Al Mejor Postor Libro 1

CAPÍTULO CINCO

Estoy ahogada.

La angustia me persigue, me carcome, me pudre hasta las entrañas, y aunque quiero desahogarme, no puedo.

Corro.

Corro por un pasillo oscuro. Tenebroso, con una tenue luz al final.

<<Ya no llores Nicci.>> Es lo que me repite el subconsciente cuándo mis pies se trasladan en cámara lenta, y las lágrimas empiezan a rodar por las mejillas. <<Si sigues llorando... Nunca podrás salir de aquí.>>

Limpio con rabia el llanto. Estoy agotada de tanto correr, y el punto luminoso parece no llegar nunca.

—¿Quién eres? —Le pregunto entre balbuceos. —¿Por qué me duele el pecho de ésta manera? ¿Por qué todo siempre es tan difícil? ¿Por qué me hicieron algo así?

<<No eres la única, Nicci.>> Me contesta ella. La voz de la locura. <<¿Sabes cuántas hay en el mundo como tú?>>

¿Traficadas?

¿Víctimas de una organización criminal?

¿Algunas violadas, otras simplemente asesinadas?

—Millones. —Respondo inhalando profundo. Aspirando la mayor cantidad de oxígeno posible para correr con más ímpetu. —Hay millones.

<<Exacto.>> Afirma, <<Pero ellas, la mayoría, no viven para contarlo. Ellas no corrieron con tu fortuna. Ellas quisieron ser inteligentes y cegadas ante la desesperación, fallaron. No vivieron para contarlo.>>

Me mantendrá cautiva un sujeto enfermo. Perturbado. Que me trata de buenas a primeras como su trofeo. Como su mascota. Como la nada misma. —Resoplo derramando lágrimas de pesar.

<<Usa la astucia, Nicci.>> Repite autoritaria, <<Si usas la astucia, y juegas las cartas como corresponde, entonces el captor no tendrá otra opción más que dejar ir a su cautiva.>.

     ***


—Vamos mi niña... Abre los ojos. —Susurran, e inmediatamente doy fe, de que lo que ocurrió, no resultó más que una terrible pesadilla. —Has tenido un mal sueño. Despierta.

Respiro de manera entrecortada. Esa forma particular que tras un sueño angustiante no permite inhalar y exhalar con normalidad.

Bato los párpados y distorsionadamente observo a mi alrededor.

Vuelco la cabeza de derecha a izquierda y viceversa, hasta que caigo en cuenta de dónde estoy, qué sucedió conmigo, y el futuro incierto que me depara una vez emita comentarios.

—Eso es... —Concilia un matiz vocal diferente. Uno que no es pedante como el del postor desgraciado, ni masculino como el de Stefano. 

Un rostro que después de la subasta inolvidable, que se repetirá en mi memoria para siempre, logro ver.

Una cara femenina. Ni muy joven, menos anciana.

Tendrá a lo sumo unos cuarenta y tantos.

De cabello recogido, color caoba. Mirada oscura y un semblante tan dulce, que me obliga a desconfiar, y a sonreír.

Contradictorio, lo sé. Pero de esa forma me siento.

—¿Y tú eres? —Murmuro percatándome de que el antifaz ya no lo traigo puesto, al igual que las esposas.

—Meredith, —se presenta con amabilidad y una mueca de genuina emoción. —Me llamo Meredith.

Asiento y lentamente empiezo a recargarme contra el respaldo de la enorme cama que ocupo.

Gigantesca, el doble que de la que tenía en mi habitación, de colchón cómodo y sábanas tan tersas que es placer lo que mi piel percibe.

Después de dos días de malaria, ésto, sin pensar en el entorno sombrío que me rodea, es la gloria.

Observo, recuperando al cien por ciento los sentidos maltratados, la recámara. Es espaciosa, y posee un agradable aroma a eucalipto.

Las paredes van del beige al blanco, en un cromado casi imperceptible. No hay adornos, o cuadros que la decoren., solamente mobiliario en madera.

Una mesilla de luz, con lámpara portátil, un plasma, el armario de importantes dimensiones y libros.

Muchísimos libros metódicamente ordenados en una biblioteca situada en el rincón del cuarto. Justo al lado del ventanal con dos láminas de vidrio corredizas.

La sobriedad tiene su imprenta aquí, y me gusta la sencillez que brinda.

Ante todo me fascina ver a través del cristal, un balcón, y el atardecer, dándome de lleno en el rostro. Una panorámica perfecta para un despertar memorable.

¿A quién no le encanta abrir los ojos y encontrarse con la postal del cielo azul, estrellado, gris, o anaranjado?

De la manera que sea, es algo maravilloso. Y permitirme unos segundos de amnesia temporal para apreciarlo, no tiene precio.

—Es una terraza fabulosa. —murmura la mujer rompiendo mi efímera burbuja de ensueño. —Pero la vista hacia el jardín trasero, Nicci, es increíble.

Centro la atención en ella rápidamente.

—¿C-cómo sabe mi nombre? —Musito.

Se aproxima a mí, y sentada en el borde de la cama, estira la mano y toma la mía, que manteniéndose en letargo se cierra en un puño, debido a su contacto.

—¡Ah! —Exclama apesadumbrada, consecuencia de mi accionar defensivo. —Nadie desconoce tu nombre en ésta morada. —Confiesa obligándome a arrugar el ceño.



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En el texto hay: romance, toxico, italiana

Editado: 12.08.2020

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