AKRAM
Observé a mi hermano por un momento, queriendo encontrar una señal, algo que me mostrase que podía confiar en él.
Apenas habíamos compartido unos pocos momentos juntos mientras crecíamos, él siempre metido entre pergaminos y libros antiguos, aprendiendo todo lo necesario para gobernar, mientras yo era lanzado a animales hambrientos para aprender a comandar.
Khaleb era justo y sincero, capaz de entregarse por completo a su pueblo, cualquiera podría poner la vida en sus manos y confiar por completo en él. Y por lo mismo mi secreto debía permanecer sólo conmigo.
Khaleb era tan devoto de su gente que haría lo que fuese necesario para protegerlos, de alguna forma nos parecíamos, solo que en esta ocasión aquello que ocultaba era lo que nos ponía en riesgo, por lo tanto, no podría contarle sobre Adhara.
-Tú lo has dicho, no me conoces tan bien, te equivocas, no oculto nada.
Hubiese querido confesar mi secreto, si eso no significase un peligro para Adhara, y tener a alguien en quien apoyarme por primera vez; o que incluso pudiese cuidar de ella cuando yo no pudiese hacerlo.
-No te creo -Miró a nuestro alrededor, asegurándose de que no hubiese oidores cercanos. -Estás distraído, a la defensiva y tenso. ¿Qué ocurre Akram?
Aparentemente mis acciones no habían pasado desapercibidas para él, debía ser más cuidadoso en adelante.
-Y cómo no estarlo -Señalé nuestro entorno- ¿no es suficiente con un centenar de mercenarios impredecibles en nuestro reino para estar alertas? ¿Tú no estás preocupado?
-Por supuesto que lo estoy, pero también confío en que hasta ahora hemos sido sinceros con ellos, -El peso de su acusadora mirada se intensificó- y que desconocemos la ubicación de su esposa. ¿Verdad?
Claramente sospechaba que yo conocía la ubicación de la mujer que Malek buscaba tan incansablemente, tragué el nudo de mi garganta antes de responder.
-Desde luego así es.
No quería mentirle tan descaradamente, pero Iba a aferrarme al tecnicismo de que Adhara no era su esposa.
-Akram, -tomó mi hombro- sabes bien que entregaría la vida misma por nuestro reino, pero quiero que sepas que también lo haría por ti -Su agarre se suavizó y el sentimiento de culpa se hizo más presente. -No lo olvides.
No fui capaz de responderle, simplemente asentí mientras dejaba caer su brazo y me alejaba.
Tenía la necesidad de ver a Adhara, asegurarme de que estuviese bien. Sentía como si hubiese pasado una eternidad en lugar de unas cuantas horas.
En el horizonte el sol se iba poniendo y la noche mostraba sus primeros signos.
Las palabras de Khaleb aún resonaban en mi cabeza.
Tal vez…
No, no podía develar mi secreto, incluso tratándose de Khaleb, solo lo pondría en peligro, era mejor mantenerlo en la ignorancia.
Antes de introducir la llave en el cerrojo de la puerta ordené a uno de los sirvientes que pasaban por allí que preparasen mi baño, y que trajesen la cena también.
Una vez dentro me alarmé al no encontrar a Adhara en la amplia habitación, busqué en cada uno de los rincones y probé en el único lugar que quedaba.
Tomé una lámpara de aceite y me introduje tras el mueble, descendí lentamente por las gradas que conducían a los pasadizos, recorriéndolos en su búsqueda.
Podía escuchar el silbido del aire al ser cortado por la hoja de un sable. Por instinto tomé el mango de mi cimitarra, listo para desenvainarla si la situación así lo requería, y dejé la lámpara en el piso. Con cuidado de no hacer ruido me fui aproximando al lugar del que provenía el sonido, atravesé un par de corredores hasta vislumbrar la figura de Adhara.
Tenía los ojos vendados y apenas distinguía su figura pobremente iluminada por su propia lámpara, la cual se encontraba muchos metros atrás, aproximé mi lámpara para que iluminase el lugar en el que nos encontrábamos, de manera que pudiese apreciarla mejor.
Sus movimientos no eran del todo limpios, sus brazos aún carecían de firmeza y la posición de sus pies no le daban la estabilidad adecuada. Pero aún así, su belleza permanecía impoluta.
Iba blandiendo la cimitarra, con algo de dificultad debido a su peso, giraba practicando movimientos con la misma y daba un paso tras otro esgrimiéndola en el aire, contra un enemigo imaginario en una pelea.
Casi parecía danzar, como si en lugar de estar sujetando un arma peligrosa estuviese enarbolando un simple abanico. E interpretaba una exquisita escena de fiera guerrera, a la par de delicada.
Manteniéndome en silencio me aproximé a ella, con cuidado de no ser herido por el filo del sable, y mientras estaba de espaldas a mí pasé mis manos por su cintura.
Su cuerpo se petrificó en mis manos de manera instantánea y se deshizo de mi con un rápido movimiento, sus reflejos eran veloces, se giró y quitó la venda que cubría sus ojos al mismo tiempo en que me buscaba.
Tardó apenas un par de segundos en ajustar su visión y reconocerme, relajándose y dedicándome una mirada acusadora.
-Me asustaste. -Protestó con disgusto y la respiración agitada. -Pude haberte matado, o como mínimo herido.
Levanté una ceja incrédula y divertido por su seguridad, aunque claro, no le diría en este momento todos los posibles errores que hubiese cometido, y que lo más probable era que la única afectada hubiese sido ella misma.
-Es un riesgo que estoy dispuesto a correr.
Desconocía los términos en los que nos encontrábamos, por ahora no había notado incomodidad por su parte, lo cual era una buena señal; aunque sus mejillas adquirieron un tono rosáceo suave, casi imperceptible, que bien pudo ser el efecto de mis ojos siendo engañados por las débiles llamas de las lámparas.
-Supongo que si has vuelto es porque ya ha caído la noche ¿Terminaste con todos tus pendientes?