Al Otro Lado - Aol 1

41. Hoy Por Ti

C aguardó a escuchar que Finnegan salía y cerraba la puerta.

—Bien, ¿cómo estás? Estas últimas semanas no hemos oportunidad de tener una conversación como corresponde.

Stu se reclinó en la silla y prendió un cigarrillo sin apuro. Sí, era cierto. Desde aquella tarde en Roma, apenas si habían tenido una conversación como las que solían tener. Todo lo que estaba ocurriendo con la banda de C siempre acababa convirtiéndose en el tema principal, porque ella estaba revolucionada con alguna novedad o por que el propio Stu quería que ella lo mantuviera al día. Y la mayoría de las veces, Finnegan volvía a unírseles.

Stu había decidido que era lo mejor. No estaba seguro de que fuera aconsejable una de esas charlas introspectivas y personales que ellos habían sabido tener.  Y cualquier charla anecdótica había acabado convirtiéndose en un campo minado para él, que corría peligro constante de distraerse por una fracción de segundo y hablar de más, delatándose.

—Estoy bien —dijo con lentitud, luego de una pausa que ella respetó en completo silencio—. A decir verdad, estoy mucho mejor de lo que esperaba, ¿sabes? Este viaje me está ayudando mucho, y jugar a ser tu asesor de negocios hace el resto.

—Me alegra saber que aún puedo ser útil.

Stu detectó de inmediato la ironía en su acento más que en sus palabras.

—No seas pendeja, lo digo en serio —replicó, para obligarla a cambiar de actitud—. Jen está por vender nuestra casa. Y en vez de pasarme el viaje hasta aquí deprimido por eso, lo pasé discutiendo con Ray por tus canciones.

—Oh, mierda. Lo siento tanto, Stewart. Una vez me explicaste lo que esa casa significa.

—Sí, pero ya no tiene importancia, ¿sabes? Ahí está Jen, con su nueva vida y su nuevo novio, buscando un nuevo hogar. Tiene sentido. Y yo debería estar haciendo lo mismo, en realidad. Voy a necesitar un lugar dónde vivir cuando regrese a América. Y si voy a ser honesto, no sé cómo carajos voy a hallar el tiempo de encontrarlo, si apenas regrese…

Se interrumpió a tiempo, antes de mencionar la gira solista que comenzaría a en agosto.

Tan pronto C firmara contrato con Vector, Ragolini había recibido la llamada de Sophie Schaullen, manager de ruta de Slot Coin y de Stu, y lo más parecido a un asistente personal que Stu estaba dispuesto a permitir. Desde las primeras conversaciones, Sophie había estipulado que el cierre de la gira sería en Buenos Aires, algo que Stu había decidido para obligarse a sí mismo a fijar fecha para reunirse en persona con C antes de fin de año.

Pero luego había ocurrido el viaje de Florencia a Roma, y Stu había comprendido que no podía dilatar tanto el momento de encontrarse cara a cara con C. No después de lo que él había experimentado. No después de lo que ella había confesado. De modo que había acabado adelantando el encuentro tres meses, fijándolo para las dos semanas que le quedaban libres antes de la primera fecha de la gira. Pero no modificó el itinerario, y la gira aún comenzaría en México y culminaría en Buenos Aires.

Mientras tanto, en Madrid, era comprensible que C interpretara su interrupción de otra manera, como si lo que él evitaba mencionar era su viaje para verla.

De pronto Stu sintió la necesidad de demostrarle de alguna forma clara y concreta que lo que ella le dijera aquella tarde no había debilitado el vínculo entre ellos en absoluto. Tuvo una idea, se concedió un momento para revisarla y no le encontró inconvenientes ni amenazas.

C permanecía en silencio. Desde aquella tarde en Roma, respetaba sus pausas a rajatabla.

—¿Sabes? Estaba pensando… ¿Me ayudarías a encontrar una casa nueva?

—¿Qué? —C sonaba absolutamente desconcertada, lo cual no ocurría muy a menudo.

—Sí, ¿por qué no? Mi agente inmobiliario se encargará de buscar lugares que puedan servirme y me enviará lo que encuentre por email. Puedo reenviártelos, y tú podrías ayudarme, dándome tu opinión. Hombres y mujeres prestan atención a detalles muy diferentes en una casa.

—¿No crees que Ashley podría ayudarte mejor? —inquirió C, como si buscara una forma amable de negarse—. No conozco la ciudad, ni lo que te gusta, o necesitas, ni dónde, ¿cómo…?

—El agente inmobiliario ya sabe todo eso. Tú sólo tienes que echarle un vistazo a lo que él me envía y decirme qué piensas. Vamos, no te pongas pendeja. Me has ayudado con cosas mucho más importantes, ¿y me vas a dar la espalda ahora?

—No te atrevas a jugar esa carta, pendejo —replicó ella riendo—. No lo sé, Stewart. ¡Comprar una casa no es una tontería! No me siento… calificada para ayudarte.

—Oh, la pendeja quiere hacerse rogar.

—No, la pendeja intenta ser sensata por una puta vez.

—Nunca has sido sensata, ¿y vas a serlo ahora? Un poco tarde, ¿no crees?

—Ni que lo digas —suspiró ella, y de pronto agregó, súbitamente animada—. ¿Me dijiste que estás en Madrid?

—Sí. —No supo por qué, pero su repentino cambio de tema y tono lo pusieron en guardia.




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