Akram: ¿un Príncipe árabe puede enamorarse?

CAPÍTULO 64

ADHARA

La arena infinita, aún cálida por haber estado expuesta al radiante sol del desierto, me rodeaba, mientras la tela de mi vestido se agitaba con violencia al igual que las hebras de mi oscura melena. El ocaso frente a mis ojos ya no se contemplaba majestuoso, me faltaba él.

Unos dedos recorrieron mi brazo, y mi piel lo reconoció de inmediato, su tacto, su calor, seguido por su aroma se fueron apropiando de cada uno de mis sentidos. Cerré los ojos disfrutando este momento y de su compañía, lo necesitaba, aunque no podía recordar la razón, mi cuerpo y mi espíritu lo aclamaban.

Fue rodeando mi cintura y repartiendo besos por mi cuello, sabía que era él, no necesitaba verlo, nadie más podría despertar esas sensaciones en mí. Le pertenecía al igual que él me pertenecía desde la vez que nos fundimos en las sabanas de nuestro sincero amor.

Ahora volvía a observar el atardecer, y todo era más bello, la majestuosidad del sol escondiéndose tras el horizonte mientras las primeras estrellas hacían su aparición. Me fijé bien en esos seres luminosos, qué misterios ocultaban y cuántas historias habrían sido creadas por ellas.

De repente, así como llegó dejé de sentir su presencia, fue como si me lo arrancaran, y por más que intentase retenerlo no podía encontrarlo, la noche era tan oscura que ni siquiera era capaz de ver la luna, pues una niebla espesa se había posicionado, cubriendo el extenso cielo.

Lo llamé una y otra vez, grité con desesperación su nombre, pero no había respuesta.

Las lágrimas brotaron de mis ojos incontenibles, corría incapaz de llegar a ningún lado, puesto que mis ojos eran incapaces de ver tan siquiera dos pasos más adelante.

Una inmensa desesperación se adueñó de mi cuando comprendí que ese era mi destino de ahora en adelante, pues ya no lo tenía a mi lado, y no lo volvería a ver, solo me quedaban sus recuerdos y la añoranza de que algún día volviésemos a estar juntos.

Volví a gritar en un eco desesperado de mi inconsciente al percibir su realidad.

No estaba en el desierto, la arena no calentaba mi cuerpo, la brisa no agitaba mis cabellos, no veía el sol, ni mucho menos las estrellas, no lo sentía a él, mis sueños se tornaron oscuros porque era todo lo que podía ver en mi celda: oscuridad.

Postrada como estaba, débil, sin fuerzas y con la voluntad casi quebrantada, tenía delirios cada tanto.

La sed y el hambre no me permitían pensar con claridad, y las breves alucinaciones que tenía con él eran mis únicos momentos de paz.

Me había cansado de invocarlo con el pensamiento, de llamarlo con mis lágrimas.

Escuché el sonido estridente de las bisagras de mi celda al ser abiertas y me preparé para lo que venía reuniendo lo último que quedaba de mis fuerzas.

-¡Come! -Gritó aquel ser repugnante mientras me agitaba.

-No -Dije en apenas un susurro casi inentendible, sintiendo cómo mis labios secos temblaban.

-Te gusta que sea por la fuerza -Dijo mientras me soltaba y dejaba que cayese.

Débil como estaba ya nada me importaba, si mi cuerpo se lastimaba o no, puesto que todo ya de por sí dolía.

De manera repentina me tomó de la quijada, obligándome a levantar la cabeza, para clavarme una copa en los labios y obligarme a beber el agua, si intentaba resistirme hacía presión forzándome a abrir la boca y a tragar ante el reflejo de ahogo.

Lo mismo sucedía con la comida, me embutía todo lo que pudiese hasta casi sofocarme, haciendo que deba ingerir los alimentos por la presión.

Así había sido desde el tercer día, o eso creía, ya que no podía saber a ciencia cierta cuánto tiempo ya había pasado desde mi encierro.

Me mantenían con vida, aunque no fuerte.

-¡Perra malagradecida! -Gritó cuando lo mordí, para luego darme un golpe en la mejilla que debió a su fuerza terminó haciendo caer el plato que se quebró en mil pedazos, derramando su contenido en el piso.

Tosí tratando de despejar mis vías respiratorias, pues la sensación de ahogo seguía en mi garganta.

-Solo mátenme de una vez. -Dije con la rabia un tanto más fortalecida por el agua que en poco grado había logrado recomponerme.

-Créeme que lo disfrutaría, pero ya te dijimos que te necesitamos viva, -Emitió una corta risa que más pareció un graznido mezclado con tos -En mala hora se te ocurrió meterte en las sábanas de un príncipe -Volvió a tomarme de la mandíbula acercando su rostro al mío hasta el punto de poder sentir su asqueroso aliento. -Aunque siendo sinceros, puedo entender sus razones para querer meterse entre tus piernas.

Le escupí en el rostro en cuanto intentó acercarse más para besarme, no se lo permitiría.

Una vez más fui lanzada con violencia al piso, pero no me importó, había conseguido mi propósito, que se largara y me dejase al menos un momento de paz, o lo que sea que fueren estos momentos sola.

Si tan solo tuviese mi daga, habría atravesado su corazón o incluso, habría podido liberarme de mi encierro y tal vez hasta escapado.

Me arrastré hasta percibir la roca fría de una pared y como pude me incorporé para apoyar mi espalda en ella.

Si mis cálculos eran correctos, siete días ya habían pasado, siete tortuosos días en los que no había hecho más que compadecerme de mi misma, dejando que me pisoteasen.

Akram no vendría, tal vez ya ni le importase.

Dependía solo de mi conseguir la libertad que me fue arrebatada.

Comencé a palpar mi entorno una vez más, recorrí cada una de las rocas que me rodeaban tratando de encontrar alguna que estuviese suelta y que sirviese de arma.

Pero lo único que encontré fueron los restos del plato olvidado que había dejado mi captor.

No sabía cuánto tiempo tardaría en darse cuenta, pero antes de que alguno retornase, escogí los pedazos más grandes y terminé de quebrar el resto para que no se notase la ausencia de esos pedazos, guardándolos con recelo.



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En el texto hay: romance, romancejuvenil, arabe

Editado: 20.03.2023

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