ADHARA
-Sé mi esposa.
Esas únicas palabras resonaban una y otra vez en mi cabeza.
Ni siquiera el saber que en esos momentos Malek ya se encontraba en palacio podía distraer mis pensamientos.
Ser la esposa de Akram.
Ni en mis más alocadas ensoñaciones me había imaginado llegar a ser la esposa de un general, mucho menos una princesa, y ahora ambas me eran ofrecidas.
No podía mentirme a mi misma, Akram despertaba en mi algo que ningún otro hombre había logrado despertar jamás
Desde el primer momento había cuidado de mí, me había rescatado, pero ¿Era esa suficiente razón para casarme con él?
Rememoré cada uno de los momentos que habíamos compartido.
En mi memoria se agolpaban los recuerdos de un Akram en diferentes facetas: serio, enojado, concentrado, pensativo, alegre, coqueto, molesto, desafiante, pasional, y muchas otras más.
Sentía su voz susurrándome al oído palabras de provocación solo para incomodarme o hacerme enojar.
Recordaba la sensación de sus labios sobre los míos y ese mi primer beso, tan lleno de fuego y pasión.
Un calor febril recorrió mi cuerpo, ¿Cómo era posible llegar a sentir tanto con tan poco?
Aún así, apenas lo conocía, estaba agradecida por todo lo que había hecho por mantenerme a salvo, incluso en ese momento lo estaba haciendo.
Me había propuesto ser su esposa, pero no porque fuese su real deseo, sino porque era otra manera de protegerme, pero dudaba que su familia lo aceptase.
Conocía bien las leyes árabes de la realeza, los tres primeros hijos sólo podían desposar a una princesa de nacimiento, y claramente ese no era mi caso.
En el pasado esperaba encontrar un buen hombre, podía pensar en la idea del amor y encontrar a mi pareja ideal, tenía un padre que me amaba y que hubiera bendecido mi unión, además de otorgado una dote modesta.
Ahora, en cambio, no tenía nada, ni siquiera tenía el consejo de mi padre para decirme qué sería lo correcto.
Entonces ¿Qué podría ofrecerle yo a un Príncipe?
Nada.
Ni siquiera valía la pena considerarlo, el Rey jamás aprobaría que su hijo se uniese en matrimonio con una mujer que no poseía nada, y que además estaba huyendo de un hombre con influencias peligrosas, que le traerían problemas al reino en lugar de paz.
Mi respuesta aparentemente era clara, no podía ser su esposa, aunque lo quisiese. Pero una parte mía deseaba decirle que aceptaba, que deseaba tener un nuevo comienzo al lado suyo y creer que yo producía en él las mismas sensaciones que él producía en mí.
La puerta se abrió en ese instante, y el aliento volvió a mi en cuanto divisé a Akram asegurando la entrada.
En cuanto se dio la vuelta nuestras miradas se encontraron, pero ninguno de los dos dijo algo.
Ambos permanecimos callados, no sabiendo cómo retomar la conversación.
Quería preguntarle sobre Malek, saber cuántos habían llegado, qué habían dicho o si incluso había habido algún altercado ya.
Pero sabía que no era de lo que él querría hablar en este momento.
-¿Y bien? -Probé decir para romper el incómodo silencio.
-Comprendo la razón de tu rechazo a su propuesta de matrimonio -No sabía si había hecho tal mención a propósito, pero por alguna razón me incomodaba.
-¿Vinieron sus hermanos con él? -Traté nuevamente.
-Si, y también su padre. -Sonaba cortante, me preguntaba qué pudo haber sucedido durante su encuentro.
-¿Estaban mis hermanas con ellos? -Quería saber si ellas también me habían venido a buscar, deseaba verlas, desmentir lo que sea que les hubiesen dicho acerca del fallecimiento de nuestro padre.
-Desde luego no atravesarían el desierto con tres mujeres entre tantos hombres sin moral, sería peligroso para ellas, y los hubiese retrasado más.
Me estremecí ante la idea de mis hermanas teniendo que soportar las inclemencias del desierto, además de tener que estar en medio del grupo de mercenarios.
-¿Son demasiados? -Deseaba tener una idea sobre lo grande que era el grupo que había venido a capturarme.
-Un poco más de un centenar, -Dijo sin darle importancia, como si lo mismo fueran veinte hombres. -Mis hombres pueden con ellos sin problemas. -Caminó de un lado a otro, abandonando su uniforme para colocarse algo más cómodo.
-No te confíes, -Le advertí dándome la vuelta para darle privacidad -no sabes de lo que son capaces, no pelean de forma honesta.
-Los tenemos vigilados por todos lados, están rodeados y sin armas, no hay razón para preocuparse. -Dijo con completa seguridad.
-Sólo ten cuidado.
-¿Te preocupas por mí? -Su expresión seguía siendo seria, pero tenía un atisbo de curiosidad.
No quería darle el gusto y develar mis sentimientos por él aún, cuando ni yo misma los tenía claro.