◣Las manos de un demonio◢
El día en la universidad había sido bastante tranquilo a excepción de un tipo que se me cruzó en el almuerzo preguntando:
—¿Eres novio de Lucián Siola? ¿Por qué estás todo el día con ella?
Recuerdo que suspiré profundo y recordé el pedido que me habían hecho mi tío e Immanuel: "No pierdas de vista a Lucián y cuídala mucho". Por lo que estos días estuve pasando mucho tiempo con ella, a excepción de cuando mi tío la llevaba a volar por las noches. Ese tiempo me ayudó a conocerla mejor y a darme cuenta de que es una persona muy agradable, solo que siempre debo recordarle lo que estamos haciendo cuando noto que se queda viendo al vacío. Lo que he deducido hasta ahora es que ella misma se pierde con sus propios pensamientos y olvida lo que está haciendo en ese momento.
Le respondí que era su primo y que no se metiera en nuestra vida, a parte qué tanto sabía de ella si no la veía en la universidad. Era un tipo fortachón y bastante soberbio; se veía a leguas que no era de los buenos.
Lo dejé pasar y no me preocupé por eso, hasta que lo vi en la puerta del hotel siendo detenido por uno de los guardias.
—¿Qué haces tú aquí?—le pregunté, frunciendo bastante el ceño para que note mi fastidio.
—Tú no te metas, enano. Esto no te incumbe—contestó agresivamente.
—Solo vete y deja de molestar—le dije mientras entraba al hotel para encontrar a Lucián acurrucada tras los barandales de la escalera.
De inmediato me acerqué a ella y le pregunté si estaba bien.
—No—respondió con la voz temblando—. Creí que era un sueño, pero era un recuerdo. Nunca antes recordé algo por mí misma.
Solo cuando me arrimé para verle la cara, noté que la tenía mojada. Esas eran marcas de lágrimas, las conocía muy bien. Sus ojos no parpadeaban y sus uñas, lentamente, parecían crecer tanto que comienzaron a incrustarse en la madera del barandal.
—Hoy comienza mi entrenamiento—susurró. Luego, de la nada, se volteó y me tomó del cuello de la remera. Sus ojos estaban rojos y húmedos. Y con la voz quebrada y aguda murmuró:—. Por favor, ayúdame a olvidar.
Cuando mi pecho fue arañado, noté que en sus manos tenía unas afiladas garras. No pude resistirme. Asentí frenéticamente y la ayudé a subir a su cuarto. Nos sentamos sobre su cama y yo pasé a darle pequeñas palmaditas en la espalda intentando que se calmara.
—¿Debería llamar al tío?—pregunté.
—No tengo tío—contestó entre lágrimas.
—Hem...me refería a tu abuelo, mi tío, Orlando.
—No, no, no, no—exclamó mirándome a los ojos—. Mejor llama a Miori, supongo que ella sabrá qué hacer. Su habitación es la 458. Si no te responde solo pasa, seguramente está escuchando música muy fuerte.
Dudé un poco si dejarla sola, no se veía nada bien. Pero yo no sabía qué hacer, así que decidí confiar en que su amiga sabría e ir a buscarla.
Toqué a la puerta tres veces y es como Lucián dijo, se escuchaba una música a un volumen descomunal ¿Cómo los vecinos no se quejan?, pensé. Toqué de nuevo, más fuerte, pero nada. Entonces giré la perilla, creyendo que no se abriría, pues quién dejaría su puerta sin llave. Sin embargo, esta se abrió y me dejó ver a la jodida Miori en un traje de dinosaurio verde, infantil, sobre la cama, bailando al ritmo de King & Queens de Ava Max mientras sostenía un desodorante que usaba como micrófono. La escena me sorprendió tanto que no solo reí, sino que también lloré. Al verme paró rápidamente la música y me gritó:
—¿Qué quieres, saco de mierda?—El insulto colmó mi diversión. Ya estaba acostumbrándome a que me odiara, pero siempre me ponía de mal humor sus insultos.
Decidí comportarme como una persona civilizada e ignorar lo que dijo, así que simplemente informé:
—Lucián te necesita, no se siente bien.
Rápidamente bajó de la cama de un salto y me estampó el desodorante en mi pecho.
—¿Llamaste a Orlando?
—No, me pidió que no lo hiciera, que te llamara a ti.
Sus ojos me vieron sorprendidos. Tropezó cuando intentó caminar hacia atrás, pero se levantó de inmediato y salió corriendo. Al final del corredor se cruzó con Immanuel y solo le dijo:
—¡Fuera de mi camino, imbécil!
Esa chica no tenía respeto ni por el presidente, aunque ¿quién respeta al presidente en estos días?
Supuse que todo lo que podía hacer, ya lo había hecho, por lo que me adelanté hacia el joven con una emoción desbordante.
—Señor—dije, pero inmediatamente me interrumpió.
—Imma.
—Imma—corregí—, ¿sabe? Aún tengo algunas dudas sobre los akilas, ¿usted podría responderlas?
—Solo si tú me respondes algunas preguntas antes—sugiere alzando su dedo.
—Por supuesto, lo que sea.
Supuse que se trataría de algo sobre mi carrera o algo del mundo humano o claves de seguridad, pero sus preguntas me desconcertaron.
—¿Tienes el teléfono de Diego? ¿Me lo pasarías?
—Eh...sí—contesté algo extrañado—. Aunque debería pedirle permiso.
—¿Permiso? ¿Por qué?
—Bueno—Me rasqué la nuca imaginando sus intenciones—, no es correcto pasar información personal de los demás sin su permiso—me excusé.
—Entiendo—contestó con un semblante pensativo—. Bien, entonces, consigue su permiso y pásalo—Hurgó en su bolsillo trasero del pantalón y sacó una tarjeta que me extendió—. Mándamelo cuando lo tengas.
—Sí...—contesté recibiendo el papel plastificado. Varias ideas de lo que podría ser Diego e Immanuel juntos se vinieron a mi cabeza, incluso ideas +18. La sacudí alejando todo eso, me hizo sentir muy incómodo—Bueno, entonces ¿Desde cuándo existen los akilas?—volví al tema de interés.
—Desde siempre—contestó él sonriendo y sin dejar de caminar.
—¿Y ustedes son la combinación de un ave y un humano? ¿o son como ángeles caídos?