Ella es un enigma envuelto en una capa de hielo. Sus ojos cafés, tan fríos y profundos como un glaciar, parecían esconder secretos que solo compartía en los momentos más gélidos. Su mirada tenía la capacidad de penetrar más allá de las palabras, revelando una profundidad que era difícil de alcanzar.
A veces, su silencio era más penetrante que el viento invernal, envolviendo el espacio con una calma que resultaba tan intrigante como imponente. Cuando habla, sus palabras, aunque escasas, eran tan claras y precisas como el cristal, resonando con una verdad que no podía ser ignorada.
Recuerdo el día en que nos conocimos, en aquella tarde que pasamos sentadas en el salón. Mientras yo pintaba escenas vibrantes de invierno, llenas de energía y movimiento, ella se dedicaba a expresar en sus obras la soledad y la esperanza que el invierno despierta. A pesar de nuestras diferentes interpretaciones y emociones respecto a la estación más fría del año, había un hilo invisible que nos unía. Esa conexión nos permitía compartir nuestros mundos interiores de una manera que trascendía nuestras diferencias, creando una comprensión mutua que parecía casi mágica.
Con el tiempo, descubrí que detrás de esa fachada tranquila se escondía una mente aguda y un corazón generoso. Aunque sus comentarios mordaces a veces me hacían levantar una ceja, sabía que no eran más que una capa exterior, una especie de escudo que usaba para protegerse. Detrás de ese exterior aparentemente frío, había una bondad sincera y un afecto profundo. Era como una víbora que, a pesar de su veneno, escondía un corazón que, aunque a veces se expresaba de manera un poco directa, estaba lleno de calidez y cuidado.
Me encanta pasar los inviernos con ella. El frío y la tranquilidad se transforman en algo más intenso y significativo a tu lado. Es como si el invierno realzara nuestra amistad, creando un ambiente íntimo y acogedor que me permite apreciar cada momento con mayor profundidad.
Cuando el frio cubre el mundo y se siente más agudo, nuestra conexión parece fortalecerse, como si el invierno nos diera un espacio especial para explorar.
Hay algo en ti que me da paz. No sé cómo explicarlo, pero cuando te miro a los ojos todo se siente tan cómodo. Es como si no necesitáramos decir nada, como si el silencio entre nosotras hablara por sí solo. No hace falta usar palabras para entendernos, porque tu sola presencia lo dice todo.
Aunque a veces nos perdemos en nuestros propios mundos, siempre encontramos el camino de regreso el uno al otro. Es en esos momentos en que el invierno nos rodea, en la tranquilidad de nuestras conversaciones y en la complicidad de nuestras miradas, que siento que nuestra amistad se vuelve aún más valiosa.
La serenidad del invierno, junto con la complejidad de tu personalidad, crea un espacio donde puedo ser verdaderamente yo misma y donde nuestras diferencias se convierten en una fuente de enriquecimiento mutuo.
Así que, mientras el invierno avanza, me siento agradecida por cada momento compartido contigo. Eres un enigma envuelto en hielo, una presencia que desafía las expectativas y enriquece mi vida de maneras que nunca hubiera imaginado.
En tu compañía, el invierno no es solo una estación fría, sino una época de descubrimiento y conexiones místicas.
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desahogo mental y emocional, miedos sin fin, quiero ser normal
Editado: 16.11.2024