Farlyon miró su reloj de muñeca. 13:64. Habían demorado más tiempo del que pensó en llegar. Suspiró. El tiempo nunca corría como él quería.
Posó su mano, brillante en verde, sobre el suelo, escaneando las semillas que pudieran servirle para comer. Sonrió alegre cuando encontró unas cuantas de lorel, las sobrevivientes. Podían crecer en casi cualquier clima. Aplicó un poco de magia, penetrando la tierra hasta tocarlas y lograr acelerar su crecimiento. En pocos soris los brotes aparecieron, tiernos y suaves formaron una pequeña huerta. Con calma, Falryon cortó parte de las hojas y el tallo, llevándolas a su boca.
— ¿Y tú no sabes que debes lavar las cosas antes de comerlas? —inquirió Zarlyér con desagrado. Ante el encogimiento de hombros de su amigo, alzó las cejas y procedió a comer su propia comida, una presa de kakír, un ave de corral con muslos muy carnosos—. Oye, siempre he tenido una duda contigo y tus dotes de Alkór.
—Dime.
— ¿Cómo lo haces tan rápido? —preguntó, mirándolo con curiosidad. Se sorprendió al verlo tensarse, sus ojos lo observaron de reojo con fingido desinterés—. Todos los druidas que he conocido antes demoran más en lograr tus resultados, solo los que son muy experimentados, o sea viejos, pueden hacerlo así.
—Supongo que tengo un don —respondió Falryon, evasivo. Sus ojos seguían fijos en Zarlyér, pero dejaron de mirarlo. Parecían ausentes, fantasmales por ese tono casi blanco que los caracterizaba—. Tá siempre me decía lo mismo. Tal vez es por mi naturaleza vaprón, somos una raza naturalista, ya sabes.
El Nen-Asra-Yro no respondió, sabía que él le mentía. Los Alkór eran capaces de establecer comunicación directa con la naturaleza, de esta forma aplicaban la magia de Persuasión y lograban que crecieran de forma acelerada, nutriéndolas con su propia magia e instándolas a alcanzar su mayor potencial. Habían otros que se especializaban en la comunicación con hópet estableciendo lazos con ellos y así podían lograr que siguieran sus órdenes. Se decía que los mejores eran capaces incluso de convertirse ellos mismos en hópet, incluso trasmutar su alma a ellos o cambiar miembros de su cuerpo a plantas o hópet. Pero también eran un gremio muy misterioso, era difícil entrar y aún más complicado salir, no porque fueran cerrados con sus secretos, sino porque conllevaba gran fuerza mental ser capaces de empatizar a ese grado con las criaturas vivientes.
Decidió no incomodar más a su compañero, cambiando de tema de forma radical:
— ¿Y qué harás con el wrez que tomamos de Taj-Rahó?
Falryon le miró de reojo, sin dejar de comer sus raíces.
—Iré a recorrer Vassar'Ahai —dijo—, al borde oeste, las canteras de Al'Kahei. Estaré allá un par de yoérs y luego iré en busca de Tá-Qandré, completaré el aprendizaje de los Alkór y me iré a recorrer Al-Madgral.
— ¿A las canteras? Nunca pensé que te interesaría un lugar así —comentó Zarlyér, sorprendido. Las canteras de Al'Kahei eran, por lejos, de los lugares más pobres en todo Vassar'Ahai, con sus habitantes obligados a trabajar en las minas o mendigarle a los Vród-Al que laboraban en sus costas—. Te creía más allegado a Qoridania o Mantriá, ya sabes, lugares más... fríos. Además, eres joven, podrías intentar entrar al gremio Vród o Fvrí, te asegurarías un puesto y una vida cómoda.
El comentario sacó una ligera risa del muchacho.
— ¿Para qué quieres comodidad si serías un siervo de los Asra? —replicó, un tinte feroz en medio de su juguetona voz—, no, no soy bueno siguiendo esas reglas. Prefiero crear las mías. En Al'Kahei necesitan manos y oídos, estoy dispuesto a brindárselos. Incluso podría entrar a los Grorai... ellos me ayudarían a cumplir mi promesa.
— ¿Ah, sí? ¿Esos cuadrados? ¿Y qué promesa sería?
—Yo tocaré las estrellas. Seré el primero en pisar nuestras Alkis.
Zarlyér se sintió tentado a reírse, pero algo en la voz ligeramente temblorosa del chico, casi cincuenta yoérs menor que él, algo en su mirada blanquecina fija en el fuego y en el sonrojo inusual de sus mejillas, le dijo que sería una grave ofensa para él tomarse a broma sus palabras. En cambio, llevó una de sus manos a rascarse la nuca y la otra hasta la alborotada cabellera del muchacho, que revolvió con suavidad.
—Claro que lo harás, Falryon —susurró, repentinamente asustado de romper el solemne ambiente que los había rodeado—. Hace doscientos yoérs nadie diría que un vaprón se atrevería a salir del hielo y pisar las tierras nortinas. Y aquí estás, sin embargo.
Él no respondió.
Un espeso silencio se instauró entre ambos, había algo, casi tangible, moviéndose alrededor del menor, Zarlyér sentía que podría tocar el silencio si extendía un poco sus dedos. Pero el momento se rompió en cuanto Falryon se levantó, le deseo buenas noches y se fue a dormir bajo el refugio que hizo. Al poco rato, el envenenador le siguió, ambos tranquilos al sentir a Kyr moviéndose entre las ramas más altas del árbol. Falryon uso más de su magia druida para crear una especie de manta hecha de ramas entretejidas, acurrucándose en ella. Zarlyér, por otro lado, se sentó apoyando la espalda en el tronco, cerrando los ojos y durmiéndose al instante.
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Editado: 03.10.2018