los pastelitos.
¡No obstante! A Imri le encanta eso, por lo que no está mal si nuestro lenguaje del amor es así.
»No hay nada mejor que pasar un día como este con la gente que amas— entrelazo las piernas, me estoy cayendo.
—Jum— Imri se ríe acomodándome en su espalda, para luego seguir con lo que estaba haciendo —Puedes quedarte ahí atrás si quieres, yo frío los pastelitos.
—Te lo aceptaría si no tuviera más cosas que hacer— echo un suspiro.