Akram: ¿un Príncipe árabe puede enamorarse?

CAPÍTULO 32

AKRAM

Al ingresar a la habitación encontré a Adhara entrenando con la daga, pero podía notar su desconcentración. La comida había sido reemplazada, sin embargo, los nuevos manjares se encontraban intactos.

-Llegará al medio día -Solté de repente.

-Lo sé -Respondió absorta -Las sirvientas lo escucharon de los soldados mientras estos ocupaban sus puestos en palacio.

-¿Crees tener la fuerza suficiente para tolerarlo? -Pregunté con auténtico interés.

-Me temo que no tengo opción -No se detuvo y siguió practicando. -Estoy lista.

-No lo creo -Contradije -Te dije que tu mano opuesta debe estar protegiéndote de otros ataques, sin embargo, la tienes baja y sin la firmeza necesaria.

-Es verdad. -Su voz carecía de emociones. -Lo corregiré.

Necesitaba encontrar la forma de distraer su mente, puesto que mi propósito era que ella ni siquiera necesitase aplicar nada de lo que le había enseñado los pasados días.

Me le acerqué con cautela.

-Deja un momento la daga. -Ordené.

-Se supone que para poder dominarla debo practicar con ella. -Me discutió.

-Para tener dominio sobre ella debes ser una con ella, es una extensión tuya. -Dije serio. -Déjala de lado y ven conmigo, aún hay algunas cosas que debes aprender.

Sorprendentemente hizo caso, y la dejó en la encimera más cercana.

-Esta bien. -La monotonía de su voz dilucidaba el desgano y lo distraída que se encontraba su mente.

-Veme directo a los ojos y no apartes tu mirada de la mía. Solo déjate llevar. -Le pedí.

Hasta ese momento apenas había hecho contacto visual conmigo, y anhelaba ver el mar profundo que en ellos habitaba.

En silencio se posicionó frente mío, a una distancia prudente, alzó la vista y no solo noté un brillo en ellos, sino también cómo sus mejillas comenzaban a sonrosarse poco a poco.

Su respiración se tornó un tanto más rápida y reparé en el esfuerzo que estaba haciendo por controlarse cuando acorté más la distancia entre los dos.

-¿Recuerdas cuando practicamos en la oscuridad y debías adivinar dónde me encontraba? -Asintió en respuesta. -Me temo que ahora deberás anticipar mis movimientos, imitarlos o esquivarlos si vez que trato de atacarte. Pon atención.

Retrocedí apenas un paso y ella adelantó uno, de manera que parecía mi reflejo. Con el otro pie dí un paso al costado e incliné mi cuerpo hacia adelante.

Ella hizo lo mismo, quedando nuestros rostros aún más cerca.

Su mirada cayó a mis labios. Y aproveché su distracción para sacarla de equilibrio, aunque por supuesto la sostuve en brazos antes de que su cuerpo cayese por completo.

-Te dije que no apartaras tu mirada de la mía, si lo haces no podrás predecir los movimientos de tu oponente.

-Ya veo. -Espetó con molestia.

Sus ojos adquirieron una llama desafiante, esa que tanto extrañaba y me gustaba ver en ella.

Se reincorporó y volvimos a nuestra posición inicial.

En esta ocasión llevé mi brazo derecho en un movimiento de ataque controlado del que ella se apartó velozmente, avancé hacia ella y repetí el movimiento con el brazo contrario, cuidaba de que en ningún momento llegase a lastimarla por error, sin embargo, probaba sus reflejos, en esta ocasión ella no retrocedió, en cambio, detuvo el trayecto de mi mano sosteniéndola.

-Bien, De tener la daga en la mano ¿qué harías ahora?

-Se lo clavaría en el costado. -Dijo decidida.

-Es una buena opción, pero es posible que eso no lo detenga lo suficiente, es mejor si lo clavas directo en el corazón, o atravesarle la garganta, y aun así deberás correr. -Recordé que ese era el último recuerdo de su padre y me arrepentí de inmediato por habérselo recordado. -Lo siento. -Me disculpé.

-Descuida, puedo manejarlo.

Y así continuamos probando sus reflejos, hasta que la hora finalmente llegó, logré distraerla momentáneamente, sin embargo, no podía desaparecer aquello que la atormentaba, aunque así lo hubiese deseado.

-Ya es momento. -Señalé, puesto que debía ponerme el uniforme del ejército para ir a recibirlos.

-Lo sé. -Dijo cabizbaja, volteándose para darme privacidad.

-No debes preocuparte, estarán unos pocos días y se irán sin saber de tu existencia. -Traté de convencerla.

-Eso no lo sabes. -Su pesimismo se volcaba más hacia la resignación.

-¿Piensas rendirte entonces? -Cuestioné.

-Entregarme yo misma nos ahorraría a todos las molestias.

Desconocía las razones por las cuales su convicción se había debilitado tanto, hace tan solo unos días estaba decidida a pelear hasta el final.

Terminé de acomodar mis vestimentas y envainé mi cimitarra en el cinturón de mi uniforme.

Caminé hacia ella hasta quedar frente suyo y levanté su mentón para que nuestras miradas se encontrasen; quería saber quién era esta desconocida y que había sucedido con la fiereza de la mujer que iba a pelear por su libertad.



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En el texto hay: romance, romancejuvenil, arabe

Editado: 20.03.2023

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