Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

Con suavidad aprieto sus brazos y me acurruco contra él.

Ya sé que estamos llenos de defectos, de fallas, de malas decisiones y que somos más contras que pros, pero lo real y valedero es que juntos somos felices.

¿Qué importa lo que piensen los demás entonces? No nacimos para contentar al resto, ni para vivir al pie de lo que la gente crea ética, moral, o sanamente correcto. Rashid y yo estábamos destinados a encontrarnos, enamorarnos, y acabar como estamos ahora: abrazados, mirando un anochecer y diciéndonos lo bien que nos hacemos el uno al otro.

Cómo puedo y aún entre sus brazos, giro para observar su rostro.

No tengo idea de cuánto vaya a durar ésto. No sé si serán meses, años, o la vida entera.
Tampoco sé si un día viviremos juntos, si seremos algo más que una pareja, o si tendremos hijos. Inclusive, desde ya asumo que discutiremos y que estaremos en desacuerdo hasta en los puntos más absurdos y sencillos de la rutina diaria.
Sin lugar a dudas, lo de nosotros no va a ser fácil. Somos dos polos completamente opuestos, que como el imán al metal, nos une esa irrevertible atracción que se resume a pura química, o física, o de ambas.

Y aunque por dentro admito que probablemente no será fácil, eterno o perfecto, voy a disfrutarlo.
No me privaré de decirle cuánto lo quiero, en las oportunidades que se me cruce por la cabeza hacerlo. Empezaré a ser más cariñosa, sin importarme que eso me ponga al límite de la cursilería. Le demostraré, que eligió a una mujer imperfecta que se enamoró de sus actitudes infantiles, sus enojos, sus momentos vulnerables, y sus demonios; demonios en su personalidad de los cuáles vi un atisbo en el pasado.

En éste preciso instante donde la penumbra baña la terraza, me pongo a mirar sus brillantes ojos y estoy más segura que nunca, de que lo quiero en mi vida con virtudes y defectos.
Lo quiero siendo el Príncipe Azul, y lo querré siendo la Bestia del cuento.

—¿En qué estás pensando? —pregunta de repente—. Te me quedaste mirando de una manera extraña.

Su voz ha bajado sensiblemente, se escucha más grave que de costumbre; más ronca y vibrante cuando la procesan mis tímpanos.

La iluminación en pequeños candelabros, ubicados en los extremos del balcón rectangular se han encendido automáticamente el sol se despidió del firmamento, y gracias a la tonalidad amarillenta que desprenden consigo apreciar a detalle su cara.

La luz realza su mentón, las líneas de expresión y sus labios. Sus cejas tupidas y oscuras enmarcando sus preciosos ojos producen un efecto espectacular en sus iris, permitiéndome admirar lo hermoso que es.
Ya que aparte de su indiscutida guapura, Rashid es una mezcla de sensualidad, masculinidad, y la indescriptible belleza que se esconde tras sus ligeros rasgos medio orientales.

—Siempre me has dicho que soy hermosa —estiro la mano y con mi índice dibujo el contorno de su mandíbula—. En árabe tú lo llamas...

—Aljamal —dice con fluidez; como una melodía para mis oídos.

—Eso mismo, me dices belleza. —resuelvo triunfante.

Estuve casi un mes entero buscando en Google la forma correcta de escribir esa palabra y a su vez, tratando de encontrar la traducción.
Cuándo por fin di con ella sentí que me derretía por dentro. Todo el tiempo, durante mi estadía en Riad me dijo belleza; literalmente belleza.

—Lo eres —su mejilla izquierda se acuna en mi palma, en tanto sus dedos se detienen en mi espalda y me acercan a su pecho.

—Pues para mí, tú también —susurro—. Es eso lo que estoy viendo: que eres mi hombre hermoso.

Esboza una sonrisa y asombrándome gratamente, baja la mirada.

—¿Acaso te intimidó mi comentario? —pregunto divertida.

—De ninguna manera —responde controlando sus emociones, ya que evidentemente di en el clavo.

—Te acabas de sonrojar —miento, alzando una ceja—. ¡Te sonrojaste!

Suspira y su mueca se ensancha, deslumbrándome.

«¡Al carajo todo, me voy a desmayar!»

—Nunca me han halagado —dice—, es una novedad para mí.

«¡Sí, efectivamente me voy a desmayar, no puede ser más adorable!»

—¿Y qué se siente? —curioseo.

Se encoje de hombros, adopta una postura que desborda presunción y hace una mueca que se interpreta como: "no tengo ni puta idea, pero como soy un galán supongo que bien".

—Normal —confiesa desinteresadamente—. Pero estimo que se sentirá muchísimo mejor cuándo me lo digas estando encima mío y... Desnuda —abro los ojos y por dentro mi excitación estalla—. No te pongas nerviosa —ironiza, separándose y agarrándome de la mano—; primero vamos conversar un rato y a deleitarnos en lo que preparé con sobrada dedicación. 

Desorientada producto de sus palabras con tintes lujuriosos, me dejo guiar hacia la mesita redonda en madera, que decora uno de los rincones del balcón.

—No te creo que hayas cocinado —ataco, en el segundo que Rashid retira una silla y me invita caballerosamente, a tomar asiento.

—¿En serio? Me ofendes pensando lo contrario —se para a mi lado, erguido, y me mira con seriedad—. Le quité el envoltorio a la comida, elegí la vajilla, y puse a enfriar una botella de excelentísimo vino blanco. Realmente es un trabajo demasiado agotador y cuenta como cocinar.

—¡Qué mentiroso!

—¡Y bueno, no puedo ser completamente perfecto! —me guiña el ojo, voltea y camina en dirección a la amplia ventana corrediza.

—¿A dónde vas? —indago de pronto, arrugando el entrecejo.

—No te muevas de acá —pide, observándome por encima de su hombro—. Voy a buscar la botella y los camarones en salsa que elegí, especialmente para nosotros.

«¿Camarones?»

Mi ceño se frunce aún más.

«Nunca en la vida comí camarones. Ni siquiera sé cómo comer un bendito camarón»

—Al menos... ¿Saben bien? —pregunto con desconfianza.

—¿No los has probado? —niego—. Son una delicia —me sonríe con picardía—, y se les reconoce por ser un bocado afrodisíaco —abro la boca y la alarma interior del autocontrol indicando peligro tintinea sin parar—. Por el vino no te preocupes —se apresura a aclarar—: es blanco, y con la más baja graduación de alcohol que existe en el mercado.



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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