El parque, siempre nuestro refugio, lucía ahora los colores cálidos del otoño. Las hojas crujían bajo nuestros pies, formando un manto dorado que cubría el suelo y creaba una alfombra brillante que invitaba a la reflexión. Cada paso resonaba como un eco de tiempos pasados, cuando solíamos caminar por estos senderos en busca de consuelo y compañía. Te miraba mientras caminabas a mi lado, tu cabello negro ondeando suavemente con el viento, enmarcando tu rostro con una luz suave y segura. Siempre has tenido esa manera especial de encontrar atractivo en lo sencillo, de apreciar cada detalle, cada cambio de estación, como si el mundo fuera una serie de cuadros en constante transformación.
Recuerdo el primer día que nos conocimos en la secundaria. Tú estabas en el centro del curso, con una sonrisa tímida y una mirada profunda que parecía analizarlo todo a su alrededor. Desde ese momento, nuestra amistad ha florecido como una flor en primavera, creciendo fuerte y vibrante a pesar de los altibajos. Hemos compartido tantas experiencias juntas: risas que nos han hecho llorar, lágrimas que nos han unido más, sueños que hemos explorado y secretos que hemos guardado en lo más profundo de nuestros corazones. Cada uno de estos momentos ha sido como una hoja que cae en el suelo, añadiendo su propio color a nuestra historia compartida.
Eres tan única que no sé cómo lo hacemos, pero siempre terminamos riéndonos incluso de nuestras peores desgracias. Quizás es porque, en medio de todo lo que hemos vivido, encontramos esa chispa de humor.
Lo mejor que no importa que te diga nunca me juzgas.
Me hace ver las cosas desde otra perspectiva. Hay días en los que, sin ti, no habría sabido cómo seguir. Eres esa persona que, con una palabra o una risa, transforma lo oscuro en algo un poco más ligero.
A veces, te pierdes en tus pensamientos, sumergiéndote en la profundidad de cada detalle de la vida. Tu indecisión puede ser frustrante en ocasiones, pero también es parte de lo que te hace única. Es como esas hojas que se resisten a caer del árbol, aferrándose a la rama con todas sus fuerzas, sin querer soltarse del todo. En tu forma de ser hay un encanto sutil, una paciencia y una reflexión que me enseñan a mirar el mundo con más calma y apreciación. Aunque a veces me desespero, entiendo que es esa misma indecisión la que te permite ver el mundo con ojos más atentos, con una percepción más profunda.
Admiro profundamente tu gran corazón, tu sensibilidad y tu amabilidad. Eres un faro de luz en mi vida, una presencia constante que ilumina incluso los días más nublados. Cada vez que me siento perdida o abrumada, pienso en ti y en cómo siempre has estado ahí para ofrecer un abrazo, una palabra o simplemente tu compañía silenciosa. Aunque el tiempo pase y nuestras vidas tomen caminos diferentes, quiero que sepas que siempre contarás conmigo. Nuestra amistad es como un árbol antiguo, cuyas raíces se han entrelazado tan profundamente que ninguna tormenta podrá separarnos.
Aún que a veces me siento completamente insuficiente por recibir tu amistad incodicional, te hice cosas horribles, cosas que no puedo borrar ni justificar, y aun así sigues ahí, dejando atrás el resentimiento como si fuera tan fácil. Pero para mí no lo es. No puedo perdonarme, no puedo dejar de sentir que cada vez que me sonríes o me tiendes la mano, estoy fallándote de nuevo.
Me ahoga esta tristeza de saber que, aunque tú me entiendes de una manera tan profunda...
tan particular...
Yo sigo atrapada en mi propia culpa. Y esa culpa me devora, porque no sé cómo aceptar lo que tú me das sin sentirme más hundida. ¿Cómo puedes perdonarme tan fácil cuando yo no dejo de castigarme una y otra vez?
No te merezco...
Nuestra amistad es tan extraña, ¿no?
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desahogo mental y emocional, miedos sin fin, quiero ser normal
Editado: 16.11.2024