Aitana
Cuatro meses después
En algún lugar de Oklahoma.
La vista que tenía desde mi ventana era perfecta, el lugar donde mi madre había crecido era completamente hermoso. Ella siempre me contaba que en su juventud muchas chicas se burlaban de ella por ser del campo, pero la realidad era que no lograba entender porqué, era claro que no se tenían los mismos lujos o tecnología que en una ciudad, pero con una vista como la que tenía frente a mis ojos en ese momento, no había necesidad.
—Aitana, cariño —Lolita entró a mi habitación después de tocar un par de veces la puerta.
Ella era mi abuela materna, una gran mujer con la que papá, el enano y yo habíamos estado viviendo en los últimos cuatro meses.
—Pasa, Lolita —le sonreí.
—He venido a ver si mi testaruda nieta ha encontrado un poco de la valentía que guarda —comentó mientras caminaba hacia la cama, apoyándose de su bastón.
Era una mujer de edad avanzada, y padecía una enfermedad que poco a poco se estaba llevando su vida, pero ella siempre se mantenía fuerte, o al menos eso era lo que siempre demostraba.
—Aún no lo llamo —confesé al sentarme al borde de mi cama.
Después de todos los meses que habían pasado, aquella tarde iba a atreverme a hablar por videollamada con Tobías. No había perdido contacto con él por completo, al menos una vez por semana hablábamos a través del móvil, pero esa ocasión era diferente porque vería de nuevo su rostro…, un rostro que extrañaba con fervor.
—Aún recuerdo lo que era tener tu edad —se sentó a mi lado—. El amor de juventud es tan profundo que te marca para toda la vida.
—Dígamelo a mí —expresé con ironía al bajar la mirada.
—En tu caso es diferente, Aitana —tomó mi mano, compartiendo la calidez de la suya—. Atravesaste por algo que ninguna chica debería pasar —me sonrió con compasión—. No puedo ni imaginar todo lo que sufriste… no había día que no rezara por ti y no sabes cuántas ganas tenía de estar a lado de tu padre y apoyarlo con todo esto, después de todo, yo sé lo que es perder a una hija —mis ojos se empañaron con lágrimas ante la mención de madre.
—Tal vez su enfermedad no le permitió subir a un avión, pero sé que papá contaba con su apoyo.
—No fue lo mismo, hija, pero hoy ya es algo que ha quedado en el pasado porque estás aquí…, con vida gracias a tu fuerza y a Tobías, por supuesto —sonreí ligeramente—. Cariño, sé que ya lo sabes, pero tengo que recordarte que estás perdiendo el tiempo… tiempo que podrías aprovechar con ese chico.
Era claro que Lolita tenía razón. El dejar a Tobías había sido sólo por buenas intenciones, pero esas mismas intenciones me estaban torturando porque todo lo que quería era estar a su lado, yo no quería alejarme de la persona con quién más me sentía segura y amada, pero si no lo hacía, hubiese estropeado sus planes, su futuro por puro egoísmo.
—No me siento lista para viajar a Seattle, además, ni siquiera sé si la propuesta de Tobías sigue en pie.
No habíamos vuelto a tocar ese tema desde aquel día en la casa del lago.
—Pues sólo tienes que llamar y preguntar —besó mi frente al ponerse de pie—. En cuanto termines, te espero abajo para preparar la cena. Tu padre no debe tardar en llegar.
—Claro, Lolita —nuevamente le sonreí antes de que saliera de mi habitación.
A los pocos segundos, tomé un profundo suspiro para desvíar la mirada hacia mi ordenador. Tenía un poco…, bueno, demasiada ansiedad por verlo, así que sin pensarlo más, me puse de pie y me acerqué al escritorio para volver a sentarme frente a él.
A continuación, hice al menos dos llamadas, pero él no respondió y sinceramente, no quise insistir más. Por alguna razón creía que esta distancia nos estaba cobrando factura y que en verdad nos estaba alejando.
Decepcionada, me puse de pie y caminé hacia la puerta, sólo que antes de siquiera tocar la manija de esta, escuché el sonido de la videollamada entrante. Con rapidez, regresé hacia mi ordenador y miré en la pantalla el nombre de Tobías.
Nuevamente, suspiré y respondí.
Como una estúpida chica lujuriosa, su torso desnudo fue lo primero que miré, parecía que acababa de salir de la ducha. De nuevo estaba en forma, anteriormente había dejado de ejercitar su cuerpo para cuidarme, pero «demonios». De nuevo era él mismo.
—Hola —me saludó y fue en ese entonces que me obligué a subir la mirada, y sí, me impresioné por segunda vez.
—Cortaste tu cabello —comenté.
—Sí, bueno, creo que necesitaba un cambio —sonrió con timidez.
—Y vaya que lo fue.
Desde que recordaba, a Tobías le encantaba el cabello largo.
—¿No te gusta? —preguntó con interés.
Claro que me gustaba, me encantaba. Se veía mucho más guapo y maduro.
—Te…te sienta bastante bien —respondí con un poco de vergüenza.
—¿Y qué me dices tú? Parece que volviste a ser la misma bella Aitana de siempre.
Con mis mejillas sonrojadas, tragué pesadamente y bajé la mirada.
—Creo que… estar con Lolita me ha ayudado mucho.
—Me doy cuenta.
De pronto guardamos silencio mientras nos mirábamos el uno al otro. Era cómo si no supiéramos qué más decir.
—¿Y qué tal todo en Seattle? —rompí el silencio incómodo.
—Todo marcha de maravilla —extendió su sonrisa y a pesar de que me sentía feliz por él, en mi garganta se formó un nudo al escuchar la palabra "maravilla"—. Gracias a que la cafetería está ubicada cerca del hospital, está siendo todo un éxito —continuó—. Inclusive, he estado pensando en expandirme y añadir unos cuántos estantes de libros. Me gustaría que las personas tuvieran un espacio tranquilo para leer mientras el aroma a café entra por sus fosas nasales.
—Eso suena increíble —le mostré una sonrisa ligera, pero sincera.
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Editado: 03.02.2023