Akram: ¿un Príncipe árabe puede enamorarse?

CAPÍTULO 66

ADHARA

Algo en el exterior había cambiado, mis celadores estaban más tensos, susurraban entre ellos y parecían reacios a dirigirme palabra alguna, lo cual, desde luego no representaba un inconveniente para mí.

Hace un par de días que no veía al que identifiqué como líder, por lo que asumí que el nerviosismo de mis carcelarios se debía precisamente a la ausencia de quien conducía cada uno de sus accionares.

Las armas improvisadas que había creado las oculté con recelo entre mis vestimentas, esperando el momento adecuado para ejecutar mi escape.

Las heridas de mis pies ya habían sanado por completo y mi cuerpo parecía recomponerse debido a que ya no me rehusaba a ingerir alimentos.

Contaba los pasos de los mercenarios cada vez que me traían comida o bebida diaria, recorrían un total de setenta y tres pasos desde la reja de mi celda, los cristales rotos estaban tras 50 pasos y duraban aproximadamente diez pasos más, luego giraban 40 pasos por la derecha hacia la que suponía que era la salida, lo sabía por el eco de sus voces. Ingresaban con un juego de llaves, el tintineo era escaso por lo que no debían haber muchas opciones, eso era favorable. Y solo eran tres, reconocía sus voces y además de las usuales no había escuchado una cuarta, por lo que sabía que no habría nadie tras la puerta que seguramente era de hierro pues el sonido fuerte del metal rebotaba en las paredes.

Una vez cruzaban aquel primer filtro ascendían por unas gradas, a partir de la décima el sonido se perdía casi por completo, pasaban unos diez segundos hasta que el golpe seco de otra puerta se escuchaba.

Confiaba en que únicamente eran aquellos tres mis carceleros, seguramente quien los había enviado estaría receloso de que alguien más supiese mi paradero.

Llegué a la conclusión de que no me encontraba en el palacio, o si quiera entre los muros del reino, puesto que el acento de aquellos mercenarios era distinto, podría aventurarme y decir que estaba más al sur, en alguno de los tantos pueblos olvidados o de las ciudades populares.

Si lograba salir de aquel lugar debía conseguir agua y algunos frutos secos, si me quedaba, aunque sea una noche seguramente me hallarían, a menos que los matase.

Palpé los pedazos de cerámica ocultos y a pesar de ser tan afilados como el cristal, difícilmente lograrían acabar con tres experimentados mercenarios, tendría suerte si al menos atravesaban a uno.

También debía buscar un arma.

El momento estaba cerca.

Rasgué un gran pedazo de la tela de mi falda, y la separé en piezas para envolver la planta de mis pies, así no se cortarían con tanta facilidad o al menos no estarían tan lastimados para recorrer la distancia que me esperaba.

Apenas terminé aquella tarea, escuché a lo lejos los primeros pasos que anunciaban la llegada de mis carceleros, saqué una de las piezas afiladas y la sostuve con mi mano derecha tras mi espalda.

Me recosté contra la pared de piedra como usualmente hacía, simulando querer evitar cualquier contacto con ellos.

Las llamas de la antorcha se asomaron ya por el pasillo recto y vislumbré la figura del mayor de ellos, el más joven lo seguía de cerca con una bandeja que contenía sopa caliente. Había esperado justamente esa comida para ejecutar mi plan.

Dejé que abrieran la celda sin hacer movimiento alguno.

El mayor se mantuvo fuera de mi celda, distinguí el brillo de las llaves en su mano izquierda, tardaría en reaccionar debido a que tenía ambas manos ocupadas.

El momento por fin había llegado.

Con brusquedad empujé la bandeja que sostenía el más oven hasta tirar la sopa hirviente en su rostro, de manera que el dolor lo detuviese lo suficiente para sobrepasarlo.

-Ahhh -Gruñó de dolor.

El segundo apenas tuvo tiempo de cubrirse cuando arremetí en su contra con mi filosa arma, mi objetivo era rasgar su garganta, pero logró hacerse a un lado, por lo que mi artefacto le cortó la mejilla, y tal y como aventuré se rompió debido a la fuerza empleada, aunque el corte parecía profundo.

Debía quitarle las llaves, sin ellas todo aquello sería en vano.

Para mi fortuna, en un acto reflejo soltó la antorcha y sostuvo con ambas manos su rostro.

-¡Maldita! -vociferó.

De inmediato me agaché y tomé la antorcha, la utilicé para quemar sus manos y la piel expuesta de su rostro.

Emitió un grito desgarrador de dolor. Muy en el fondo me vi como un ser despiadado, pero no había tiempo para lamentos y reflexiones morales, ellos me habían coartado de mi libertad y me habían sometido a tratos crueles.

Aproveché su dolor para arrebatarle las llaves, corrí por el pasillo contando mis pasos y asegurándome de no darlos demasiado largos pero si muy rápidos.

Dejé atrás la antorcha, ya no me sería útil, solo delataría mi ubicación y pretendía escabullirme si era necesario.

Con mis ojos tan adaptados a la oscuridad distinguí otros cinco pasillos en mi camino por lo que me aplaudí de manera interna por haber contado tan meticulosamente los pasos.

Los cristales regados en el piso casi no me hicieron daño, aunque si padecí el corte de los más sobresalientes.

-¡Date prisa! -Distinguí que gritaba el más viejo. – ¡Evita que escape!

-¡No puedo ver nada! -Se quejó el otro.

Mientras yo casi llegaba al pasillo que me conduciría a la primera de las puertas.

En mi mano sujetaba con fuerza las llaves, no eran más que un juego de cinco, pero eran muchas para probar en el corto tiempo que disponía.

-Si logra salir perderás más que la vista. -Escuché el retumbar de pasos apresurados de uno de los dos. -El jefe no debe estar lejos, nos matará si se entera. -La transición de una voz adolorida a otra llena de ira fue notable.

Ya casi llegaba, estaba a solo unos pasos de la puerta cuando vislumbré el lumen de la antorcha acercándose de nuevo.



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En el texto hay: romance, romancejuvenil, arabe

Editado: 20.03.2023

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