Aislados

C7: Primer día

DYLAN

 

 

Me costó dormirme, di muchas vueltas en la noche. No podía dejar de pensar en si mi madre había tomado su medicamento. Solo esperaba que sí.

Por primera vez en mucho tiempo me había ido a la cama con el estómago lleno. Y estaba contento, por iniciar el programa, por conocer chicos y chicas.

La costumbre se adueñó de mí, fui el primero en despertar, justo cuando el sol se estaba poniendo; los ronquidos inundaban la habitación y es que las camas eran muy cómodas. Salí de la cama, yendo a tomar una ducha que sorprendentemente disfruté bastante. A pesar de tardar tanto, nadie salía de la cama aun, entonces me dispuse a preparar el desayuno; tenía conocimiento en ello, yo le cocinaba a mi madre desde muy pequeño.

No sabía leer muy bien, pero conocía los ingredientes solo con ver las imágenes en estos. Me sorprendió la buena calidad con la que todo venia hecho; olía fresco, sabía fresco.

Piqué la fruta suficiente para todos, había fresa, banana, mango, sandia y frutos pequeños, como uvas y algunos de colores rojo y azul.

Hice panqueques, solo los había comida tres veces en toda mi vida, y recordaba muy bien lo delicioso que eran. Usar el artefacto para el café, fue lo más difícil. Pero pronto pude hacer que emanará el líquido para poder verterlo en tazas.

Escuché las voces de los demás provenir de arriba, y sonreí cuando todos aparecieron por la cocina.

  —¡Oh! —Se escuchó al unísono.

Sentí mucha alegría ver el rostro de todos, iluminados con el banquete.

  —Parece que el grandote no solo tiene los brazos de adornó —Golpeó mi espalda, Jennie, sonriendo a la comida.

  —Muchas gracias, Dylan —musitó Natt.

Y todos lo hicieron, aunque no creí que los chistosos del grupo lo hicieran. Pero Zoe, ella no agradeció, solo se sentó, mirando la comida. No me pareció raro, seguro ella así estaba acostumbrada. Todos le servían y ni siquiera decía gracias.

  —Y si eres tan buen cocinero —habló Jeff—, ¿por qué te golpeaban?

Me quedé serio, cuando dejaron de hacer todo, solo para mirarme. Se lo había contado a Pierce, que era el único que me miraba con la respuesta en sus ojos. Pero solo reí por lo bajo.

  —Las fresas están deliciosas —Maya cambió el tema, mirándome con una disculpa—, ¿no creen?

Rápidamente le prestaron atención a las fresas, y miré a Maya con un agradecimiento. Pero me sentí torpe en ese momento, así que me excusé para levantarme y salir a tomar aire.

Aspiré el olor a los árboles, a la arena húmeda que conectaba con el olor de las olas del mar. Mis ojos no estaban acostumbrados a ver cosas tan maravillosas.

   —No te apenes —apareció Jennie en mi campo de visión—. Todos sabemos de tu padre abusador, todos lo vimos en la despedida. Jeff solo quiere molestar —frunció el ceño, metiendo las manos a sus bolsillos.

   —No estoy acostumbrado a estar con tanta gente, tampoco a socializar —Me disculpé, mirando a otro lado.

Soltó una pequeña risotada, meneando el pie de lado a lado.

  —Yo ayudé en la crianza de cinco monstruos, veras que si te juntas conmigo, será más fácil —guiñó.

Entramos de nuevo a la cabaña, y ya casi habían terminado.

  —¿Qué piensan si vamos a la playa? —preguntó Jai, que casi no dialogaba.

  —Joder, creí que eras mudo —Se burló Jeff, y rieron.

  —Sería maravilloso —bufó Jennie, tomando a Jai por los hombros.

  —El líder dijo que no salgamos del punto —añadió Natt.

  —La playa sigue estando dentro del punto —corrigió Jai.

Hubo un pequeño silencio.

  —Entonces vamos —animé, y todos se levantaron de un salto.

  —¿Quién recogerá los platos? —inquirió Natt, con un tono de frustración.

  —Lo haré yo —Se ofreció Maya, mientras ya todos corrían fuera con su toalla en los hombros.

Subí por mi toalla, viendo a Zoe sentada al borde de su cama.

 Su cabello corto y lacio, apenas cubría la parte trasera de su cuello, tenía un fino perfil que delineaba su nariz respingada.

  —¿No vendrás? —Me animé a preguntar.

Ella me miró, con la seriedad que le caracterizaba. Sus ojos conectaron de una forma que sentí como si solo con esa mirada, me hiciese golpeado.

  —¿Crees que puedes hablarme? —habló, con arrogancia.

Sentí un pequeño pellizco llegar dentro de mí. Pero no pude mostrarlo, me puse firme a pesar de ello.

  —Eso hice —respondí jovial, dándome la vuelta para poder irme, antes de que viese lo rojo que me había puesto por la tremenda respuesta que sentí dar.

Y corrí a la playa, donde estaba en ropa interior, mojándose con el agua tibia de medio día. Sonreí con dicha por poder ver la felicidad en el rostro de todos.




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