Akram: ¿un Príncipe árabe puede enamorarse?

CAPÍTULO 4

AKRAM

Por más que lo intentara no podía apartar mis ojos de ella, era como un imán que no me permitía siquiera alejarme de su presencia.

Ordené que me trajeran un aguamanil con agua tibia, una vasija y unos paños, en estos momentos agradecía la privacidad que poseía, hasta ahora nadie se había percatado de su presencia en palacio.

No sabía qué podría pasar si el rey se enterase, pero prácticamente era mía, por más que lo odiase la había comprado, aunque claro, no quería ejercer las funciones de un amo que ordena y castiga.

Lo que si tenía claro es que solo la quería para mí, mi instinto ansiaba protegerla, saber quién era y una vez conocidos sus secretos tal vez sabría qué hacer.

Recogí el aguamanil y los otros elementos en la entrada de mi habitación, no permitiría el ingreso de nadie.

Vertí el agua tibia en la vasija y remojé los paños.

Comencé a retirar su velo por completo, liberando también su espesa cabellera del mismo.

Claramente había pasado muchos días en medio del desierto, había restos de arena, sin embargo, conservaba su textura suave.

Estaba maravillado con lo largo que era, definitivamente esta no era una esclava, al menos no había nacido como tal.

Tomé uno de los paños y con sumo cuidado fui limpiando su rostro.

Deliberadamente repasé sus labios más de la cuenta, no pensaba tocarla sin su consentimiento, empero, aunque fuese con un paño en medio ansiaba sentir sus labios.

Sentí una sensación conocida, un tirón en la entrepierna para ser precisos, bastaba imaginar la suavidad de su piel y el contacto de sus labios con los míos para despertar ese tipo de deseos.

Continué limpiando sus brazos y su cuello, solo aquellas partes que su vestido dejaba al descubierto. Y una vez hube terminado, la cubrí con un manto y acomodé su cabeza para que descansara mejor.

Esperé el resto de la tarde a que despertara, pedí que me trajeran la comida y la cena a mis aposentos, solicitando demás por si ella despertaba, sin embargo, no lo hizo.

Al caer la noche Rashid me preguntó si deseaba que llamase a alguna doncella para hacerme compañía por la noche, lo que por supuesto rechacé.

No podía desear mejor compañía que la que en secreto tenía.

Comencé a desvestirme para dormir en los sillones de mi alcoba, cuando percibí unos movimientos con el rabillo del ojo.

Me acerqué para asegurarme de que no hiciese sonido alguno.

Cuando abrió sus ojos pude ver cómo la confusión iba siendo reemplazada por el miedo, antes de que pudiese gritar tapé su boca para silenciarla.

-No temas, no pienso hacerte daño.

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En el texto hay: romance, romancejuvenil, arabe

Editado: 20.03.2023

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