Al Atarceder

Un encuentro inesperado

El mundo estaba en paz desde hacía mucho tiempo luego de la muerte de Cell, Piccolo llevaba una vida monótona, entrenaba en la cascada, estaba en el Templo ayudando a Dende con sus deberes como dios de la Tierra, cuando Milk se lo permitía veía a Gohan, o de vez en cuando iba a alguna actividad con sus amigos.

Un atardecer pasó volando por un sector solitario camino del Templo, no se veía a nadie en kilómetros a la redonda, hasta que sintió un ki que se le hizo conocido, vio una columna de humo que salía de un valle. Al acercarse vio un auto abierto, de cuyo motor salía la humareda, y una persona que con zapatos de tacón en la mano caminaba a unos kilómetros del lugar, por el costado de la carretera.

Cuando estaba casi a su lado por fin la reconoció, era la profesora de manejo que tuvo cuando Milk los obligó con Goku a ir a una escuela de conducir. Bajó a ver qué le ocurrió.

— Que sorpresa ¿Cómo ha estado? — saludó la mujer al sentirlo a su lado.

— Bien, gracias.

— ¿En qué vehículo vino? — dijo mirando para todos lados.

— Llegue volando ¿Qué le ocurrió?

Ella por un momento lo vio sorprendida.

— Mi auto se recalentó. Tendré que caminar más de una hora para llegar a mi casa — le sonrió — espero pueda usted acompañarme, así será más amena la caminata.

— ¿Dónde vive?

— Hay que seguir este camino, hasta que a la izquierda se ve una colina con una casa, hay una reja blanca y unos árboles alrededor.

El namek la tomó de la cintura, y empezó a subir lentamente.

— Qué increíble, de verdad puede volar — dijo con su voz suave, sonriéndole, poniéndolo algo nervioso. Algunas ráfagas no le permitieron mantener el control, por lo que se vio obligado a tomarla en brazos — muchas gracias, hubiera sido muy aburrido ir a casa sola — le agradeció la mujer.

Luego de un rato divisaron en la parte alta de una pequeña montaña, un lugar como indicó, con un par de mecedoras a la entrada

— Allí vivo — le indicó la joven, cuando bajaron — por favor, pase un momento.

— No, gracias. Debo irme, adiós.

Antes que se fuera le tomó la capa para que volteará a verla.

— Cuando este cerca de aquí venga a verme, me gustaría que al menos me permitiera agradecerle con un café o jugo su amabilidad — su sonrisa de nuevo lo hizo sentirse algo incómodo.

— No se preocupe, no es necesario que se moleste — se fue.

Los días siguieron igual de aburridos para él, algunas veces pasaba por el mismo lugar, pero no vio a la mujer, hasta que un fin de semana, cuando ya caía la tarde, la vio sentada en una de las mecedoras, la mujer parecía dormitar, pero cuando estuvo más cerca, ella se levantó y le hizo una señal con la mano para que bajara.

— Hola, lo he visto pasar un par de veces ¿Ahora si puede aceptarme un jugo, café o té?

— Un té, gracias — le pidió Piccolo.

—Tome asiento — le indicó las mecedoras, él se acomodó, mientras esperaba cerró los ojos, dormitó un poco con la suave brisa, las nubes que pasaban, y el sonido del viento entre las ramas de los árboles — acá tiene, espero le guste — le pasó una taza y tomó otra para ella.

— Está muy bueno — dijo el namek luego de probarlo.

La mujer se sentó también, ambos bebieron lentamente la infusión miraban el paisaje, de vez en cuando ella decía algo y él comentaba, cuando el guerrero se dio cuenta del tiempo que había pasado, ya hacía rato era de noche.

— Debo irme, gracias por todo — se despidió amable Piccolo.

— De nada, pasé la próxima semana, tendré todo listo para la ceremonia del té, sé que le gustará— de nuevo le sonrió— ¿Vendrá?

— Sí — la miró fijamente, luego se fue.

A la siguiente semana llegó a la misma hora de antes, pero ella no se veía en la entrada, aunque había luz en el interior.

— Pase por favor — le dijo Cynthia desde dentro de la casa.

El lugar era muy confortable, pero algo contradictorio. Vio adornos y cosas muy femeninas en un costado, un biombo con figuras japonesas, esteras, y ella sentada en sus talones, vestida con un kimono frente a una mesa baja, en cambio frente a la chimenea había una alfombra sintética que imitaba la piel de un oso, y fotografías de animales en la pared más cercana.

Piccolo se acomodó de igual forma que la mujer al otro lado de la mesita, era todo tan íntimo, tranquilo, ella realizó toda la ceremonia, cuando terminaron recogió las cosas y le indicó al namek sentarse en un sillón.

— Espero le haya gustado — preguntó ella mientras se sentaba frente a él.

— Lo hizo todo perfecto. Felicitaciones ¿Dónde aprendió?

— Mi madre me enseñó, era japonesa, una gran geisha, del tiempo cuando todavía no se había desprestigiado la palabra. Muchos creen ahora que son solo prostitutas.

Él cerró los ojos y repitió como si leyera.

— Las verdaderas geishas son mujeres muy cultas, estudian desde los 8 años danza, canto, política, etc., su misión es entretener a los hombres de negocios, y que nadie se aburra en una reunión, pero no tiene que ver con nada sexual.

— Exactamente, en una de esas actividades conoció a papá, un vaquero que había ido invitado por un amigo, se enamoró apenas la vio, alargó su viaje, salieron, la conquistó, se casaron y la trajo a vivir acá — le apuntó una fotografía, se veía una mujer con un traje típico japonés, y un hombre que a su lado parecía un gigante, ambos se veían felices, había una pequeña parada al frente de los dos — voy a cambiarme, ya vuelvo — cuando bajó de su dormitorio, llevaba un pantalón jeans, camiseta suelta y zapatillas, salieron al porche, se sentaron a tomar el fresco, miraron algunos vehículos que pasaron por la carretera cercana un buen rato, mientras conversaban cosas triviales.

— Ya es tarde. Gracias por todo, adiós.

— Hasta luego Sr. Piccolo.

A la semana siguiente el namek decidió ir a la casa de la mujer de nuevo, ahora estaba todo silencioso y oscuro. Revisó el ki, no había nadie. Se acomodó en una de las mecedoras a esperarla, al rato la sintió, venía muy rápido en su auto, unos tipos la venían siguiendo a toda velocidad.



#6068 en Fanfic

En el texto hay: peligro, amistad, te

Editado: 29.06.2020

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