—Eres más especial de lo que siquiera imaginas —le dijo Val a Demian en la mañana, en medio de su entrenamiento con la espada y se quedó mirándolo embobado.
¿En qué sentido le habrá dicho eso? Los ojos de aquel hombre, que desborda heterosexualidad por los poros de cada parte de ese cuerpo musculoso, lo cohibieron, haciendo que al arma sagrada* se escapaba de sus manos cayendo en el piso casi rebanando su propio pie. Dio un salto hacia atrás aliviado de haberla esquivado, no quisiera ni imaginar lo que hubiera significado herirse con su propia arma. Sería el hazmerreír de todos.
Ángel tosió molesto por la interrupción.
—No interrumpas a mi discípulo —masculló molesto con la mirada asesina entrecerrada en sus largas pestañas.
Val dejó escapar una mueca irónica.
—No lo dije en el mal sentido, sino por el color de sus ojos, los ojos turquesa son propios de...
—No necesita saberlo —lo cortó de golpe. Ángel luce tan molesto que Val lo contempló extrañado antes de alzar los hombros.
Sabe lo fuerte que es este por lo que sabe que es mejor no llevarle la contra.
—¿De qué hablan? —preguntó Demian con curiosidad.
Hubo silencio de parte de su maestro como de aquel salvaje. Los miró a ambos esperando una respuesta que no obtuvo y no pudo ocultar la mueca que se dibujó en su rostro por el silencio de los dos. Y es que, si fuera capaz de recordar lo que pasó aquella vez, en donde al filo de la muerte Ángel le salvó la vida, no preguntaría. Pero el evento fue tan traumático para él, que como una forma de proteger terminó por bloquear inconscientemente lo que pasó en aquella ocasión. Para él todo sucedió tal cual su maestro les contó a todos, que se salvó luego de que este succionara todo el veneno de su sangre.
—Enfócate en tu entrenamiento —habló Ángel con dureza acercándose a tomarlo de la cintura y ayudándolo a sostener la espada de forma adecuada.
Val bufó irónico, no recordaba que en sus estudios alguna vez su maestro haya sido así de atrevido de sostenerlo por la cintura. Cualquiera que los viera pensaría que es una pareja de enamorados donde uno le enseña al otro algunos movimientos especiales. Pero Demian luce tan concentrado y agradecido que la inocencia que despliega en sus ojos atento a Ángel hace a Val sentirse extraño.
Se llevó una mano a la cara desviando la mirada. Le prometió protegerlo luego de que aquel expuso su vida por salvarlo. Sin embargo, apoderarse de aquel pequeño demonio ingenuo es algo incontrolable, y tomarlo para sí, incluso a la fuerza sería una deslealtad con la promesa que le había hecho. Luego de matar tantos demonios insurrectos, prófugos del inframundo, cuyos negros corazones desbordaban tanta maldad, encontrarse con uno con una bondad tal capaz de dar su vida por un desconocido, era como encontrar un diamante bajo varias piedras sucias de lodo. Un tesoro que alguien como él desearía para sí mismo.
No es el único, eso lo tiene claro, ese maestro ya le tiene el ojo echado encima, aunque no logra descifrar si es en un sentido amoroso o el aura demoniaca que rodea a Demian. Si lo tiene a su lado porque realmente lo quiere así o la razón solo es un egoísmo de su parte.
Porque nada de eso concuerda con exponerlo de esa forma.
—Sé quién eres —le dijo apenas estuvieron solos aprovechando que Demian cortaba leña afuera.
Lo miró fijamente antes de sonreír.
—Quien fui —lo corrigió Ángel sirviéndole té ya dándose cuenta que sabe de su pasado.
Tomar esa bebida tan siútica no era parte de lo suyo sin embargo lo aceptó en silencio. Arrugó el ceño luego de un sorbo, Ángel Stravou, según sabe, fue parte de una de las familias más fuertes que peleaban contra los demonios insurrectos que insistían en huir del infierno solo para hacer sus fechorías sobre la tierra. Lo último que supo es que la mujer del líder y su hija fueron cruelmente torturadas y asesinadas por un poderoso demonio, al que llaman El demonio plateado. Y luego de eso la familia se retiró de la cazaría. Por eso le suena totalmente inconcebible que un ex cazador, cuya madre y hermana fueron asesinadas por un demonio, ahora se encuentre entrenando a un semi demonio. A menos que la sabiduría del joven maestro sea más alta que su venganza y eso es digno de admiración. Aun así, prefiere asegurarse que eso sea de esa forma.
—¿Qué planeas hacer con él? —le preguntó haciendo referencia a Demian y su mirada se quedó fija en sus ojos.
Solo por un segundo mantuvo el contacto visual antes de darle la espalda.
—No es un tema que te incumba —dijo con una frialdad abismante.
Sonrió con ironía antes de beberse el té de golpe y golpear la mesa con la taza sin romperla. Se giró hacia él, confundido, mientras Val se colocaba de pie.
—Su corazón es frágil, basta con un ligero empujón para perderlo ¿Estas consciente que haberlo traído a la cueva misma del inframundo no fue lo mejor? Si tus planes es usarlo de carnada te digo que es un juego peligroso, y no solo él saldrá lastimado, también tú.
Hubo silencio, le pareció que pensaba en cada palabra al decirlo.
—No es lo que piensas —respondió quedadamente aun ofendido que siquiera pensase que esas son sus intenciones—. No hay nadie más que yo interesado en su bienestar.
La risa del salvaje llenó la estancia.
—Todos los cazadores sabemos quién es Ángel Stravou, cuya madre y hermana perecieron bajo las garras de un demonio —señaló acercándose a su lado—. ¿A cuántos demonios no mataste en tu afán de venganza? El mismo rey del inframundo tuvo que detenerte a través de su hijo. Claro como a él lo respetaba te detuviste y fingiste vivir como la figura empresarial de las empresas de tu padre. Pero dentro de ti sigue ese rencor existente. Lo veo en tu mirada, lo quieres, pero a la vez lo odias, ves en sus ojos a esos demonios asesinos...
—¡Eso no es así! —lo interrumpió golpeando la mesa con ambas manos.