AKRAM
Salí furioso de palacio, no iba a rendirme tan fácilmente, aún tenía suficiente tiempo para pensar en algo, por el momento había decidido que me enfocaría en los actuales acontecimientos.
Primero me aseguraría de mantener segura a Adhara, y que estuviera lejos de Malek.
Afuera estaban mis escoltas junto a mi caballo, el cual se encontraba listo para ser montado.
Nos dirigimos a los galpones donde se almacenaban los alimentos, y en cuento llegamos busqué al encargado de cocina.
-Espérenme afuera, y vigilen que no haya nadie merodeando. -Ordené a mis escoltas en cuanto divisé a quien buscaba.
La conversación que tendría con él debía ser privada, así que me dirigí hacia la parte más alejada del almacén, esperando que me siguiese.
-Señor, ¿me buscaba? -Dijo una vez me detuve.
-Necesito coordinar un par de cosas acerca de la alimentación de los mercenarios. -Fui al grano.
-También quería hablar de ello con usted. -Su rostro denotaba preocupación mezclada con algo de molestia.
Me puse alerta.
-¿Qué sucede?
-Sabe usted que este no ha sido el mejor año para nuestras cosechas y que las reservas de alimento están muy ajustadas, por lo que todo ha sido racionado con extrema medida.
Detestaba que no hubiese dicho cuál era el problema de una vez.
-Estoy consciente de ello.
Imaginaba el rumbo que tomaría la conversación, ya que solo una cosa había alterado los planes de distribución de alimentos.
-Sucede que vuestros invitados se están quejando por las raciones que les servimos, esta mañana quisieron ingresar y servirse ellos mismos. -De inmediato sentí que se iba formando la bilis dentro mío. -Afortunadamente los guardias que custodian los galpones los detuvieron, pero mis ayudantes no se sienten seguros, y temen ser atacados en un futuro, muchos de ellos pidieron ser reubicados, y sin ellos no podré cumplir con la carga diaria.
El descaro de esos condotieros no tenía límites, habían tenido el atrevimiento de intentar violentar estas instalaciones, sin importarles las necesidades del resto de los habitantes.
No debería darles ni una hogaza de pan, bastante hacía dejándolos dormir en los campamentos.
Pero esto no se quedaría así, hablaría con su Jeque.
-Haces bien en avisarme, tomaré medidas de inmediato.
-Gracias majestad, eso tranquilizaría a mis ayudantes. Pero ¿De qué deseaba hablar usted?
-Justamente es acerca de los alimentos de los mercenarios, supongo que el boticario ya habló contigo y te proporcionó los aceites que encargué.
-Si, señor, pero solo me comunicó que debía esperar sus indicaciones.
Inspeccioné con la mirada nuestro alrededor una vez más, asegurándome de que no hubiese nadie próximo.
-No debes usarlos aún, solo cuando veas salir humo negro de la tercera torre de palacio -Mi tono cómplice fue suficiente para acallar cualquier cuestionamiento, mientras menos supiera mejor.
-Cuando vea salir humo negro de la tercera torre prepararé los alimentos con el aceite. -Repitió memorizando la orden.
-Y reduce también la cantidad de trigo que empleas para sus raciones, en lugar de obtener más les daremos menos. -Así les enviaba el mensaje de que quien manda soy yo, y que no podían comportarse de esa forma sin sufrir consecuencias -Ahora, vuelve a tus quehaceres.
- Sí, señor. -Inclinó levemente la cabeza a manera de reverencia y se fue sin esperar una respuesta mía.
Muy inteligente de su parte.
Al salir monté en mi caballo con un objetivo claro.
Tendría que buscar al Jeque, quien seguro estaría en compañía de sus hijos y mi hermano recorriendo las calles.
Pensé en dónde podrían encontrarse, en realidad no habían demasiados lugares donde podrían estar, especialmente si su recorrido era a pie.
Me encaminé hacia el lugar más seguro: el mercado.
Seguramente querrían ver a los comerciantes de esclavo, lo cual me provocó un repentino estremecimiento que inició en mi columna y me recorrió por completo.
Esperaba que quienes trajeron a Adhara se hubiesen marchado hace tiempo, ya habían pasado varios días desde que la… rescaté.
Me resultaba incómodo solo pensar en la palabra comprar, prefería pensar que había pagado una recompensa por su rescate.
Ella no era un objeto que podía ser comprado.
En cuanto llegamos nos adentramos en el mismo, pasamos por los diferentes puestos de joyería y telas; Ví de reojo a un pastor intercambiando queso por un collar. Pasó por mi mente hacerle algún regalo a Adhara, pero al meditarlo caí en cuenta de lo sospechoso que podría resultar el que yo comprase joyas sin razón aparente.
No pasó desapercibida la actitud de quienes se encontraban alrededor, susurraban sin prestarnos demasiada atención, por lo que supe que había acertado y que seguramente se encontrarían aquí.