◣El príncipe vagabundo◢
Fue inevitable verme ganar premios importantes, incluso un Nobel por mi descubrimiento científico. Podría hasta volverme millonario, tener todo lo que quisiera, y ya no haría falta matarme.
Decidí nombrar ese día como: el Día 1.
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Me levanté temprano, incluso antes que el personal del hotel. Fui hasta la habitación de Lucián y me senté a esperar que salga. Eran las cinco y cincuenta, ni siquiera había salido el sol, pero me sentía con la energía de un niño. Habían pasado dos horas y ella aún no salía, hasta que se hicieron las ocho y media.
En cuanto abrió la puerta, me acerqué y la vi directamente a los ojos. En esos ojos celestes buscaba algún rastro de magia o algo distinto a los ojos comunes de los mediocres mortales.
—¿Puedo hacerte unas preguntas? ¿Qué se siente volar?—pregunté.
Ella no respondió, sino que gritó tan fuerte que me dejó sordo por un segundo y cerró la puerta en mi cara golpeando mi nariz.
Mientras me lamentaba por una posible fractura de nariz, sentí cómo me tomaban del cabello y me jalaban hacia atrás hasta golpearme contra la pared. Al levantar la vista, me encontré con Miori, la antipática.
—¿Eres un pervertido? ¿Qué mierda estás haciendo?—preguntó mientras me sobaba la cabeza adolorido.
—Nada, solo quería preguntarle cómo estaba—me excusé.
—Bueno, lo que sea déjala ya. La agobias, tarado—dijo antes de meterse al cuarto como si fuese suyo.
Qué persona más irritante, pensé. Esa Miori no podía agradarme, sin importar por qué lado lo viese.
Resignado, comencé a irme, hasta que una idea pasó por mi mente: ¡El tío Orlando!. Estaba seguro que él sabría todo sobre estos akilas y que me lo diría. Así que comencé a buscarlo por todo el hotel.
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Lucián vio entrar a su amiga y respiró profundo.
—Creí que eras mi primo—dijo aliviada.
—No, a él ya lo eché de una patada—contestó Miori tirándose sobre la cama de la chica.
—¿Sabes? Creo que él ya lo sabe—comentó Lucián de manera preocupada—. No sé si me habrá visto u oído algo—Suspiró—. Quizás yo se lo dije y no lo recuerdo.
—Los siguió a ti y a tu tío al precipicio—contó Miori—. Me enviaste un mensaje anoche.
—Oh...¿Y sabes cómo se lo tomó él?
—Se espantó al principio, pero creo que ahora se lo está tomando bastante bien. No es como que esté corriendo por los pasillos por respuestas...
La verdad era que Greco sí estaba corriendo por los pasillos en busca de respuestas.
—Entiendo, entiendo—murmuró Lucián.
Luego tomó el tablón de post-it de su escritorio y escribió en uno: "Tu primo ya sabe que eres Akila". Después lo pegó en una de sus paredes junto a todos los otros papelitos de colores que usaba como una memoria a simple vista. Tenía alrededor de ochocientos papelitos en sus paredes, ordenados en orden de importancia, y algunos más personales dentro de cuadernos en su biblioteca. Cada mañana los leía para estar al tanto de todos los acontecimientos al empezar el día.
—Creo que está demente—comentó Miori—. Oí que intentó suicidarse.
—Entonces no está demente, solo triste—contestó Lucián.
Su amiga se encogió de hombros y se puso de pie de un salto.
—¿Vamos a desayunar?—Lucián asintió con mucha energía, su estómago ya empezaba a doler de tanta hambre—¿Qué quieres?
—Se me antoja pan con dulce, pero seguramente cambie de opinión al llegar.
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Recorrí ese enorme edificio como por media hora más y ya estaba cansado. No había desayunado y la falta de alimento se comenzaba a hacer presente. Sin embargo, al girar en una esquina y volver al vestíbulo, lo vi. Estaba hablando con la señora de recepción. Esta se veía bastante preocupada, hablaba rápido y él intentaba calmarla. En el momento en que llegué junto a él, ella se fue rápidamente por la puerta principal.
—Qué gusto encontrarlo, tío—dije mostrando mi mejor cara y siendo lo más simpático posible—. Quería hablar con usted sobre los akilas.
—Qué suerte que te encuentro—dijo él, tenía el rostro sudado y se veía cansado para ser las diez de la mañana—. También debía hablarte de eso—Mi cara se iluminó ¡No tendría que hacer tanto trabajo como pensaba! Hasta que...—. No te diré nada de los akilas.
—¿Qué?
—Sí, mira. Hiciste pasar un mal momento a Lucián en la mañana y ahora no puedo ocuparme de esto. No te preocupes por saber más de eso o lo que sea. Solo olvídalo—En ese momento, comencé a sentirme bastante incómodo. Lo de Lucián había sido un error. Había olvidado que ella olvidaba las cosas—. Por otra parte, tú sabes que vives gratis aquí porque eres hijo de tu madre, pero así mismo como eres familia, debes ayudar. Así que hoy serás nuestro recepcionista.
—¿Qué?—exclamé.
—Sí, lo único que tienes que hacer es escribir en ese cuaderno todos los que entran y la habitación que les tocó. Las habitaciones disponibles están en la computadora. Además, mira esto—Señaló un nombre y un número de habitación en la sección de reservas en el cuaderno, la única reserva—. El señor Immanuel View vendrá, es importante, así que atiendelo bien. Solo debes darle su llave, es la 257. Y no olvides llamarme luego de eso. Tengo cosas que hacer.
Dicho eso, se fue a toda prisa. Por alguna razón sentía que no le caía bien, pero era entendible. Yo tampoco me caía bien.
Así que fui por un café y me senté en ese mostrador a escribir todo lo que sabía de los akilas hasta ese momento. Tenía suerte de que las clases los martes fueran a las dos de la tarde. Solo por eso no lo rechacé... y porque había dicho que vivía gratis ahí.
Luego de unos minutos, vi bajar al Calvito por las escaleras con una enorme sonrisa, pero a medida que se iba acercando al mostrador comencé a notar grandes gotas de sudor en su rostro.