Suspiró, apresurando el paso y cuidando que su regalo no se le cayera de las manos ni sea dañado. Y teniendo una leve, aunque ínfima, esperanza que no sea Adrián quien está metido en ese problema. Que solo sea una coincidencia que el supuesto ladrón le haga creer que se trate de él.
Volvió a suspirar, si fuese el Alexis de antes, el caudillo policial de veintiocho años hubiera llegado dando patadas y alzando la voz sin miedo a nada. Pero ahora no es más que una versión joven de sí mismo, sin habilidades físicas aun y con un aura sagrada sin entrenar que solo le sirve para hacer bailar su espada.
Cuando escuchó la pelea se fue abriendo paso entre los curiosos viendo a unos tipos agarrando a golpes y a patadas lo que parece ser un pobre muchacho malherido y rendido, que lo único que hace es tratar de cubrirse para no sufrir más daño. Miró a ambos lados por si Adrián se encuentra entre los curiosos y al no verlo de repente sintió como si dieran vuelta en su cabeza un balde de agua fría mirando al muchacho apaleado, para notar su mirada de súplica y odio en esos ojos marrones.
Abrió los ojos al darse cuenta de que tenía razón, sin poder esquivar un codazo que empujó el chocolate que sostenía en sus manos como regalo para Adrián. La obra maestra de la glotonería cayó al piso rompiéndose en pedazos.
Los ojos del joven niño siendo golpeados se detuvieron en los suyos pidiendo ayuda sin que su voz lo acompañara. Aun cuando no tiene mucha fe que lo rescate. De todas formas ¿Quién le asegura que no lo ignorara como siempre lo ha hecho?
Los golpes no se detienen, duelen, y un quejido estremecedor huyó de la garganta del niño paralizando a todos los presentes que aun aterrados por lo que está pasando no se atreven a interferir contra el dueño del local de chocolates, aquel hombre enorme y de grandes proporciones luce tan amenazante que todos callan ante la barbarie que presencian.
Aterrado de pensar que va a morir de esa forma, Adrián miró suplicante a Alexis sin ver que se moviera de su lugar, no tiene a quien más recurrir y en su desesperación incluso clama ayuda de alguien a quien odia tanto que si pudiera le devolvería todo el daño que ha recibido.
Alexis hizo una mueca retrocediendo y eso fue como enterrarle un puñal directo en el corazón de Adrián, y antes de que siquiera cruzara palabra se alejó corriendo. Adrián se quedó con la mano extendida, lo vio y no pudo contener la congoja que sintió ante este abandono. Si por momentos quiso creer que el menor de los Vikar se preocupaba por él, su actitud de huir y dejarlo derrumbó su ilusión.
Apretó los puños y cerró los ojos esperando que la paliza finalizara, no le quedaba nada más que aguantar, aunque esta vez la acusación de robo fuera falsa. De repente escuchó una voz que gritó con fuerzas.
—¡Quítenle las manos encima, ustedes zopencos de poca clase! ¿Qué mierda creen que hacen?
Y al abrir los ojos vio a Alexis con su espada, aun dentro de su funda, en la mano amenazando a los guardias y al dueño del local de usarla. Luce tan genial, valiente y seguro, que Adrián no puede esconder la admiración que se dibuja en sus ojos, más cuando se dio cuenta que no huyó, sino que había vuelto al auto solo para buscar su espada. Pero ninguno de los dos notó al guardia que apareció por el costado dándole un fuerte golpe lanzándola al suelo.
El doloroso golpe aturdió a Alexis por unos segundos, lamentó no tener la misma fuerza que tendrá de adulto porque si hubiese sido así le hubiera cortado la mano al hombre antes de que lo hubiera tocado.
Pero ahora no hay forma de confrontarlos. Y a pesar de que se aferra a la espada ambos reciben una lluvia de patadas y golpes, llegando incluso los curiosos a reclamar la violencia hacia dos jóvenes niños.
Adrián cerró los ojos con lo poco que le quedaba de orgullo por los suelos, hasta que sintió un cuerpo cálido que se apegaba a su espalda, y alzando su cabeza vio a Alexis sonriéndole con seguridad mientras usaba su cuerpo para cubrirlo y protegerlo.
—No te rindas saldremos de esta —indicó con una leve malicia en su mirada.
Esas palabras calaron hondo en su ánimo, más cuando vio como con dificultad sacaba su espada para que esta se pusiera de pie por si sola y se levantara frente a los atacantes de forma amenazadora.
—¡Deténganse! —gritó el dueño tan aterrado que cayó sentado en el piso.
Y es que atacar a alguien capaz de manipular su aura sagrada, a un akuni, se paga con la vida. Retrocedieron espantados al darse cuenta de que uno de los niños que golpeaban con tanta crueldad era uno de esos elegidos que según la legislación del país gozaban de la protección del estado. Alexis los vio correr y entrecerró los ojos chasqueando la lengua.
"¿Por qué estos estúpidos huyen sí sé que vienen de la chocolatería? ¿Creerán que no soy capaz de entrar y darles una paliza monumental que ni siquiera sus madres podrían reconocerlos?
¡Qué más quisiera, pero no puedo!
Maldita adolescencia endeble"
Se colocó de rodillas para levantar su funda y ver como su espada por si sola vuelve a su estuche. Luego volcó su atención en Adrián.
—Mis habilidades físicas no estaban aún desarrolladas a esta edad, por eso debí ir por la espada —le dijo sonriendo a la fuerza, le es difícil aceptar que aun no es el caballero fuerte de su vida anterior. Aquel que nadie se atrevió a ponerle un dedo encima, a excepción claro de la versión maligna y asesina de Adrián.
Su acompañante lo miró sin entenderlo, Alexis se da cuenta de su falta de prudencia tosiendo y desviando su atención hasta que sus ojos se detuvieron en su regalo. La canoa de chocolate yace rota y sucia en el suelo.
"¡Que crueldad más grande contra tan magnífica obra de la glotonería!"
Se lamentó, aunque de nada le sirve más cuando es muy probable que jamás volverá a poner un pie en ese lugar.
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Editado: 28.06.2024