AKRAM
Una semana había pasado, y aunque los primeros días Malek aún parecía algo desconfiado, lo cierto es que conforme fueron pasando los días se limitó a estar presente en las reuniones, y en algunas de las comidas que mi padre nos obligaba a compartir; fuera de ello, casi no lo veía la mayor parte del tiempo.
Por mi parte disfrutaba de mis noches y despertares al lado de Adhara, ella continuaba empecinada en su entrenamiento, y no me extrañaba encontrarla oculta entre los pasadizos tratando de mejorar su técnica.
Había podido conocerla un tanto más, me compartió algunos de sus sueños y ambiciones antes de que todo esto sucediese. Ella soñaba con conocer lo que hubiese más allá del desierto, se negaba a pensar que todo estuviese cubierto de arena, y estaba convencida en que debían existir muchos oros lugares maravillosos.
Sus ojos brillaban cuando me relataba alguna de las tantas historias que su padre le había contado cuando ella era tan solo una niña.
En una ocasión incluso mencionó algo de una leyenda acerca de un joyero, pero se cortó abruptamente, le quitó importancia e intentó cambiar de tema; no le insistí puesto que ví la tristeza en sus ojos, y prefería evitar cualquier cosa que la pusiese en ese estado de ánimo.
Atesoraba escucharla tararear de vez en cuando de forma inconsciente creyendo que yo aún dormía, sin duda era una de mis formas favoritas de despertar.
Ella poseía una voz dulce y tierna, era como el canto de una sirena, solo que en lugar de conducir hacia la muerte, como en las historias de Adhara, me llevaba a un plano totalmente sublime y deleitaba mis oídos con notas tan excelsas y llenas de sentimientos, que lo único que deseaba era saber la fuente de su inspiración.
Tener que salir todos los días para guardar las apariencias, manteniéndome alejado de ella y con ello apartar también a Malek de las cercanías, era algo que no me gustaba pero que estaba consciente debía hacer.
Pasaba el tiempo ya sea con mis escoltas supervisando que todo estuviese en orden y que los mercenarios se estuviesen comportando, o con mi hermano revisando cualquier tipo de señal de la cual debiésemos preocuparnos en las periferias.
No podía bajar la guardia, incluso si no se encontrasen aquí un centenar de asesinos, siempre existía la posibilidad de ser atacados por otros poblados inconformes o que surgiesen rebeliones en aldeas colindantes. El deber de Khaleb como futuro gobernante y el mío como general era el de velar siempre por la seguridad de nuestros habitantes, y no se limitaba a las áreas cercanas a palacio, se extendía a cientos de kilómetros a la redonda.
La recompensa se encontraba al final del día, tras ocultarse el sol podía volver a los brazos de Adhara y disfrutar del sabor de sus labios, el recuerdo se los mismos me hizo sonreír de manera involuntaria, como no deleitarse tan solo con la imagen de ella recostada en mi pecho cada mañana y abrazada a mi cintura.
-Últimamente estás de mejor ánimo -Interrumpió bruscamente Khaleb el rumbo de mis pensamientos.
Estábamos cabalgando en uno de esos recorridos de rutina por las calles de la ciudad, aparentemente mis gestos no habían pasado desapercibidos para él.
-¿Por qué lo dices? -Simulé indiferencia a la par que ocultaba la sonrisa producto de mis remembranzas.
-¿No crees que es bastante obvio? -Parecía divertido por mi evasiva -La permanente línea de fastidio en tu frente ha desaparecido, inclusive llegué a creer que estaba tallada en piedra. -Se burló. -No gruñes todo el tiempo, y no has amenazado de muerte a nadie en todo el día. Me pregunto qué es lo que te tiene de tan buen humor.
¿Era esa la percepción que todos tenían de mi?, sabía que muchos me tenían miedo, que incluso me consideraban peligroso, pero encasillarme en un estereotipo inhumano sin sentimientos me parecía exagerado. Aunque pensándolo bien, lo prefería de esa forma ya que nadie se me acercaba.
-¿Y qué me dices tu? -Desviaría su atención hacia sí mismo -Últimamente estas muy serio, ¿No deberías estar de mejor humor debido a tu bella esposa?
Nunca antes me había interesado la vida de mi hermano, ero siempre había sido de una actitud positiva, ahora que me detenía a pensarlo, en efecto, estaba un tanto más serio, incluso malhumorado en algunas ocasiones.
-Supongo que son las consecuencias de un matrimonio arreglado, algunos días son mejores que otros, pero hoy no es uno de esos buenos días -Finalizó con un suspiro que bien podía ser de frustración.
No esperaba que una unión por conveniencia fuese algo que trajese nada más que alegrías, pero tampoco me agradaba la sensación de ver a mi hermano un tanto cabizbajo.
-¿Quieres hablar de ello?
Por su expresión quedaba claro que no esperaba interés por mi parte, puesto que tardó en responder.
Miró hacia atrás, evaluando si la distancia que guardaban nuestros escoltas respecto a nosotros era suficiente para que no escuchasen.
-No se si sea el momento oportuno, sin embargo, puedo asegurar que ella esta tan o más desconforme con este matrimonio que yo. -Fue un susurro casi inaudible debido al sonido que hacían los cascos de los caballos al avanzar sobre las calles de la ciudad.
-Presumo que tampoco ayuda el que tengas que pasar tantas horas fuera. -¿Al menos pudieron tener una conversación para conocerse previo al matrimonio?
-Sabes cómo se dieron las cosas Akram, apenas nos vimos un par de veces antes de la boda, y en ambas ocasiones estuvimos acompañados por lo menos de cinco personas más, -Otro suspiro de frustración escapó de él. -Ella es tan… -Su mandí bula se tensó, como si estuviera apretando los dientes mientras sus manos se alzaban a la par de buscar los términos correctos para describirla. -Terca y testaruda, no para de culparme por no haber opuesto mayores objeciones, ¿Pero qué podía hacer yo? Si es mi deber hacer lo que sea mejor para el reino, incluso a costa de mi propia felicidad.