—Má-Asra-Saíh Kyridion me salvó —soltó de golpe, observando sobretodo la reacción de Morliner ante lo dicho. El hombre abrió los ojos de sobremanera, soltando sus dedos entrelazados. Él sabía lo que eso quería decir—. Antes de que el Asra-Zléz me atacara, él me teletransportó y me envió aquí. Él logró ingresarme a Asration.
Hubo calma por un instante antes de que todos comenzaran a hablar en voz alta, incrédulos ante lo dichos. Admitir que Kyridion había hecho eso, implicaba que no estaban ni tan seguros ni tan preparados como pensaban. Morliner pasó una mano por su cabeza, triste. Su mejor amigo de toda la vida había muerto, el mundo se sentía repentinamente más frágil al asumir eso. Desde la aparición de Alki-Zléz toda la paz en Al-Madgral se había ido cayendo a pedazos, desde la huida de Kyridion, la aparición de los Asra-Zléz y el descubrimiento del Rasaíh, todo había pasado en escasos sesenta yoérs, para un pueblo antiguo como los Joronienses, los hechos habían pasado en un parpadeo, un despiste, el azar de nuevo les jugó en contra. Hoy el desastre estaba en Asration, cuando recién ayer las cosas iban en su cauce perfecto, la vida parecía bajo control. Al final, Kyridion siempre tuvo razón: Mucho ego para tan pocas personas.
— ¡Silencio, Cónclave! —exclamó el Sá-Asra, alzando la mano derecha en un ademán cortante. Todos enmudecieron al verlo, pero la tensión quedó en el aire tan apreciable que podían sentirla asfixiarlos—. Según tus dichos, Má-Asra Hakan, ¿es correcto asumir que Má-Asra-Saíh Kyridion está muerto?
Las miradas se concentraron en el joven rubio, mas este solo se concentró en los ojos fríos de Moikhan.
—Percibí una baja crítica en su magia tras la primera teletransportación —contestó el aludido. Es decir, en comparación con sus niveles originales, era una disminución notable, pero lo que le quedaba de magia seguía siendo impresionante—. Los sellos tampoco permitían que usara su total, tras enviarme aquí debió de habérsele agotado.
—No pudo haber luchado contra un Asra-Zléz —suspiró Yanko, bajando la mirada—. Hemos sufrido pérdidas importantes en una sola noche.
—No solo eso —dijo bruscamente Torá—, no sabemos dónde ha enviado el reloj, podría estar en cualquier parte de Al-Madrgal y los Asra-Zléz también saben que lo perdimos.
—Esperemos entonces que Má-Asra-Saíh Kyridion haya actuado sabiamente —Morliner levantó la cabeza, mirando a Torá, la molestia que sentía solo se veía en sus ojos verdes. No dejaría que el resentimiento del moreno empañara el heroísmo de Kyridion—. Que la luz de Alki-Asraé guíe el camino de quién fue Kyridion, Má-Asra-Saíh de Ulyron, hasta su lugar en el Kinhal.
—Sea —repitieron todos a coro al oír la última bendición. Desde ese momento, el nombre de Kyridion pertenecía al alma que se fue al Kinhal, nunca se repetiría para no incordiar el descanso del relojero.
Se hizo un silencio respetuoso, todo rencor o resentimiento contra el difunto, fue olvidado. En los momentos de duelo, los madrgalianos dejaban atrás toda emoción negativa que pudieran haber sentido, la empatía por la pérdida era total, sobretodo cuando eran miembros del mismo gremio. Cuando pasaban a formar parte de un gremio, se volvían hermanos y hermanas quiénes compartían penas y rabias, la relación era unida y la lealtad era el valor más respetado. Muchos de los presentes habían conocido más allá a Kyridion, no solo Morliner quien fue su compañero de tristezas y alegrías, también Yanko que fue su aprendiz, Mathaus quién llegó a Asration bajo su recomendación. El mismo Moikhan, su hermano de sangre y magia.
La pérdida era significativa para todo el gremio Asra.
Moikhan carraspeó tras unos momentos de silencio, honrando mentalmente a su hermano caído. Nunca esperó que su camino se cortara de una forma tan brusca e inesperada, no la vida de ese hombre tan vivaz y astuto.
— ¿Cómo procederemos, Cónclave? —habló finalmente, mirando la larga mesa frente a ellos. La variada audiencia se veía solemne, hombres y mujeres decididos a dar guerra.
—Debemos ir a Ulyron —dijo Morliner, decisión ardiendo en sus ojos verdes—. Podemos tratar de rastrear la magia utilizada por el relojero.
Hakan sintió el pesar de Morliner cuando dijo la última palabra, el dolor que debía sentir al saber que no podría volver a nombrar a su amigo, seguramente era avasallador.
—No creo que sea posible —replicó Ruqaya, luciendo seria—. Según lo dicho por Má-Asra Hakan, la magia de ese Asra-Zléz debió de ser tan fuerte como para opacar el rastro.
—No solo eso —acotó Hakan, tensando los hombros ante la atención. Aún después de todo este tiempo siendo parte del Cónclave, seguía intimidándose un poco cuando era visto con tanta seriedad—. El mismo relojero borró todo rastro.
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Editado: 03.10.2018