¡ai! que suerte

Capítulo 3

— ¡oh dios mío! —solté el cuchillo espantada ¿Qué demonios Ai rin? —lo siento tanto— dije alarmada agitando las manos de un lado a otro ¿Qué estaba diciendo? ¿esa no era la idea? Mis ojos se habían inundado de lágrimas, nunca había apuñalado a alguien y mucho menos matado, puse mis manos en su herida sin pensar en nada, solo esperando que dejara de sangrar, él se estremeció soltando un pequeño quejido ante mi imprudente toque, pero claramente lo que hacía era inútil—señor capo, no te mueras.

—no moriré—dijo disimulando el dolor, se puso de pie y se quitó la camiseta, ese definido pecho y abdominales estaban cubiertos de sangre, le había dado en el hombro justo debajo de la clavícula—es solo un rasguño, de verdad que no sirves ni para matar a una persona—mi expresión cambio por completo, ahora si podía morirse. Tomó el cuchillo del piso y lo dejó en la cocina mientras que yo lo seguí aun preocupada.

— ¿de verdad estas bien? —pregunté cuando lo vi despaldas inspeccionando la herida que prosiguió a cubrir con la camiseta, me sentía avergonzada por lo sucedido.

— ¿lo pregunta quién intentó asesinarme? —dijo con enarcando una ceja—estaré bien, es algo que con unas puntadas estará listo.

—asesinar se escucha muy fuerte—él me miró—dejémoslo en un accidente—resopló ante mi comentario, me estaba jugando el cuello, seguramente su pseudo amabilidad terminaría justo ahora—deberías ir al hospital—le recomendé.

— tengo alguien que puede lidiar con esto.

—perfecto—dije aliviada.

— ¿para qué más tengo una sirvienta? —dijo buscando en los armarios de pared hasta sacar un botiquín y una botella de vodka—es mejor que tú misma te remidas—mierda dije en voz alta, él se sentó en el sofá y destapo la botella, yo me senté a su lado con una distancia prudente.

—apenas sé coser un botón—el rodó los ojos recordándome a alguien. Le dio un sorbo a la botella y me sentí libre que quitársela y beber yo por igual a lo que me regaló una sonrisita.

Me estremecí después de tragar el líquido e hice todo lo que imaginé que tendría que hacer, había curado mis heridas así que el poner alcohol en una gaza de algodón no era la gran cosa, hasta que vi la hendidura aun sangrante que casi hace que me desmayara, vomitara y mis rodillas se aflojaran. El me sujeto de la cintura y me acercó más él, tragué en seco—te puede doler un poco—le advertí intentando ser empática, él solo asintió y bebió nuevamente, dándome a creer que había hecho una mala elección, y si así lo pensaba estaba en lo correcto.

rocé el material para limpiar la herida y de inmediato escuché un gruñido.

Mojé la aguja y el hilo en más alcohol y empecé a atravesar su piel con las manos temblorosas hasta dar la última puntada— ¿ves? No ha sido tan difícil—dijo cuando cubrí la herida con un parche médico— ahora—hizo una pausa mientras se enderezaba— ¿Cómo debería castigarte? —preguntó mirándome y ciertamente no estaba en mis mejores fachas, solo tenía una casi transparente braga y una sudadera con algo de su sangre, en conclusión, estaba desnuda.

Me tomó de la cintura hasta ponerme sin esfuerzo de cuclillas sobre su pierna, pudiendo sentir la tela del jean de lleno contra mi piel sensible.

No podía respirar, me había cortado el aire en cuando había sentido sus manos por debajo de la sudadera sobre mi piel, también estaba ligeramente ebria ya que no había comido nada desde la noche anterior y tampoco era conocida como buena bebedora. Mordí mis labios, y respiré profundo mientras sentía su mano recorrer mi espalda y apoyarse ahí para acercarme más a él ¿esto era parte de mis deberes? él siguió acercándome y admito que no ofrecí mucha resistencia, pues al intentarlo puse mis manos en su esculpido abdomen y se me derritió la valentía.

Era la primera vez que veía su rostro tan detalladamente, fuera del miedo, o de mis ganas de golpearlo por sus cometarios insensibles, era hermoso, podía ver cada detalle de su cara, sus cejas tupidas y un corte en la izquierda que me activaba la curiosidad, los lunares en su tersa piel, aquellas patillas igual de tupidas que afinaban su rostro, su nariz perfilada y aquellas largas pestañas que cualquier mujer envidiaría.

Su flequillo era lo único que se interponía entre sus ojos y los míos. me miraba como si pudiera ver dentro de mí, con una intensidad que hurgaba en mis profundos pensamientos y no tenía intenciones de que descubriera lo que ocultaba en ese justo instante.




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