AKRAM
-¡Rashid!
-¿Si, su majestad?
No sabía dónde se metía Rashid generalmente, pero siempre estaba allí cuando lo llamaba.
-Prepara mi caballo, voy a organizar las tropas para la llegada de los mercenarios.
-Si, señor.
-Dile al herrero que prepare una daga con punta de aguja, que se asegure de su ligereza.
-¿Algún detalle especial?
-Me conoces Rashid, mientras más sencilla mejor, sin embargo, dile que grabe mi inicial en el mango.
-Como usted ordene, majestad.
Antes de ir a los establos debía cambiarme y ponerme el uniforme, con la conversación de hace unos instantes lo había olvidado, así que volví a la habitación.
-Volviste rápido.
Adhara se encontraba justo donde creí que estaría, observando a detalle cada una de las espadas.
-Debo colocarme el uniforme antes, solo le di algunas indicaciones previas a Rashid.
Abrí el cofre del lado opuesto en el que se encontraba Adhara, saqué mi uniforme y como era costumbre comencé a sacarme la camisa, olvidando que ella estaba allí.
Pero su intensa mirada me recordó su presencia, y en cuanto volteé alcancé a ver cómo ella se giraba tratando de disimular, dándome algo de privacidad.
-Si quieres puedes mirar.
Encontraba cierto placer en incomodarla, en ocasiones parecía tan valiente y retadora, mientras que en otras no podía evitar sonrojarse como una clara muestra de su inocencia, aquella que deseaba esconder tal vez para no reflejar debilidad alguna.
Terminé de cambiarme en un absoluto silencio, no llevaba el uniforme de guerra, solo el de entrenamiento, por lo que llevaba una especie de camisa más ligera que podría quitarme en caso de que decidiera llevar a cabo algunas prácticas de lucha.
-No explores los pasadizos sola, podrías perderte, te los enseñaré en otro momento.
-De cuerdo.
Al salir me aseguré de cerrar con llave y me dirigí hacia los establos.
-Su caballo señor. -Uno de los cuidadores se encontraba desatando las riendas de mi caballo, un purasangre negro.
No le contesté, simplemente monté mi caballo y cabalgué fuera de palacio, al encuentro de mi ejército.
Como era de esperarse, apenas crucé las puertas, un grupo de guardias de palacio se me unió, no podía moverme fuera de palacio sin escoltas, pero en esta ocasión no me importaba, incluso podría ser útil puesto que algunas de las instrucciones que daría también incumbían al palacio.
Disfrutaba cabalgar, el viento fresco golpeando mi cara me daba una sensación de libertad, y deseé poder traer a Adhara. Otra vez mis pensamientos sufrían su intromisión, pero para nada era una queja.
El camino se hizo más corto, no había sido más que un parpadeo mezclado con fantasías mías.
-Fariq Awwai, bienvenido.
Fariq Awwai era mi título oficial, así nombraban a los Generales, pero odiaba esa denominación, me recordaba que esta no había sido una elección mía, más por el contrario, era una imposición.
Nos abrieron las puertas del ejército de Baréin, mis hombres ya se encontraban formados en innumerables columnas en medio del patio.
Desmonté y dejé que se llevaran al animal.
-Como saben, dentro de poco llegará una posible amenaza a nuestra ciudad, un grupo de mercenarios se encuentra atravesando el desierto entero en busca de una mujer-No iba a decir que era la esposa de su jefe porque sabía bien que no era cierto. -Debemos prepararnos para cualquier situación que ponga en peligro a nuestra ciudad, esa clase de criminales son impredecibles.
-¡Majestad, estamos listos para proteger a nuestro pueblo, disponga usted de nuestras vidas! -Dejó claro el Fariq, o teniente general del ejército, quien se encontraba a cargo de mis hombres cuando yo no estaba.
-¡¿Es eso cierto?!, ¡¿Están todos dispuestos a morir protegiendo a su gente?! -Pregunté por lo alto, ellos sabían que podían morir en cualquier momento, ya sea en batalla o en medio del desierto, tenía a los hombres más fuertes frente a mi y no dudaba de su valor, empero, esta era una manera de infundirles valor, escucharse a sí mismos junto a las otras cientos de voces que los acompañan les proporcionaba cierta adrenalina que sería bien aprovechada durante los próximos días.
-¡Sí, señor! -Gritaron a coro.
-Comencemos entonces.
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