AKRAM
Miré rápidamente alrededor buscando algún sitio en el que pudiese esconderse, ella parecía muy confundida, pero pareció entender la situación, y se aproximó a la cama.
-No pensarás en meterte bajo la cama… -Me detuve al ver cómo abría el enorme baúl que se encontraba a los pies de la misma, y empezaba a sacar los cojines y algunas telas que allí se guardaban.
-No pienso esconderme bajo la cama, pero creo que puedo entrar aquí. Necesito que me cubras y cierres -Susurró.
Rápidamente terminamos de sacar todo el contenido del mueble y la ayudé a entrar en él, una vez más, el contacto de nuestras manos produjo una extraña corriente eléctrica que recorrió cada una de mis terminaciones nerviosas, aunque fue breve el choque, la sensación perduró por varios segundos.
Una vez la hube tapado con una de las mantas y cerrado el baúl ordené que entraran.
Una de las doncellas, al ver el desastre de los cojines por el piso comenzó a recogerlos, mientras que otra comenzaba a recoger las sábanas para llevarlas a lavar y cambiarlas por otras luego, pero no quería que esa fuera una excusa para que luego volvieran a interrumpir, deseaba que el número de intrusiones fuera el mínimo.
-Deja los cojines allí, estoy buscando algo, y tú, deja las sábanas, aún están suficientemente frescas.
-Sí, mi señor.
Una vez terminaron de ingresar la bañera y llenarla de agua tibia, comenzaron a servir el desayuno en la mesa.
-Si su majestad lo desea, podría hacerle compañía.
Una de las doncellas, nunca habría sabido su nombre, se ofreció, pero no estaba para nada interesado, me urgía que salieran de una buena vez.
-Pedí estar solo, ya pueden retirarse.
-Como usted guste. -La molestia en la voz de la sirvienta fue poco disimulada, pero no me importaba.
Una vez salieron todas coloqué el seguro de los portones y me apresuré a abrir el baúl, descubriéndola y ayudándole a salir.
De repente la vi sonreír, y una breve carcajada escapó de sus labios, pero inmediatamente se cubrió con las manos, acallando también ese maravilloso sonido musical. Cómo podía ser que tan simple gesto había superado cualquier paisaje u objeto precioso que alguna vez mis ojos hubiesen visto, y que el dulce sonido de su risa era incapaz de compararse con los aburridos cantantes de palacio.
-¿Qué os causa tanta gracia? -Traté de mantenerme serio, y no reflejar ninguno de mis pensamientos, pero estaba a nada de sonreír por primera vez en mi vida.
-Tus doncellas parecen un tanto atrevidas, y si me lo preguntabas hace una semana, jamás se me habría pasado por la mente la posibilidad de estar encerrada en el baúl de un príncipe -Su rostro se tornó oscuro repentinamente -claro que tampoco sabría que moriría mi padre y que lo perdería todo.
Quise cambiar inmediatamente el rumbo de sus pensamientos, recuperar algo de la luminosidad de hace un momento.
-Puedes tomar un baño si lo deseas, y esa comida también es para ti, a mi me basta con una manzana y algunas uvas.
-¿Y a dónde irás?
Su pregunta me confundió por un segundo, pero luego comprendí que seguro pensaría que yo la dejaría sola mientras se aseaba.
No porque temiese su huida, aunque también era una posibilidad, sino porque alguien podría entrar en mi ausencia, tal vez cierta doncella impertinente incapaz de aceptar mi negativa.
-No pienso salir.
-No creerás que tomaré un baño contigo presente. -Su tono de voz era de pura indignación.
-¿Cuál es el problema? –Había visto a muchas mujeres desnudas, no veía el por qué debía salir de mi propia alcoba.
-El problema es que, a diferencia de vuestras sirvientas, yo si tengo pudor, y por más deseos de tomar un baño que tenga, no lo haré si está presente su majestad.
La determinación de su voz era tal que me preguntaba si alguna vez había sido al menos besada por alguien, allí de donde provenía. Aunque el solo pensamiento de sus labios o su piel junto a los de otro me producía una rabia interna.
-No pienso ver, si es lo que te preocupa.
-No voy a arriesgarme. -Su tono era firme.
-Pues yo no pienso salir.
En toda mi vida, nunca había sido desafiado tantas veces en tan pocas horas, y no podía mentirme a mi mismo diciendo que no encontraba cierto gusto en su actitud.
-¿No podrías al menos salir a la puerta?
-¿Qué clase de príncipe crees que soy que ahora hace de guardia?, te recuerdo que no estás en condición de exigir nada.
Podía ser muy baja mi estrategia, pero quería enojarla, hacer que sus ojos echaran esas chispas y sus mejillas adquirieran ese tierno tono rosa debido al enfado.
-Serías un caballero.
-Tú sabes que tengo una fama muy mala, puedes agregarle mi falta de caballerosidad.
-Sois un bárbaro.
Me dirigí a la mesa para ver qué habían traído de desayuno, y sorprendentemente todo parecía apetecible, agarré una bandeja y serví algunos cereales y fruta en él, además de una copa de vino. Por un momento se me pasó por la mente ordenarle que me sirviera la copa, pero probablemente me la tiraría encima y no quería arriesgarme.