Aitana
Cena navideña
Mi ánimo no había mejorado mucho, aún veía en repetidas ocasiones las manecillas del reloj en espera de que este avansara con mayor velocidad, obviamente, eso no pasaba, incluso, creía que era todo lo contrario, pero…, a pesar de ello, aquella noche estaba dispuesta a salir de la habitación y convivir con las personas que amaba, sobre todo porque recordaba con mucho cariño la cena navideña, uno de los eventos favoritos de mamá.
—Listo —me dijo Donna con una sonrisa en el rostro—. Has quedado linda —me entregó un pequeño espejo para que me pudiera mirar.
Era verdad, mi rostro ya no tenía una apariencia horrible. Además de que los moretones estaban desapareciendo, Donna me había maquillado de manera que ya casi no se notaran.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó al notar la nostalgia con la que miraba mi reflejo.
—Sí…, bueno, no lo sé —le devolví el espejo—. Todo lo que ha pasado es…, literalmente increíble y aún no sigo sin creer que haya sobrevivido para contarlo —suspiró mientras se sentaba en el borde de la cama para quedar frente a mí.
—Yo también me siento incrédula ante todo esto —confesó—. ¿Quién iba a decir que Tucker, ese chico tan guapo y sexy y…?
—Donna —le advertí.
—Lo siento, pero es que con todos esos músculos que tenía…
Fue mi turno de suspirar. A pesar de todo, Donna seguía siendo la misma.
—Lo que quiero decir… —continuó—, es que parecía un buen chico, que cualquiera que lo conociera no se imaginaría que era un psicópata.
—Lo sé, pero aún así, creo que desde el inicio de nuestra relación hubo señales, señales que yo ignoré.
—No debes culparte, hasta yo que soy más inteligente que tú, hubiera caído en sus encantos —giré los ojos.
—Donna, tú eres todo menos inteligente —gesticuló ofendida.
—¡Oye! Si me lo propongo, en un futuro ganaré un premio Nobel.
—Sí, de la estupidez —ambas sonreímos, aunque ella rápidamente dejó de hacerlo.
—Estás sonriendo —me miró con alegría y mi sonrisa se volvió tímida.
No lo había hecho desde…, bueno, ya saben desde cuándo.
—Estás volviendo a la vida, Aitana —se acercó para abrazarme.
No me incomodaba, sus abrazos ya se habían vuelto muy familiares en las últimas semanas, pero no concordaba con sus palabras, yo no estaba tan segura de que volviera estar siendo yo misma.
—Creo que te estás convirtiendo en una friki como yo —le dije y ella se retiró rápidamente.
—No blasfemes, Aitana —resoplé divertida—. Mejor vayamos a la cena, ¿quieres? —se puso de pie y comenzó a manejar mi silla de ruedas hacia la puerta.
Al salir de la habitación y llegar al recibidor, un sentimiento de nostalgia me abordó cuando miré todos aquellos adornos decorando la casa. Lucía bastante linda y literalmente, podías respirar la navidad con el sólo hecho de verlos.
—Fue un fastidio poner el árbol —me dijo Donna al acercarme a él.
—Pero valió la pena, ¿no es así, Aitana? —la señora Parrish caminó hacia nosotras, mostrando una sonrisa.
—Ha quedado muy hermoso, pero…
Me interrumpí a mí misma cuando Donna se colocó en cuclillas y me entregó un pequeño interruptor. Iba a preguntar porqué el enorme árbol no tenía sus luces encendidas y en ese momento lo entendí.
—Sé que esto solías hacerlo con tu madre, pero nos pareció buena idea que esta noche tú lo encendieras —los ojos de la señora Parrish se llenaron de lágrimas—. Has sido muy valiente, Aitana. No permitas que esto te derrumbe —acarició mi cabello—. La vida te ha dado una nueva oportunidad, no la desaproveches.
Conteniendo mi llanto, le asentí con la cabeza como forma de agradecimiento por sus palabras de apoyo, enseguida, presioné el interruptor y miles de luces brillaron ante nuestros ojos.
En los próximos minutos, las tres charlamos acerca de las navidades pasadas cuando mamá aún vivía, reímos y entristecimos un poco por los recuerdos, pero sinceramente, eso me hizo sentirme en paz, me hizo olvidarme de todo lo que me atormentaba en ese momento.
A continuación, pregunté por Tobías y la señora Parrish me comentó que estaba en el jardín ayudando a su padre a encender las luces de esa zona y que podía ir con él si quería. Le agradecí y eso hice, maniobré la estúpida silla de ruedas en esa dirección hasta llegar al jardín.
Hacía demasiado frío afuera, pero no entraría de nuevo a la casa hasta ver a Tobías.
—Yo sólo digo que lo tengas en consideración —escuché la voz del señor Parrish en el siguiente pasillo y volví a girar las ruedas para llegar a él.
—Necesito estar con Aitana, papá —le dijo Tobías y me detuve.
—Lo sé, yo entiendo todo lo que está pasando, pero creo que también debes pensar en ti…, recuerda que en una semana ya debes estar estudiando en la universidad de Seattle.
—Eso puede esperar.
—Tal vez, pero ¿y la cafetería? —el señor Parrish suspiró—. Hijo, trato de apoyarte, pero comprende que tengo más sucursales que atender y yo no puedo estar en Seattle tanto tiempo. Está casi todo listo para inaugurar esa cafetería y bien sabes que retrasarlo nos dará mala imagen.
—Voy a arreglarlo, ¿de acuerdo? Sólo dame tiempo. No puedo alejarme de ella en estos momentos.
—Aitana cuenta con todo nuestro apoyo, ella puede quedarse en esta casa todo el tiempo que quiera. Nosotros la cuidaremos bien y sé que ella entenderá que tienes responsabilidades que atender.
Por supuesto que lo entendía…, Tobías debía continuar con su vida y yo le estaba siendo un impedimento para ello
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Tobías
—Luces hermosa —le dije a Aitana al entrar a su habitación.
Usaba un vestido azul celeste, y su maquillaje y peinado le daban una apariencia asombrosa, cómo si volviera a ser ella misma…, cómo si lo que había pasado hacía unas semanas jamás hubiese existido.
—Donna me dijo que ya habías salido de la habitación, ¿por qué regresaste? —me acerqué a la cama para sentarme a su lado.
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Editado: 03.02.2023