Aitana
Seattle
Cinco años después
La ducha me había sentado bastante bien aquella noche, me sentía despierta y fresca, a pesar de haber trabajado casi todo el día, y aunque no me había duchado precisamente para dormir, me iría a la cama con Tobías, quién sí había aprovechado un poco de su tiempo libre para descansar antes de coger un avión esa misma noche.
Con el cuerpo desnudo, salí del cuarto de baño y caminé por una habitación totalmente desordenada, —digamos que Tobías y yo no éramos los más responsables para mantener un departamento impecable—. Al llegar a la cama, me metí bajo el edredón e inmediatamente, abracé a mi novio, quien estaba de espaldas a mí.
—Es hora de despertar —susurré en su oído antes de comenzar a llenar su cuello de besos insinuantes.
Al principio no respondió de ninguna forma, pero luego de un poco de insistencia y ciertas caricias en su cuerpo, la tensión sexual comenzó a despertarlo.
—Hola —sonrió con picardía al girar su cuerpo. En breve, sentí como su miembro también estaba despertando—. ¿Cómo está la chica más guapa de este planeta?
—Con ganas de que su novio le haga el amor.
—¿Ah, sí? —me tomó de la cintura y pegó aún más su cuerpo desnudo al mío—. Ya te has duchado, ¿por qué será? —preguntó divertido.
—Porque en una hora tenemos que estar en el aeropuerto.
—¿Y no será porque quieres que baje a beber agua del pozo?
—¡Tobías! —lo empujé del pecho mientras él reía—. Eres un sinvergüenza. ¿Ahora de dónde sacaste esa frase tan vulgar?
—¿Vulgar? ¿Prefieres que te diga…?
—No, no. Gracias —lo interrumpí.
Sabía que lo que estaba a punto de decir, sería aún más vulgar.
—Aitana, odias ducharte en plena temperatura más baja. ¿Esperas que crea que lo hiciste porque saldremos?
Eso era verdad, los días en Seattle casi siempre eran fríos y lluviosos, no me gustaba siquiera salir del departamento cuando las temperaturas eran muy bajas.
—De acuerdo, admito que lo hice porque… ya sabes —me encogí de hombros.
—Porque quieres que te devore cómo a una…
—¡Tobías! —le supliqué con las mejillas sonrojadas—. ¿Podrías dejar de avergonzarme y mejor satisfacerme?
—Mmmm, no lo sé —atrapó uno de mis pezones con sus dientes y yo jadee al instante—. ¿Esta mañana haremos un bebé? —sonreí.
En los últimos meses me había estado insistiendo con esa idea de ser padres, pero yo no creía que tuviéramos el tiempo suficiente para un bebé, además de que aún éramos jóvenes para ello.
—No. Esta no será la mañana en la que hagamos un bebé —respondí.
—Ah, no. Entonces no obtendrás nada de mí —con decepción, volvió a envolverse en el edredón.
—Oh, vamos —insistí, tratando de tocar de nuevo su cuerpo—. ¿Me dejarás con las ganas?
—Tú me estás dejando con las ganas de tener un bebé. No veo porqué haya alguna diferencia.
—¿Es en serio? —comenzaba a resignarme.
—Muy en serio —suspiré.
—Bueno, si no tendrás sexo conmigo, será mejor que me apresure —hice a un lado el edredón para salir de la cama—. ¡Ahhhh! —grité en cuanto me detuvo.
Con rapidez y agilidad, mi tonto novio se colocó encima de mi cuerpo.
—Creí que me dejarías con las ganas —me burlé.
—Sabes perfectamente que no tengo corazón para hacer semejante cosa —extendí mi sonrisa—. Además, ya pasa de media noche y que yo recuerde, hoy es tu cumpleaños número veintiséis y tengo planeado darte veintiséis orgasmos —reí con fuerza.
—¿En un día? —elevé las cejas—. Dudo mucho que logre tener veintiséis orgasmos en veinticuatro horas.
—Podríamos intentarlo —comenzó a besar el centro de mis pechos—. No lo sé…, tal vez y batimos nuestro propio récord.
—Me conformo con que ahora mismo me des uno solo.
—Todo se inicia por uno —añadió antes de deslizar su lengua en mis pechos.
La diversión rápidamente comenzó a cederle el paso a la excitación, y no era para menos, me encantaba que Tobías degustara de mi zona íntima como si fuera su platillo favorito.
Amasó, lamió y mordió mis cerezas, llevándome a lo más extremo de la lujuria. Yo no hacía otra cosa, más que cerrar los ojos y disfrutar mientras de mi garganta se escapaban aquellos pequeños jadeos que a Tobías le gustaba escuchar. Una vez que creyó que era suficiente por el momento, comenzó a deslizar su lengua hacia abajo, atravesando mi ombligo y llegando al punto que tanto anhelaba.
—Parece que estás bastante lista —comentó antes lamer con total descaro toda mi intimidad.
Apenas si había hecho el primer contacto y yo ya me encontraba empujando mis caderas con desesperación.
—Despacio, conejita —me pidió, utilizando ese nuevo sobrenombre con el que me había estado llamando últimamente.
—Tobías, no me tortures, por favor.
Ignorándome, sopló ligeramente en mi humedad, provocando mi cuerpo estremecer.
—Tobías —le advertí.
—Ya voy —dijo divertido antes de…
—Ahhhh… —no pude evitar gemir. Tobías había comenzado a atacar mi sexo con locura.
Él no mostraba timidez, mucho menos vergüenza, y ni siquiera intentaba hacerlo con delicadeza. Para él, estar degustando de mi zona íntima, era sinónimo de ferocidad, inhumanidad, cómo si aquella fuera la última vez que probaría mi sabor.
—Tobías… —murmuré su nombre con excitación cuando su pulgar viajó a mi punto más sensible para comenzar a trazar círculos en él.
Su cálida lengua se había abierto más paso en mi intimidad, algo que por supuesto, aumentaba mi satisfacción, pero por si eso era poco, su mano libre llegó hasta uno de mis pechos, y entonces sí, me desbordé de placer.
Mientras tiraba de su cabello para restregar más su rostro en mi sexo, los dedos de mis pies se entumecieron y mi cuerpo se volvió totalmente rígido al sentir la potente sensación del orgasmo. Podía sentir con claridad que me había perdido en algún lugar recóndito y desconocido, del cuál no tenía intenciones de escapar.
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Editado: 03.02.2023