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Michael
La brisa nocturna me ponía el vello de punta cada vez que soplaba en mi dirección. Sentía como el frío me calaba los huesos, me provocaba temblores en las manos y se extendía por mis brazos. Eran las típicas noches en Caracas, frías y solitarias, o por lo menos lo eran para mí. Veía desde la altura en la que me encontraba las luces de la ciudad y como las personas deambulaban de un lado a otro. Llegué a imaginarme cómo serían sus vidas o a qué se dedicarían, algo deprimente, lo sé, pero me entretenía en mi aburrida soledad. Me sentía deprimido la verdad, pero a pesar de todo, la preciada nicotina de mi cigarro me relajaba hasta cierto punto, sintiendo como de a poco me calmaba la ansiedad que sentía en el pecho y deshacía el nudo que se me había formado en la boca del estómago.
-Me sorprende que me hayas llamado la verdad. - dice la voz cantarina tras la línea del teléfono.
-Sí, sí, está bien Ana, no te hagas ilusiones. -le contesto de manera grosera, pero poco me importaba- Necesito que me saques de mi departamento y me lleves a cualquier lugar donde pueda tomar algo. - una ligera risa me llega al oído antes de Ana responda.
-Nadie se puede hacer ilusiones contigo Michael, pareces echo de piedra. -ruedo los ojos. – Pero está bien, deja que me vista y voy para allá a ver que se me ocurre. -dijo y colgué la llamada sin despedirme o decir nada más.
Cerré la ventana del departamento y apagué el cigarrillo en el cenicero de la cocina. Hacía mucho que no fumaba. De hecho, pensaba que el vicio había terminado hace tiempo, pero después de haber perdido los estribos en la academia con Emma, comencé a sentir una necesidad imperiosa de fumarme uno, hasta que terminé acabándome tres por el poco efecto tranquilizador que me causó tan solo uno.
Comencé a alistarme para la salida de esta noche. Sabía que Ana me llevaría a algún club o discoteca después de mi petición. Podría haberme quedado y tomado lo que me quedaba de licor en la alacena -media botella de vino y una de ron-, pero no tenía ganas de estar encerrado en este lugar tan sofocante. Necesitaba despejarme y no pensar en nada. Estaba muy seguro que lo que había pasado hoy me traerían consecuencias y tendría que jugármelas otra vez para que Emma me perdonara. Reconozco que mi afecto hacia ella no es para nada honesto, pero debía ser justo, ese trato no lo merecía, por muy irritado que estuviera en ese momento.
La noticia que había recibido esta mañana me había puesto de los nervios, y no le dejaba de dar vueltas a la idea de que mi madre me viniese a visitar desde Mérida. Después de tres años incomunicados, creía que tanto mi madre como mi padre se habían olvidado de mí, que me habían dejado valerme por mi cuenta, solo en la gran ciudad. Pero mi madre, que a pesar de no haber sido tan malvada como lo había sido mi padre conmigo, nunca hizo algo para detenerme cuando mi padre me echó de casa, solo se limitó a llorar mientras se despedía.
Era una hipócrita de las grandes y al parecer también una cínica. Nunca hizo nada para mejorar mi estado, pero si decía estarlo sufriendo. Y cuando me fui, no cometió un acto de amor por su hijo, solo me vio marchar mientras mi padre me insultaba y desafiaba a conseguir algo por mi cuenta.
Y ahora, cuando menos los necesito, aparece ella con su alegre mensaje de voz desde un número desconocido anunciándose con una supuesta emoción de venirme a visitar.
Sí, era una cínica hipócrita.
Los odiaba, a los dos. Uno por no hacer nada, y el otro por ser el martirio de mi adolescencia.
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El Club Nocturno Loyalti, antes conocido como Holic, abre sus puertas a las 10:00pm. Es un lugar con una gran variedad de gente, donde podrías decir que hay gente de las altas sociedades hasta las más bajas... o están los que al igual que yo, son del término medio, los que prefieren que les paguen todo sus amigos, aun teniendo para costearse los suficientes tragos como para tener un coma etílico.
- ¿Te estás divirtiendo? -pregunta una voz tras de mí. Kelvin arrastra una silla hasta ponerla junto a mí y quedar cara a cara. Vierto más ron en mi vaso antes de contestar.
- ¿A ti que te parece? - mis palabras se me escapan con una estela de ebriedad, ya ni siento la lengua de tanto beber.
-Pues no sé... llevas media botella vacía... no sé si eso es bueno o malo, pero supongo que los problemas no te pesan tanto como antes. -responde burlón. Odio su voz ¿Siempre ha sido tan empalagosa o es a causa del alcohol que las escucho así?
-No puedes ser más guay...
- ¿Guay? o ¿gay? No importa, soy muy de las dos. -dice coqueto.
-Pues yo soy muy poco de ambas, así que vete. -digo cortante, con un humor de perros.
-Eres un...
-Soy eso y más... así que vete con alguien que sí quiera mariquear contigo. - le corto arrastrando las últimas palabras.
El puñetazo lo vi venir, es más, lo estaba esperando, y me sorprendí a mí mismo el haber ansiado tanto una pelea.
- ¿Qué tan marica te pareció eso? -vocifera Kelvin con una voz rasposa, tratando de que su voz se escuche sobre el alto volumen de la música.
-Bastante, en comparación a lo que te espera. - respondí con el mismo tono de voz. Arremetí contra Kelvin certeramente esquivando sus puñetazos y sentí el crack de su nariz cuando golpeé fuertemente contra ella en el momento en que tuve la oportunidad. Kelvin cayó al piso sujetando su nariz con ambas manos tratando de detener la hemorragia, pero lo más seguro era que se la había roto.
La adrenalina corría por mis venas, sentía que podía contra cualquiera que se me parara al frente. Deseaba volver a pegarle otro golpe a Kelvin, quería que se quejara más y repitiera ese sonido lastimero que dejaba escapar por su rostro lastimado. Solo quería verlo sufrir, porque sabía que ningún dolor físico podía ser comparado con el dolor que cargaba a cada hora a causa de la cruz en mis hombros que cada vez se me hacía más pesada. Culpaba al alcohol por tener estos instintos asesinos, pero de verdad quería volver a sentir el insignificante dolor en mis nudillos, que ya se habían manchado del carmesí por la sangre ajena.