◣Las vendas que cubren tus ojos◢
Al fin llegó el primer día de universidad. Me levanté temprano, me bañé y, después de tomar mis cosas, me dispuse a irme. Estaba emocionado. La vida parecía sonreirme después de mucho tiempo, me dije "hoy no me mataré". La alegría parecía apoderarse de mí, era un sentimiento que no había vivido hacía mucho tiempo. En la puerta del hotel me encontré, sorprendentemente, con el chico del avión. Se encontraba dándole vueltas a la punta del barandal de la escalera con la punta del dedo índice.
—Hola—saludé intentando ignorar lo que estaba haciendo.
—Hola—contestó él entre susurros.
Parecía estar contando las vueltas que daba su dedo por el barandal. De repente se detuvo y suspiró cansado.
—Deberé empezar de nuevo—se dijo a sí mismo, y luego se dirigió a mí de muy buen humor—¿Cómo estás?
—¡Bien!—contesté algo incómodo, pues sentí que lo había interrumpido en su extraño ¿ritual?—. No sabía que te alojas aquí.
—Yo tampoco ¿Decidiste cambiarte?
—Oh, no. Mi tío es el dueño del hotel.
—¿Qué?—gritó sorprendido. Se acercó a mí para susurrar—¿Tu tío es el magnífico Orlando Siola?
—Sep ¿Lo conoces?
—¿Bromeas? Mi mamá era fanática de él desde los ocho años. Lo adoraba—Lo miré extrañado, sin poder entender, por lo que explicó—. Fue un cantante famoso, distinguido por su hermosa voz y su tan hermoso aspecto. Mujeres y hombres quedaban cautivados por él. Se casó con una fanática suya y tuvo una hija igual de hermosa, pero su esposa murió en el parto, negligencia médica. Por lo que realizó un juicio al hospital muy grande, lanzó dos discos y luego se retiró para criar a su hija. Al final, antes de que ella se casara, él puso este hotel por el gran turismo en el lugar, pero su hija murió hace años y nunca más se lo volvió a ver. Mi madre me pide fotos suyas en cuanto lo vea, pero aún no tuve la oportunidad.
Mi pestañeo consecutivo daba a entender que no tenía idea de nada de eso. Sin embargo, decidí cambiar de tema para no mostrar mi ignorancia sobre asuntos familiares en los que nunca me incluyeron.
—¿Estás de camino a la universidad?—pregunté.
—Sí—contestó y se volvió a acercar a la punta del barandal—, pero adelántate. Me tardaré un rato.
Volvió a dar vueltas con su dedo a la punta del barandal, contándolas cuidadosamente.
—Seguro...
Salí al patio principal que daba a la carretera cubierta de árboles para esperar el autobús. No obstante, me detuve a la mitad al ver a Lucián dormir sobre la rama de un árbol. Al principio no supe qué hacer, pero al cruzarme por la cabeza que podría caerse y lastimarse, decidí hablarle para que baje.
—Oye—intenté despertarla, pero no me oía—¡Oye!
Con mi grito, se despertó mirando hacia todos lados y buscándome, hasta que me encontró debajo de ella.
—¿Estás bien? ¿Qué haces allí arriba?
De un salto, bajó y me miró fijo. Entonces, lo recordé "Mantenerla en el presente".
—Soy Greco, tu primo.
—Sé quién eres, ¿qué haces aquí?
—Me preguntaba lo mismo, ¿por qué dormías en el árbol?
Se encogió de hombros y dio unos pasos hacia el hotel.
—Lo olvidé—contestó.
—De acuerdo...¡Oh! Quería disculparme por lo de anoche. No sabía que tú padeces eso...
—No te preocupes. Ya es común. De todas formas olvidaré que te disculpaste y quizás te golpee—Rió fuerte—. Es un chiste, no golpeo a las personas...aún.
Compartí la risa de forma incómoda. Quise continuar mi camino en ese momento, pero algo me decía que debía preguntar una cosa más.
—Ham...oye, ¿por qué tu tío te llevaba al bosque anoche?
—¿Quién eres?—cuestionó de inmediato.
Seguramente ya había perdido la memoria, creí que lo mejor sería dejarlo para otra ocasión.
—No importa. Nos vemos luego.
Salí corriendo de allí, pero nunca supe que ella se me quedó viendo fijamente ocultando un gran secreto.
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La puerta de la universidad estaba repleta de personas. Al parecer la entrada estaba tapiada y no se podía pasar. Intenté meterme entre la gente para saber qué ocurría. Por supuesto que mi vida no podía ser fácil ni una sola vez, siempre algo debía ocurrir.
—Parece que hubo un choque—oí decir a uno de los chicos a mi lado.
—¿En serio? Eso no se veía hace mucho—le contestó la chica junto a él.
—Sí, seguramente fue un niño.
—Es raro que lo hayan dejado bajar hasta aquí solo.
No entendía a qué se referían ¿Un niño conduciendo? ¿Bajar hasta aquí? ¿Era algún código de la ciudad para algún desastre natural? No lo sabía. Mi vista viajó por todos lados, pero no se veía nada dentro. De repente me cruzo con algo, a mis pies había una pluma, aunque no parecía una normal. Era blanca y del tamaño de mi antebrazo ¿Qué clase de ave podría tener unas plumas tan grandes?
—Con permiso, con permiso—Una voz conocida parecía hacerse paso entre las personas. En un minuto tuve al chico del avión a mi lado—¿Qué ocurre? Creí que llegaba tarde.
—No lo sé—contesté—. Al parecer hubo un choque.
En ese momento, sale de adentro un hombre vestido con un traje gris, quien supuse era algún profesor por su tupida barba y lentes grueso como de los ochenta.
—El pasillo principal está cerrado por el momento. Tuvimos un accidente ángel. Les pido a todos que ingresen por la puerta de la cafetería, por favor. Gracias—dijo.
—¿Accidente de ángel? ¿Qué es eso?—me preguntó el calvito de camino a entrar.
—No tengo idea. Por cierto ¿Cuál es tu nombre?
—¡Oh! Es Diego ¿No te lo dije?
—No, te tenía agendado como "Calvito". Yo soy Greco.
—Nombre exótico. En ese caso, te agendaré como "Griego".
—De acuerdo—contesté entre risas.
Las clases en esa universidad eran lo que siempre soñé. Amaba cada materia, cada profesor era espectacular, cada aprendizaje era valioso. Pero todo eso no tapaba el hecho de que cada estudiante, y cada profesor fuera del salón, eran personas totalmente extrañas.